Definidos provisionalmente en el articulo anterior los conceptos básicos sobre el tema Intelectual, examinemos brevemente el estado de situación en que se mueven los que se consideran intelectuales para definir - posteriormente - algunas reglas éticas de su comportamiento en torno al tema de la corrupción y nos encontraremos -de nuevo-con bastantes ambigüedades, y es , que desde los años veinte del siglo que acaba de terminar, en que aparece la palabra por primera vez, el término intelectual ha sido objeto de muchas interpretaciones. Veamos algunas, porque nos van a permitir arribar a conclusiones mas concretas acerca de su obligado rol en la sociedad.
Criterio de Snow
El filósofo inglés Snow, en su obra, Las Dos Culturas, aparecida en 1959, analiza el término y divide a las personas merecedoras de este atributo entre «intelectuales de letras» e «intelectuales de ciencia». Sin embargo, advierte que los profesionales de las letras se habían apropiado del término, por lo que aboga por una reunión de ambas disciplinas para evitar la creciente dicotomía entre los dos tipos de conocimiento que produce cada una.
En 1963, el mismo Snow, en una segunda edición del libro citado, señala que, es necesario el nacimiento de una nueva cultura que llene el vacío de comunicación entre intelectuales de letras e intelectuales de ciencia, dado que el conocimiento no se puede plantear en forma disyuntiva: para dejarle las «explicaciones» a los científicos o para dejarle «las interpretaciones» a los letrados.
Y justo para estas fechas surge otra tendencia. La ciencia se divide en dos disciplinas: la de los científicos puros y la de los científicos aplicados. Con ello nace la tecnología y junto a esta también surge la preocupación en torno a los valores, a los conceptos de objetividad y de subjetividad. Y junto con ello comienza a aflorar la discusión en torno al impacto en el quehacer de los intelectuales y del compromiso social de su trabajo.
Criterio de Hodara
En 1972, el politólogo israelí Hodara, en su obra Políticos versus Técnicos, aboga por la necesidad de que los primeros deben aprender a tecnificarse, pero sin caer en el frío tecnologismo; y los segundos requieren emprender el esfuerzo por entender que la política consiste en el arte de tomar decisiones entre dos polos –muchas veces profundamente antagónicos - de conocimiento y verdad, siendo por lo tanto conocimientos no necesariamente opuestos, sino complementarios. Para este pensador el compromiso ético de unos y otros es de diferente naturaleza, pero constituye -en ambos - una obligación insoslayable.
Criterio de Shils
En 1974, el sociólogo y economista británico Edward Shils publica la obra Los Intelectuales y el Poder, que permite asomarse, sin sesgos ideológicos que distorsionan la verdad , a las obras de envergadura producidas por científicos y pensadores de la talla de Max Weber, T.S. Elliot, Karl Mannheim, Edward Taine, Jules Romains, Karl Popper, entre otros . Y sin que nos lleve a una conclusión determinante, como sí intentaron Marx y Engels, nos hace notar el error de quienes se consideran o se dicen intelectuales para caer en fanatismos de diversa índole que les enajena y enturbia la mente y por ende a las conclusiones a las que llegan.
Criterio de Fukuyama
En 1987, el sociólogo norteamericano Francis Fukuyama, en la obra El fin de la Historia, que alude a la práctica desaparición de la URSS y a la hegemonía que recobra el Mundo Occidental capitalista, señala –desde nuevas perspectivas- algo que habían intuido otros pensadores cuando afirma :
«Ya los intelectuales de letras, sobre todo los ideólogos y los políticos, no están en capacidad de producir más ideas, toda vez que han agotado su capacidad para definir la historia, dejando entonces a la ciencia el camino libre para plantear alternativas que deben ser resueltas solo por el mercado».
Criterio de Brockman
En 1995, el filósofo de la ciencia y periodista cultural norteamericano John Brockman, en su obra La tercera Cultura, plantea que en la escena intelectual se está produciendo, cada vez con más fuerza, un fenómeno social que va dejando de lado al «intelectual tradicional» (se refiere al de letras), para darle importancia únicamente al intelectual científico.
Brockman señala que, por lo menos en lo que se refiere a los intelectuales norteamericanos tradicionales, estos son «cada vez más reaccionarios, con alta frecuencia arrogantes y tercamente ignorantes de muchos de los logros intelectuales verdaderamente significativos de nuestro tiempo, porque su cultura rechaza la ciencia, careciendo muchas veces de base empírica para hacerlo y porque viven haciendo comentarios de comentarios y comentando los comentarios, en los medios de prensa, en una espiral que se agranda, hasta que pierden de vista el mundo real».
Criterio de Jacoby
El profesor norteamericano, Russell Jacoby en su libro Los últimos intelectuales, en 1997, afirma que «el quehacer de todo intelectual, sea de letras o de ciencias, debe incluir la comunicación, porque se supone que los intelectuales no son sólo gente que sabe. Son también y muy fundamentalmente personas que modelan el pensamiento de su generación, porque un intelectual es un sintetizador, un publicista, un relacionista, en fin un comunicador, al servicio de la razón».
Síntesis parcial de la definición de intelectual
Aunque se podrían agregar algunas definiciones más, baste con las mencionadas, porque se deduce de los criterios de los autores citados que si no hay una concordancia total en las inquietudes, al menos si existe un eje orientador común, casi de Perogrullo: el intelectual es una persona que sabe. Ese saber debe ser puesto al servicio de la comunidad, porque el poseedor de ideas, el intelectual, es un comunicador.
Y un comunicador es una persona que sirve de mediador o de intérprete de la realidad que le circunda y que describe, según su conocimiento, lo que es esa realidad. Y de acuerdo con las reglas de la ciencia , el intelectual, que ya se nos ha convertido en un comunicador, resulta que requiere de usar un solo instrumento válido para hacerlo: la lógica, no la emoción. Esto es: debe usar la razón y no el sentimiento.
Visión postmoderna de intelectual
Se la debemos al neuro-cognotivista portugués Jose Antonio Damasio, quien, a inicios del milenio que cursa, sentencia:
La idea de que el bastión de la lógica no debe ser invadido por las emociones y el sentimiento está firmemente establecida desde Platón hasta Kant; pero tal vez no hubiese sobrevivido de no haber sido expresada tan vigorosamente por Descartes, quien separó de las emociones a la razón y apartó a ésta de sus cimientos biológicos reales.
Por supuesto que la escisión cartesiana no es la causa de las patologías que hoy padece la razón, pero sí puede achacarse a aquella lo mucho que el mundo moderno ha tardado en reconocer su raigambre emocional.
Cuando se concibe a la razón como carente de ascendencia biológica, es bastante fácil pasar por alto el papel que en su funcionamiento desempeñan las emociones.
Y concluye, tajante: no advertimos que nuestras decisiones presuntamente racionales acaso sean manejadas por la emoción que se desea mantener a raya. No hay que ignorar el efecto positivo que las emociones bien armonizadas pueden producir en la búsqueda del conocimiento para emitir juicios de valor.