Porque el arte posee un carácter fundamentalmente crítico con respecto a la sociedad que lo concibe, es que durante los últimos años ha emergido en América Latina un lenguaje capaz de jugar un rol fundamental respecto al mundo de la imagen, y que:
Levanta importantes preguntas en torno a conceptos de identidad, raza, clase, religión, género y sexualidad.
Se siente con una obligación moral y espiritual.
Rechaza cualquier tipo de ficción y nos habla directamente, produciendo así la mejor llave de lectura de esa realidad.
En este escenario es en el que aparece Regina José Galindo (Guatemala, 1974), artista capaz de liberar en nosotros una voz más potente que la nuestra, porque aquel que habla con imágenes primordiales es como si hablase a través de mil voces.
En Galindo esto sucede a través de sus performances, donde transforma su propio cuerpo en el teatro de un conflicto permanente y donde el cuerpo femenino se convierte en un espacio de praxis política.
Considerada una de las voces más subversivas del arte contemporáneo, Regina José Galindo recibió en el 2005 el León de Oro de la 51ª Bienal de Venecia, como mejor artista joven, por su trabajo Himenoplastia, obra en la que recomponía su propio himen, en una performance que puede interpretarse como una crítica a la virginidad como imposición institucional.
Sin embargo, yo la recuerdo aún antes: corría el año 2001, y, completamente desnuda y rapada, caminaba mezclándose con los turistas por las calles y puentes de una Venecia que no la veía, o hacía como si no existiera. Luego he estado presente en varias de sus otras performances en Milán, Lucca, Venecia, Roma y Nápoles.
Regina Galindo es además poetisa, y en sus libros, tal como en sus actuaciones, el sujeto es siempre su cuerpo en relación a la historia de su país –de la palabra a la acción–. Como bien dice ella: «me sentía como si las palabras no me bastaran, por lo que pase a otra cosa, quizás porque escribir poesía es algo largo que requiere mucho tiempo en soledad».
Galindo siente la necesidad de conjugar el espacio del propio cuerpo con aquel cuerpo social, por esos sus performances se convierten en una acción ritual, en un silencioso y duro acto de denuncia. El cuerpo es aquel que sufre, que reivindica y que protesta y que se convierte así en objeto, sujeto y medio de expresión. Para lograrlo, la artista sostiene riesgos tanto físicos como sicológicos, al límite de lo soportable: encadena su propio cuerpo, lo paraliza, lo priva de libertad y lo inmoviliza, lo aísla y lo excluye de las relaciones sociales; finalmente, también lo hiere, hasta transformarlo en el teatro de un conflicto infinito, ELLA, su contexto, el de ser artista latinoamericana.