Llegamos al campamento Orinoquia Lodge en Puerto Ayacucho, un campamento muy bonito cerca del río Orinoco, con cabañas de techo de palma y un ambiente selvático. Pasamos una noche preparándonos para el viaje del día siguiente; todo era una sorpresa porque no sabíamos cuál era el plan sino hasta que ya era hora de movilizarnos.
Al día siguiente salimos hasta el puerto, donde habían algunas curiaras y barquitos. Nos montamos en un bongo y zarpamos hacia San Fernando de Atabapo.
Funes, el terror del Amazonas
Mientras pasaban las dos horas que tomó el viaje, yo recordaba lo que había leído sobre Funes, el terror del Amazonas, quien el 8 de mayo de 1913 toma por asalto la casa del gobernador de San Fernando de Atabapo, Roberto Pulido, y lo asesina, junto con su esposa y sus seguidores, para tomar el control de las riquezas de la región, que eran el caucho, el batalá y la sarrapia; su masacre duró 8 años, hasta que el 31 de enero de 1921 fue fusilado por Emilio Arévalo Cedeño. En la novela La Vorágine se describe a Funes como un «bandido que debe más de seiscientas muertes. Puros racionales, porque a los indios no se les lleva el número».
Teniendo esta historia en mente llegamos a San Fernando de Atabapo, pero no nos bajamos en el pueblo, llegamos a un barco llamado La Iguana, bellísimo, parecía de película. Tenía cambures colgando por fuera, cestas indígenas llenas de verduras y, después de observarlo casi boquiabiertos, lo abordamos.
Almorzamos y nos bajamos en la playita donde estaba el barco amarrado. La arena era casi blanca y reflejaba mucha radiación. Papá y yo paseamos un poco revisando qué cosas habían llegado a la orilla. Encontramos que habían varios tipos de semillas y entre ellas pudimos distinguir las de manaca (que es una palma comestible), algunas conchas vacías de caracoles y algunas ramas de un árbol al que llaman palo de boya, ya que es extrañamente ligero y flotaba muy bien.
Salimos en una voladora (lancha) navegando por el río Atabapo. La vegetación era grisácea, el agua era muy oscura, casi negra, la arena era blanca y el cielo estaba nublado, el paisaje parecía estar en escala de grises. Paseamos un rato, viendo los paisajes y de regreso se nos hizo de noche. El agua parecía una tela de seda gigante ondulante que casi ya no se veía en la oscuridad.
Regresamos a La Iguana, de la que apenas se veía la luz titilante a lo lejos, y cenamos muy rico.
A la mañana siguiente nos alistamos y fuimos a San Fernando de Atabapo, tierra de comercio del caucho, la sarrapia y el batalá. Papá estaba emocionado porque era la primera vez que iba y había leído mucho sobre su historia.
Llegamos a la laja de piedra que sirve de puerto y caminamos hacia el pueblo. Hacía calor, caminamos hasta llegar a las calles y empezamos a ver árboles gigantes de mango, jobo, samanes, moriche, manaca, pijigüao y otros árboles característicos de la selva.
Las casas eran de un solo piso y fuimos hasta la casa que perteneció a Roberto Pulido, luego a Funes, y que finalmente fue demolida para hacer una casa de la gobernación.
Todo el pueblo estaba lleno de historia, los árboles eran tan grandes que sabíamos que habían sido testigos de todo lo que había ocurrido. Paseamos hablando con la gente, viendo lo que hacían, observando las plantas que estaban ahí y cómo eran usadas por los residentes.
Es época de manaca o açaí, sus frutos tienen un valor nutricional muy alto y se consume en forma de bebida, dulces y helados: es muy rica y de color morado. De esa palma también se extrae el palmito que se procesa como encurtido para ensaladas.
Hacia Colombia en «La Iguana»
Después de pasear por el pueblo y de comer una enredadera llamada cundiamor nos fuimos en moto hasta la laja de piedra que hace de puerto y de ahí nos regresamos hacia La Iguana, donde nos avisaron cuál era la próxima movida: vamos hacia Colombia.
Después de pasar el punto de control fronterizo nos fuimos por el río Guaviare, que es muy diferente del Atabapo, ya que el agua es de color marrón y no sé por qué, pero la vegetación era mucho mas verdosa, abundante y frondosa. Vimos muchas palmas.
Pasamos la confluencia del río Guaviare con el río Inírida y papá se emocionó mucho por estar ahí conmigo ya que nunca había estado ahí.
La cantidad de barcos, bongos, curiaras y demás medios acuáticos que iban apareciendo nos indicaron que estábamos llegando a puerto Inírida donde había gran actividad comercial.
