En 1892 tuvo lugar una reunión en Estados Unidos, que estuvo presidida por el director de Harvard, con el fin de decidir las materias que eran necesarias impartir durante el curso en los institutos del país; materias que se convertirían en referente para las siguientes décadas en el mundo académico. El álgebra, ¿Para qué sirve que un niño aprenda álgebra en el colegio? ¿Por qué se imparte? Pues el presidente del comité de matemáticas en esa reunión también era director de ese mismo departamento en Princeton y, casualidad, hacía poco tiempo que había publicado un libro sobre álgebra y esta era una manera brillante de hacer que fuera comprado masivamente. Hoy en día, el álgebra se pretende imprescindible en la mayoría de institutos y colegios del mundo porque hace 120 años una persona con influencia en EEUU quiso vender sus libros.
A nivel científico y pedagógico, no se estudia la necesidad que pueda tener un niño de aprender una materia como álgebra, ya que entraríamos en la base misma de la educación y saldría a colación la pregunta... ¿para qué sirve la educación en las escuelas? En cambio, se estudia pedagógicamente la edad mínima a la que un niño puede asimilar esa información abstracto-numérica para incluirla o no en el plan de estudios. Para mí no tiene sentido a nivel educativo, porque no tendría la motivación intrínseca de preparar a un niño para una vida sana en sociedad, sino que prepara al niño para una vida numérica en una Sociedad Anónima.
Quizás así sea, pero entonces, estaríamos aceptando la inevitable sentencia que sería que las escuelas dejaran de estar controladas por el Ministerio de Educación y directamente pasaran a ser dominio definitivo del Ministerio de Industria y Fomento. Digo "definitivo" de esa manera para introducir la idea de que esa tendencia de convertir las escuelas en fábricas de usuarios no es irreversible, que hay caminos, que hay incluso una revolución pendiente y posible, aunque hoy en día sólo se vean los aspectos de la crisis, que son los que hay que reparar.
Se habla mucho de las escuelas en Finlandia. El sistema que tienen me parece mucho más coherente con la realidad biológica y social de los niños que cualquier otro sistema educativo. Los descansos entre materias están regulados según los estudios sobre atención que se han realizado y, aunque parezca poco, es una ruptura directa de la barrera entre la investigación científica y la aplicación directa para la mejora del sistema. Se concluyó que los niños no pueden mantener la atención más de 40 minutos seguidos en algo que les interese, importante esto, así que se redujo la duración de esas clases y se puso un descanso de 15 minutos entre las materias. Ahora, hasta primaria, se han eliminado las asignaturas y los niños están inmersos en un aprendizaje "no formal". Los resultados son evidentes, y nadie les puede discutir la validez de su programa, de hecho, suscita envidias por todo el mundo. Aún así, ¿por qué es Finlandia uno de los países más racistas teniendo uno de los sistemas educativos más exitosos? Quizás sería otro misterio que sacaría a la luz la pregunta... ¿Para qué sirve la educación en las escuelas?
Y, ¿dónde quedan las emociones? No quiero ser otro adherido a la moda de la educación emocional, mal entendida y que da lugar a libros místicos de autoayuda, así que hablaré de educar en las emociones. ¿Cómo puede la escuela provocar una experiencia trascendente como humano si un estudiante sale de ella sabiendo álgebra, pero nada sobre empatía? ¿Cómo se entiende que ese mismo alumno pase a la largo de todos esos años más de 500 horas haciendo ecuaciones y no pase ni una sola trabajando conceptos como justicia o altruismo? Esas cuestiones, en España al menos, estaban relegadas a ser "estudiadas" en la asignatura de religión. Que no es más que adoctrinamiento religioso desde las escuelas, donde esos conceptos no vienen desprovistos de la carga moralista cristiana de siempre, que pretende la dogmatización de las ideas por encima de la libertad de las mismas.
Pero no puede haber revolución educativa si la religión está en las escuelas, o si las emociones no se tratan como conceptos más importantes para trabajar y poner a prueba que la capacidad de despejar la x, pero, sobre todo, no puede haber revolución educativa si la maquinaria escolar se comporta como un instrumento de exclusión social y las instituciones reaccionan como si fuera la naturaleza misma e inevitable del sistema.
