Una de las figuras intelectuales más interesantes que ha producido el intercambio cultural de estos últimos decenios es, o fue, Roberto Bolaño, ya que a temprana edad dejó su país natal, Chile, para radicarse con su madre y hermana en el Distrito Federal, México, y, a pesar, de su relación de amor y odio con su país de proveniencia, podemos afirmar que cultural y formativamente era un apátrida o un ciudadano del mundo literario que no conoce fronteras.
Sus características personales fueron una gran fantasía y capacidad narrativa, la provocación anticonvencional, sus intereses personales y gustos literarios, su carácter neurótico y casi obsesivo de corte anarquista y un interés marcado por las “perversiones”. Fue parte de una corriente literaria, por no decir uno de los fundadores, el infrarrealismo, que en su «programa» incluía una guerra a la cultura dominante y tradicional, y esto lo aleja también de cualquier carácter nacional, donde predomina el conformismo y lo tradicional con pocas excepciones.
Bolaño, junto con Mario Santiago Papasquiaro, fueron las puntas de este movimiento, que el escritor abandonó después de unos pocos años, afirmando que promover el humor es uno de los métodos más eficaces para matarlo. En ese entonces, cuando era parte del grupo literario, participó, como organizador, en un boicot a una lectura de Octavio Paz, donde no lo dejaron leer sus textos. Desgraciadamente, Roberto Bolaño murió a la prematura edad de 50 años, en Barcelona, por una deficiencia hepática, dejando un legado cultural de unos 20 libros y una selección interesante de poesías.
Su logro literario más importante ha sido la reconceptualización de la novela, que en él tomó una nueva forma y dimensión. Bolaño puede ser considerado uno de los escritores latinoamericanos más relevantes de los últimos 25 años. Entre sus libros resalen: 2666, Detectives salvajes, Nocturno de Chile, El gaucho insufrible y Putas asesinas. Estos dos últimos son libros de cuentos, que fueron una especialidad del autor. Se cuenta que en su juventud leyó asiduamente, sobre todos libros de carácter policial, que padeció de una ligera dislexia, que no lo disturbó mayormente en la escuela ni con la escritura, y que su pasión por la literatura inició tempranamente con la poesía. Un interés que compartía con su amigo Mario Santiago, que falleció a una muy joven edad. Ambos eran admiradores de Efraín Huerta, un poeta bohemio mexicano.
Durante la década de los 70 se trasfirió a Europa, radicándose definitivamente en Cataluña, donde hizo varios trabajos esporádicos, escribiendo todo el tiempo posible y participando en concursos literarios hasta obtener, finalmente, el primer premio en el “Félix Urabayen” con La senda de los Elefantes en el 1984. En el 1985 se casó con Carolina López y se estableció definitivamente en la localidad de Blandes en las proximidades de Barcelona, ciudad que amó y donde se concentra la industria editorial de España.
El resto es ya historia: en 1992 le diagnostican una grave enfermedad hepática y desde ese momento dedica todo su tiempo disponible a la escritura, encerrándose por días en su estudio a la vez y produciendo, proficuamente, varias novelas, dejando sin terminar una de las más importantes: 2666. Póstumamente algunos de sus libros han sido reconocidos entre los mejores 15 publicados en lengua española en el último cuarto de siglo. Una de las tantas cosas que podemos aprender de Roberto Bolaño fue su fuerza de voluntad, su perseverancia y su pasión por la escritura, su creatividad exuberante, junto con su inmejorable sentido del humor.
Hoy me recuerdo de Quilpué
y quizás será por Bolaño,
que de niño hizo el boletero
hacia el Puerto de ida y vuelta.
Bajar corriendo por la puerta
de adelante para subirse por la trasera
y gritar boletos y cobrar dos o tres monedas.
Muchas veces tomé el Flecha Verde
desde el Puerto hasta Quillota o la Calera.
Nunca me crucé con Roberto,
pero sí con niñas de uniforme,
que pintaban de mar la carretera.
O con vendedores de dulces, de fruta
y de pan fresco con berenjena.
Hoy me recuerdo de Quilpué,
bajo esa llovizna tranquila,
envuelto en la brisa costera,
donde una vez besé a una morena.