Nos detuvimos entre los barcos que traían casabe, pescado salado, cambures, plátanos, carros, tractores y muchas cosas más.
Nos bajamos a recorrer el pueblo, hacía mucho calor pero nos divertía lo dinámico que era, había un olor a jazmín en el aire, los mercaditos estaban rebosantes de diferentes productos selváticos. Había mucha actividad para lo apartado que estaba, nos comimos un raspado y dimos un paseo rápido.
Ya era hora de regresarnos al barco y estábamos bajando hacia el puerto cuando un atardecer que bañaba los barcos con su luz hizo que nos detuviéramos por unos segundos.
Esa noche se apagó la planta eléctrica del barco por unos minutos. ¡Qué suerte! El cielo estaba cubierto de estrellas hasta donde alcanzaba la vista. Era inmenso, y me di cuenta que muy pocas veces nos detenemos para disfrutar este tipo de cosas.
Al amanecer nos percatamos de que no estábamos solos en esa playa. Compartiendo esa pequeña isla se encontraban unos indios de la etnia Puinave. Papá empezó a hablar con ellos y les enseñó el libro de supervivencia en selva que había escrito mientras ellos señalaban los árboles y palmas que también conocían. Nos dieron a probar el seje (palma cuyos frutos tienen un alto valor nutricional) con mañoco (derivado de la yuca) y estaba muy bueno. Estaban ahumando pescado y esta técnica se usa para que el pescado dure más tiempo sin estropearse. En la selva es importante, porque no sabes cuando será la próxima vez que encuentres comida.
Navegamos hasta llegar a otra playa que estaba un poco más alejada del pueblo y ahí papá y yo nos bajamos para ver qué había en la selva, pero caminando nos dimos cuenta de algo muy curioso: ¡la arena sonaba! Emitía un sonido parecido al de una rana cantando (croac) cuando caminabas o la movías... ¡qué interesante!
Llegamos al borde de la selva buscando palos y hojas secas para encender fuego cuando vi un panal de avispas abandonado; son muy buenos para conservar la llama porque arden lento. Hacía mucho calor, me sentía como en los programas de supervivencia donde la gente está sofocada por el calor en la selva y los mosquitos, tal cual, me pasé la mano por la nuca sacudiéndome algo que me quería picar sin pensar que los panales tienen una sustancia irritante que aleja a los depredadores… la sensación era como si tuviera un collar hecho de pelos, muy desagradable tuve que ir a bañarme y tomarme un antihistamínico (antialérgico) para que se me quitara.
Nos montamos en una “voladora” (lancha pequeña) para ir desde la playita donde estaba el barco hasta Puerto Inírida de nuevo. Como iba a ser una visita rápida no me llevé el impermeable.
Paseamos un rato y encontramos una panadería donde hacían muchos tipos de panes: pan dulce con arequipe, con coco, con queso, con guayaba, con manzana y canela, habían demasiados!, yo los quería probar todos pero sólo me comí un par con un jugo de lulo que estaba muy rico.
Continuamos paseando y en una ferretería compramos un tobo para aceitunas que tiene tapa y cierra hermético, muy útil.
Salimos porque ya se estaba haciendo de noche y caminando hacia el puerto vimos que entre nosotros y el barco había una nube enorme muy oscura de la cual salía una cortina de agua densa. Menos mal que habíamos comprado el tobo, pues metimos todas las cosas ahí. Nos montamos en la voladora y arrancamos hacia la pared de agua.
Las gotas se sentían como pequeñas agujas por la velocidad a la que íbamos y no podíamos ver hacia delante. El cielo se iba oscureciendo, pero de vez en cuando a lo lejos se veía el resplandor de los relámpagos. Llegamos al barco bajo un aguacero, una tormenta con rayos cayendo muy seguido y cada vez más cerca. Llovió por más de tres horas sin parar y hubo un rayo que cayó en la playa donde estaba el barco amarrado. Algo curioso que me ocurrió es que no había tenido señal telefónica, pero bajo la tormenta si tuve. Cuando cenamos estaba cesando la intensidad de la lluvia y con ese sonido del agua cayendo en el río nos fuimos a dormir.
San Fernando de Atabapo
Abrí los ojos en la mañana para recibir una grata sorpresa, había un amanecer con un rojo muy intenso y bonito. Desperté a papá y fuimos a hacer fotos mientras un gabán nos veía desde un árbol cercano.
Salimos de Puerto Inírida hacia San Fernando de Atabapo, nos tardamos dos horas y llegando al puerto nos recibieron unos perros de agua y un grupo de toninas que nos siguieron hasta la playita de arena blanca donde habíamos estado tres días atrás.
