«En lo más profundo del invierno, finalmente aprendí que dentro de mí habitaba un verano invencible»
(Albert Camus)
Me fui sin llegar a conocerte, sin ni siquiera despedirme. No vale la pena decirte que pienso un poquito en ti cada día, un poquito que a veces se me hace demasiado y termina subiendo por mi garganta como una viscosa bola de gusanos que me hace perder el aire mientras lloro. No vale la pena explicarte que no es exactamente un pensamiento, pues parece salir de mis entrañas y alojarse en mi estómago, o un poquito más abajo, allí donde se siente en lugar de pensar. No sé por qué te lo cuento aunque no valga la pena, ni llego a imaginar por qué ahora, tan tarde. O tal vez sí. A lo mejor es que me duele tanto tu dolor, a pesar de estar tan lejos, que tus heridas son también mías.
Ahora tengo miedo, más del que tenía. Ahora que no te tengo y que no me tienes… pienso, ¿me echas de menos? ¿Sientes cómo mi ausencia ocupa un invisible hueco en ti? Porque la tuya me ha invadido entera y hay ratos que ni siquiera me deja respirar. Pero no me asusta que me asfixie, es como si lo esperara, como si supiese que es un fin inevitable. Me asusta pensar que no volveré a tenerte. Que no volverás a abrazarme. Me aterroriza saber que no volverás a mojar mi piel con tus lágrimas ni yo las derramaré sobre ti. Me enfada no haber estado allí cuando todo era horror y sangre y miedo. Me horroriza no haber podido ayudar.
Dejé mucho de mí al dejarte. He llegado a pensar que, en realidad, me abandoné entera al abandonarte, aunque sé que me perdí al encontrarte. ¿Te encontré? Creo que miento descaradamente, pues no apareciste repentinamente, sino que te busqué. Absorta, ciega y desesperadamente. No sé por qué se me hace tan difícil hablar de ti. Hablar de lo sucedido.
Siempre tiemblo un poco al recordarte, aunque a veces sólo sea un instante. Me recorre serpenteante un dulce escalofrío, como si sintiese de nuevo tus caricias. A veces, sin previo aviso, mi mente proyecta una película a fotogramas con miles de imágenes de nuestra vida en común y es preciosa, te lo digo en serio. Me gustaría que la vieras. Sé que me has hecho llorar muchísimo, pero ahora no me importa. Me importa el dolor que tú sientes. Que todos a los que quiero y dejé allí sienten. No puedo ni quiero olvidarte. No quiero abandonarte ahora que estás quebrada. Rota por el dolor. Quiero acompañarte hasta que las heridas se conviertan en punzantes y longevas cicatrices de momentos que nunca llegarán a sanar del todo.
Me ayudaste a reafirmar mi carácter, a conocerme y a experimentar, me regalaste emociones y filosóficos descubrimientos… por todo lo que te debo y lo mucho que me duele lo que ha ocurrido, voy a dedicarte estas líneas. Sólo sé que te lo debo, Barcelona. Sólo sé que tus calles me han hecho feliz, me han hecho sentir plenamente viva y no puedo evitar sentir dolor al verte sangrar. Tu brisa potenciaba todos mis sentidos.
Porque siempre te he considerado y te consideraré grande y rica, porque eres un manantial de cultura, un volcán de sensaciones, un orgasmo de instantes dignos de recordar. Porque no quiero que el miedo, la rabia y el odio tiñan las calles de la ciudad más abierta que conozco. De la ciudad más bonita y amable que conozco. Porque no sólo has sido mi casa sino la de mi inspiración, que ha morado en todos tus rincones acechando mis cuadernos. Gracias, Barcelona. Te echo de menos, Barcelona. Ojalá estuviera contigo ahora, Barcelona, ciudad de sueños y de letras, rincón del amor y la libertad.