Básicamente, hay ese concepto de lo inevitable, del mal menor, de que los fallos y el fracaso escolar son fruto de la mala adecuación de los alumnos al mundo académico. Eso esconde el criterio de que hay personas aptas para estudiar y otras que, simplemente, no sirven para ello. Aceptando el sistema educativo como una cosechadora que recoge los productos del campo y a la vez selecciona y desecha los que ninguna empresa compraría; y no sería injusto seguir con la metáfora y decir que esas mismas empresas no venden, por ejemplo, los pimientos que no sean rectos a las grandes superficies, no porque no estén igual de buenos, sino porque la gente no los compra si están doblados. ¿Qué se hace en las escuelas? Se desechan los pimientos que nacen doblados diciéndoles que la culpa es de no haber querido nacer rectos.
La metáfora puede parecer excesiva, pero tenía en mente el caso del Trastorno de Déficit de Atención a la hora de expresarla. Este ahora tan famoso trastorno de la personalidad fue descrito por el Doctor Leon Eisenberg en los Estados Unidos, siguiendo una investigación anterior que diagnosticaba a los niños nerviosos con un trastorno posencefálico sin que hubieran tenido encefalitis, y muchas voces dentro del mundo escolar y farmacéutico aplaudieron el éxito que era por fin describir el comportamiento de estos niños y a su vez dar una explicación a un gran porcentaje del fracaso escolar, que ya no culpaba al sistema mismo, sino que eran los propios niños los que presentaban incapacidades de adaptación y atención. El fármaco Ritalín se hizo famoso en Estados Unidos en muy poco tiempo, el alumno que rompía el ritmo de la clase con muestras aleatorias de ser un niño era mandado al especialista, después era llevado a la farmacia y más tarde, drogado, de vuelta a su silla en la escuela donde, magia, el niño ya no molestaba. Así que, si el tratamiento funcionaba significaba que el trastorno que decía tratar, obligatoriamente, era real.
El Doctor Eisenberg, descubridor del supuesto trastorno (TDAH), justo antes de morir en 2009, se sinceró con el mundo y con su conciencia y admitió que todo había sido un invento, que habían cogido datos y habían creado de la nada un trastorno que convertía a miles y miles de niños normales en niños disruptivos con necesidad de medicación. Pues el efecto que tuvo la declaración de su inventor fue el contrario al previsible y ahora es más popular que nunca. Parece que el hecho de haberlo dado por cierto un tiempo hace que no se pueda dar marcha atrás, no hay honestidad social ni intelectual ante el resultado, en Europa parece más aceptado que nunca desde que su autor dijo que es mentira, y en cada vez más universidades españolas se estudia dentro de los planes de psicología y psiquiatría con la normalidad y el convencimiento con que un sacerdote habla de la existencia del espíritu santo.
Pero no existe. La biología de un niño no está diseñada para sentarse en una silla quieto y callado durante 6 horas seguidas 5 dias a la semana 9 meses al año y memorizar información innecesaria como si nuestro cerebro fuera un ordenador. Es el poder que se aplica simbólicamente a la escuela como estructura que es así porque tiene que ser así, por eso un niño que no sea capaz de mantener esa constancia artificial es considerado tonto o trastornado y, por supuesto, no apto en principio para despejar la x en sociedad. Es absurdo, porque subyace la idea de que todos los alumnos no son seres distintos con distintas necesidades y ritmos, sino que la escuela enseña a ser iguales, comportarse igual en clase, reaccionar de igual manera, y sobre todo, dar la misma respuesta correcta, o podrán ser expulsados, castigados, suspendidos, excluídos del sistema y, encima, deberán cargar con la culpa de todo lo que les haya pasado.