Las toninas se quedaron cerca del barco con curiosidad y nosotros nos fuimos en una voladora hasta el pueblo de San Fernando de Atabapo porque queríamos ver la razón por la cual Funes había causado tanto terror en esas tierras: el caucho.
En el pueblo nos montamos en unas motos y nos dirigimos hacia los sembradíos de árboles de caucho, pasamos algunas partes con arena donde la moto se coleaba pero llegamos bien. El señor encargado de la recolección nos mostró cómo se cortaba la corteza del árbol para que éste liberara el valioso látex sin causarle la muerte al árbol: el corte no puede darle la vuelta completa a la corteza, sólo se expone una línea delgada debajo de las cicatrices de cosechas pasadas.
El látex comienza a fluir y cae una gota cada tres segundos. Cada tres horas se pueden recolectar de 300 a 500cc de látex por árbol. Se «sangran» de 2.500 a 3.000 árboles y se producen de 250 a 300 litros diarios, pero en verano se hace mantenimiento para dejar que el árbol cicatrice y llevar un control de cuánto se consume al año del árbol (en promedio, 12 cm).
Este látex se lleva a una casa donde se le aplica ácido fórmico que actúa como coagulante (o con humo, como antes se hacía) que reducen tres litros a 1,2 litros. Aquí el látex luce como una lámina de 5 mm de espesor muy resistente que se enrolla hasta formar un bloque llamado “bala” que se vende a las compañías que lo procesan dependiendo del producto que vayan a fabricar.
Además del látex, otro producto importante de comercio es la semilla de Sarrapia que, al ser sumergida en agua, suelta unos cristales que se usan para fijar perfumes, darle olor al tabaco y a los chocolates.
Nos devolvimos en las motos de nuevo hacia el pueblo y, pasando por la parte con arena, vimos algo sobre las huellas de nuestras ruedas que hizo que todos los hombres que nos llevaban se vieran entre sí con un poco de miedo: eran las huellas de un jaguar muy grande, que pasó justo detrás de nosotros, y no sólo eso… ¡eran dos! Uno mas pequeño que el otro y en partes diferentes del camino, qué emocionante.
Nos devolvimos al barco y zarpamos hacia Puerto Ayacucho, nos quedamos varados un rato en un banco de arena que había en la mitad del río pero logramos salir después de retroceder varias veces. Se nos hizo de noche y tuvimos que detenernos en una playa a dormir.
Aguirre, la cólera de Dios
Nos levantamos muy temprano para salir y mientras navegábamos vimos miles y miles de Ephemeroptera volando sobre el río. Son unos insectos parecidos a una maripositas pequeñas que viven muy poco tiempo como adultos y se juntan en grandes cantidades para procrear y luego morir.
El día estaba muy lindo y soleado. Papá me cuenta que por este río pasó el Tirano Aguirre, también llamado el loco Aguirre quien fue un explorador español y conquistador de Sudamérica, fue uno de los hombres que participó en la expedición desde Ursúa al Dorado y cuando venía bajando por el Amazonas se sublevó y mató a muchas personas para proclamarse líder. Quería revelarse contra el Rey de España, regresarse a Perú y tomarlo. Viajó desde Perú hasta Margarita y la mayoría de las personas piensan que bajó por el Amazonas y salió al mar, pero se ha determinado que subió por el río Negro y por el Casiquiare hasta el Orinoco, pasó frente a San Fernando de Atabapo y salió por el Orinoco hacia Margarita donde mató a muchas personas y luego, en 1561, al saber que era traicionado por algunos solados y que iba a ser ajusticiado por revelarse contra el Rey, asesinó a su hija e hizo que sus soldados le dieran muerte antes de caer en manos de las autoridades.
Llegamos a Puerto Ayacucho, y fuimos de nuevo al campamento Orinoquia, tenemos un poco de mareo del barco… qué curioso, nos dio en tierra firme, pero no en el barco cuando nos montamos al principio del viaje. Pasamos la noche ahí y a la mañana siguiente, antes de salir hacia Caracas, paseamos con el capitán del barco y su familia por los mercaditos del lugar donde vimos mucha actividad. Vendían mañoco, seje, pijigüao, mapuey morado y muchas otras cosas.
Me gustó mucho ver la cantidad de alimentos que se encuentran en la selva, los paisajes, la gente, los puertos, fue un viaje muy emocionante, recorriendo lugares por donde pasaron grandes personajes de la historia y compartir esta experiencia con mi papá fue, sin duda, muy enriquecedor.