El budismo tiene una forma particular de entender la existencia y las relaciones entre humanos: plantea que la vida es un proceso de cambio constante que requiere que nos adaptemos y que reeduquemos nuestra mente para hacernos más fuertes.
Las personas que practican esta disciplina suelen decir que el budismo, en general, y las leyes del karma, en particular, les permiten conectar mejor con sus emociones, lograr mejores niveles de comprensión y estar más cerca de la felicidad.
El budismo está de moda. También la meditación y la medicina holística, porque cada vez que miramos la atención en nuestros hospitales latinoamericanos, buscamos cualquier alternativa.
Al pueblo, incapaz de pagar los precios de la medicina privada, no le queda más que rogar al cielo no enfermarse y, si lo hace, igual que Celia Cruz, buscar yerbas y remedios caseros que los curen. Y para prevenir, seguir los consejos de autoayuda para mantenerse lo más lejos de los hospitales. De ahí que ahora tengamos a los gurúes del yoga, de la meditación, de lo orgánico y del vegetarianismo.
En apariencia, parece algo bueno: un movimiento en contra del materialismo de todos los días. Pero, como en todo, hay cosas buenas y otras no tanto.
Los orígenes en Occidente de lo holístico no son democráticos. Tanto que no existió un régimen que lo promoviese más que el de los nazis. No olvidemos que Hitler era vegetariano, que su gobierno fue el primero en prohibir el fumado en el trasporte público y que el deporte y el amor por el campo y el aire puro, fueron sus nortes.
En Japón, los kamizakes que se estrellaban contra los barcos norteamericanos lo hacían gracias a su confianza en la doctrina zen de Suzuki que les decía que no somos nada más que átomos. Si uno se vuela en pedazos, sostenían los monjes budistas, los átomos siguen vivitos y coleando en algún rincón del universo.
Con los nazis, la medicina holística surge como una reacción ante la supuesta frialdad de la ciencia médica occidental. Se argumenta que esta se ha perdido por su excesivo racionalismo. El doctor Karl Kötschau fue el pensador de la revolución orgánica nazi de la medicina. La industria, la medicina socializada y la urbanización, para él, eran responsables de la enfermedad. Y quienes sometían al pueblo alemán a esta modernidad exagerada, eran las minorías excluidas.
Su visión era la de una medicina holística que sería, de acuerdo con él, más Goethe y menos Newton. Esto era parte del deseo de regresar a la tierra y a la vida bucólica del campo alemán. Se criticaría a la medicina occidental de estar regida por intereses económicos únicamente. El resentimiento en Alemania en contra de las compañías aseguradoras que determinan el tipo de tratamiento y sus costos, se usa para culpar como usurera a toda la medicina tradicional.
La ideología holística, al incluir en la salud los problemas sociales y no diferenciar entre lo público y lo privado, era un gancho también para las políticas genocidas. Se aducía ahora que Alemania entera era un organismo expuesto a los virus y a los tumores y que estos eran, ahora, seres humanos.