Me encontré con Pierre y un amigo del Quebec, que se dedica a viajar por el mundo y que por el momento se ha establecido en Tailandia, país donde es fácil llegar y difícil dejar. El amigo, delgado, de cabellos largos, de 43 años de edad, bien afeitado y con anteojos, daba la impresión de cuidar su apariencia y esto contrastaba con la imagen que tenemos de los personajes errantes.
Él acaba de volver desde África, donde estuvo por 9 meses, yendo de un lugar a otro sin destino y dejándose llevar por la situación y las posibilidades. Uno de sus comentarios fue que en África no tienen casi nada y lo poco que tienen, lo comparten contigo. Y agregó que en Mali nunca esperó más de unos pocos minutos para ser recogido en un coche y que a menudo lo invitaban a casa. Esto me llevó a pensar en mi infancia, hace ya uno 50 años, cuando la gente compartía más de lo que comparte ahora y nadie tenía miedo de perder nada, ya que el valor de lo material era inferior a la curiosidad. En Europa y otros lugares, la gente rechaza el contacto, ya que este es percibido como un riesgo y la imagen que se hacen de los otros, tiende a ser negativa. Una trampa que no nos protege y sin embargo nos priva de vida vivida.
El mecanismo de inclusión, hoy en día, es más débil que el de la exclusión. La causa seguramente es el miedo, que como sentimiento es uno de los más fuertes y contamina nuestra imaginación, impidiéndonos nuevos contactos o relaciones casuales con otras personas. Antes de África, el amigo viajero estuvo en Siberia, donde la gente, según su relato, era más accesible y abierta que en Europa occidental. El acudía a las iglesias, donde siempre había alguien dispuesto a hospedarlo, no en la iglesia misma, sino que en su casa. Ahora vuelve a Siberia, pasando desde Italia a Eslovenia y desde allí, siempre hacia el este hasta llegar a Rusia. Viaja con poco dinero, no se preocupa si dormirá en la calle o dejará de lavarse por unos días. Su interés son las personas, la gente en general, la experiencia vivida y la naturaleza y esto lo lleva a evitar las ciudades, ya que en ellas, la gente es menos solidaria y accesible. Sus próximos viajes son en bicicleta, desde Bangkok hasta Montreal atravesando el Atlántico en barco y después hacia Sudamérica, para recorrerla toda, siempre en bicicleta.
Pierre parte este lunes para el Asia y tiene una cita con el Dalai Lama. Conversando sobre esto, nos contó que una de las preguntas que le haría es cómo se puede predicar el desapego y vivir el presente, si esto muchas veces implica alejarse emocionalmente de las personas y de sí mismo, ignorando los sentimientos. El amigo viajero, que ha practicado meditación por años, afirmaba, que para él no existía una diferencia entre el bien y el mal y que si esto fuese el caso, la diferencia era sólo un juicio o prejuicio, que tenía que ser superado, aceptando para vivir sin dificultades el presente y desprovisto de grandes expectativas. Lo que me hizo pensar al conflicto entre la intencionalidad, el tener un plan o querer hacer algo específico, y el desapego emocional por un lado y las relaciones personales por el otro, donde los afectos nos influencian fuertemente. El viajero no tenía hijos ni pareja, sólo su madre y su padre, a los cuales les escribía con frecuencia. Antes de despedirnos, dijo que en un viaje, lo que importa no es el lugar, sino el viaje mismo y por eso, no se hacia otra idea, que la de viajar, seguir el camino casi sin rumbo y apreciar profundamente lo que este ofrecía.
Me despedí de Pierre y del viajero. Pierre volverá dentro de unos meses a contarme sus experiencias y el viajero pasará nuevamente por Italia en bicicleta y nos encontráremos para hablar de viajes y vivencias. Yo, por el momento, seguiré pensando en las múltiples maneras de vivir esta existencia, sin decir jamás que una es mejor que otra, sino con la curiosidad infinita de conocerlas y entenderlas.