En España, la influencia que ha tenido el actual Gobierno de derecha protofranquista ha hecho que la escuela vuelva a ser una institución antigua, con reglas y reválidas propias de la dictadura. El actual sistema de reválidas, contra el cual el mundo académico, empezando por el alumnado, está luchando para erradicar del sistema, fue un concepto de exámenes finales que la dictadura de Franco impuso en sus primeros lustros y que la misma dictadura acabó eliminando de sus planes, porque concluyeron que era socialmente excluyente. Una dictadura asesina y manipulativa parece que tenía un concepto de justicia educativa y social, aunque terrible, más elaborado que el Gobierno actual, que retoma esas excluyentes reválidas 70 años después. El ser humano trabaja con expectativas, sabemos que la repetición de sistemas conlleva unos mismos resultados en la sociedad, por eso volviendo a la escuela franquista, las personas resultantes serán personas indolentes en su mayoría. Si los alumnos dejan de ser críticos librepensantes y nadie usa la escuela para crecer como individuo, sino como usuario, pues es una victoria... y así los menores pueden seguir ahogados en el estrés por los exámenes y el miedo a no poder saltar las barreras que les imponen y fracasar, y que todo sea a base de números y memorización...
La realidad es que en España cada vez que se ha cambiado de Gobierno, se ha cambiado de ley educativa, porque cada partido tenía y tiene un concepto distinto de la función de una escuela, así que son usadas como fábricas de producción de personas con unas inclinaciones u otras. Quizás el mayor problema y por donde la revolución tiene que empezar es por crear los planes de estudio desde el mundo académico y científico, y que el ministro de turno no tenga la capacidad de poder llegar y convertir la escuela en su propia sala de experimentación manipulativa y privatizadora.
Por supuesto, el problema no se centra en las escuelas, ya que el mundo universitario termina por rematar la visión crítica y muchas, demasiadas veces, hasta la propia ilusión del estudiante. Empezando por la admisión de alumnos en la carrera de magisterio, que en los últimos lustros se había convertido en el agujero donde los universitarios acababan cuando no podían entrar en la carrera que querían, ya que la nota necesaria en magisterio era la más baja, así que un gran porcentaje de profesores ahora y siempre han sido personas sin vocación real. No es el único problema, ya que los profesores con vocación que consiguen un trabajo enseñan con técnicas de siglos atrás, como si dieran respuestas educativas a situaciones y paradigmas sociales que ya no existen. La educación aún ligada estrechamente a la política no puede concretar la revolución que sería admitir que todo lo que se hace en la escuela hoy en día, todo, está mal. No sirve para nada realmente, ya que está basada en la acumulación de información, y ningún alumno aprueba un examen sobre materias del año anterior si lo aprendió de memoria.
Hay más de 30 años de investigación científica en campos unidos tan distintos como la biología, la psicología, la pedagogía, donde hay consensos sobre los resultados obtenidos en materia de aprendizaje, memoria, atención... en lo referido al niño, como alumno en un sistema estructurado; 30 años de resultados que no han tenido un impacto real en cómo se enseña, porque quien hace los planes de estudio y las leyes no son las personas que trabajan sobre el tema, entendiendo, investigando, enseñando...
El profesor de la nueva revolución educativa será un profesor que enseña a aprender, no a memorizar, que hace las clases divertidas y tiene en cuenta las necesidades originadas por la lógica razón de tener a más de 20 niños en un mismo espacio, y será un profesor que enseña haciendo, con la práctica y no con largos textos.. porque un profesor de la nueva revolución educativa sabe que si le enseña algo a un niño, le está quitando la oportunidad de que lo aprenda por si mismo.
Yo creo que todas las personas son capaces de reconocer quiénes fueron sus mejores profesores, que no eran nunca los que te hacían aprender de memoria grandes temarios, sino los que precisamente se salían del guión marcado, los que te sorprendían e improvisaban juegos y actividades, con los que reías en clase. Eran buenos profesores porque te querían, y tú les querías y te enseñaban a entender y querer a los demás sin apenas saber que estabas aprendiendo... Quizás no puedo responder claramente la pregunta que subyace sobre la función que tiene la escuela hoy en día, pero sí puedo resumir para qué debería servir en un futuro próximo... ... nada menos que para humanizarnos.