De hecho pensaba que el cristianismo era muy una cosa muy valiosa y muy buena para nosotros. Pero después de un tiempo empecé a sentir que la historia que se nos contaba acerca de esta religión no era tal vez completamente todo, que algo se quedaba fuera - Chinua Achebe, 1930-2013
Recientemente he leído A Brother’s Price, de Wen Spencer, una novela de fantasía ambientada en un mundo en el que los hombres escasean y son – por lo tanto – un bien preciado y muy valioso. En este universo tan curiosamente similar al nuestro, las mujeres son las que mandan, las que son soldados, médicos, gobernantes, dejando a los hombres a cuidar de los niños, limpiar, cocinar, etcétera. No solo eso, sino que además carecen por completo de derechos. Son comprados y vendidos por sus hermanas en “matrimonios” a cambio de una dote considerable u otro hombre que se convierte en marido de las hermanas.
Es decir: Wen Spencer ha cogido la discriminación más pronunciada de nuestra sociedad y ha invertido los roles. Es habitual en novelas de hoy en día encontrarse con sociedades exageradas en su discriminación. Esto es especialmente acuciado en novelas dirigidas a público ‘joven adulto’ o YA (Young Adult) y principalmente femenino. Las protagonistas tienden a ser jóvenes que se rebelan contra las injusticias del mundo de forma heroica y derrocan el sistema para establecer un mundo más justo.
Este no es el caso en el mundo de Spencer. Aquí los protagonistas aceptan y defienden el statu quo en el que han nacido y crecido, describiéndolo como bueno y necesario. En los pasajes siguientes los protagonistas, el joven Jerin y la princesa Gen, discuten sobre la legitimidad del sistema en el que se encuentran que permite a las hermanas vender a sus hermanos como si fueran muebles.
“Nuestra sociedad no puede permitirse que los hombres aprendan a decir que no; es demasiado importante que digan ‘sí’ a tantas mujeres. Quizás si hubiese un hombre por cada cinco mujeres, o por cada tres, podríamos permitírnoslo” “¿Y si hubiese cinco hombres por cada mujer?” Ren estudió las nubes mientras pensaba en la respuesta. “Interesante pregunta. Cinco hermanas pueden compartir un hombre porque cada una de ellas es individualmente obsequiada con un hijo. Cinco hombres podrían compartir una mujer, y quizás individualmente ser recompensados, pero sólo si la mujer tiene cuidado en el reparto de sus embarazos. Sin embargo, eso parece ir en contra de la naturaleza humana. Esperar cinco noches para tu turno no es lo mismo que esperar casi cinco años. Permitir a tu marido embarazar a tu hermana no conlleva el mismo nivel de compromiso y riesgo que permitir a tu esposa llevar y parir al hijo de tu hermano. Además, cualquier comadrona puede asegurar que – cuando los embarazos están muy cerca los unos de los otros - cada subsecuente hijo es más débil y enfermizo que el anterior. ¿A qué hermano le tocaría ir primero? ¿A cuál ir el último?” “Parece que el poder debe permanecer con la mujer”, dijo Jerin. “En efecto. A mi parecer, la propia naturaleza del sexo- un acto destinado a producir un embarazo – y el riesgo que conlleva para la salud de la mujer, son los motivos por los que la cuestión del ‘sí’ o ‘no’ siempre pertenecen a la mujer”
La conversación continúa remarcando algunos puntos clave en la religión y elaboración de la sociedad en la que viven:
“¿Incluso aunque yo pertenezca a mis hermanas del mismo modo que una silla o una mesa les pertenece y pueden venderme a quien mejor les parezca sin importar mis deseos?” “Nunca he creído que eso sea correcto o bueno”, ella comenzó a trenzarme el pelo. “En ninguna parte del libro sagrado dice que una hermana tenga el derecho a tratar a su hermano como algo inferior a un ser humano. En algún momento, de alguna manera, la simple codicia humana consiguió infiltrarse en las leyes. La codicia dice: ‘no voy a dar algo que tengo sin recibir nada a cambio, ni siquiera por alguien a quien quiero.’”
Como podemos ver, la desviación de la norma – la puesta en duda de normas que a nosotros, desde nuestro punto de vista moderno y occidental, se nos antojan bárbaras y retrógradas- es algo que a los protagonistas ni se les ocurre. Defienden estos pensamientos no sólo como norma divina, sino biológica. En cualquier otra novela YA Jerin, nuestro héroe, se alzaría en armas contra el sistema que le oprime y provocaría una revolución que diese la vuelta a todo el sistema establecido. Pero aquí nos encontramos con Jerin que está perfectamente de acuerdo con su situación: ¿qué motivos podría tener de revelarse contra las leyes naturales?
Las opiniones de Ren nos ponen ligeramente en contexto: existe un libro sagrado en el que no se estipula que el hombre pertenezca a sus hermanas como algo menos que un ser humano, pero niega que en sus libros sagrados se diga que el hombre sea igual a la mujer. La compraventa de hermanos le parece un hecho desagradable, pero necesario por el bien de la comunidad.
Personalmente creo que este es un punto de vista bastante original para este tipo de novela. El mundo – tanto el nuestro como el de Spencer – no está formado por rebeldes, lo forman gente que se acogen a las normas, que las siguen y no quieren tener problemas. A la mayoría de nosotros no se nos ocurre poner en duda muchas de las cosas que se nos enseñan, que se nos dan como ciertas. ¿Por qué íbamos a hacerlo?
Las cosas son así por un motivo.
Hace algún tiempo se me habló de un experimento hecho con monos en el que se situaba un plátano en lo alto de una escalera y cuatro monos en una sala cerrada. Cada vez que uno de los monos intentaba llegar al plátano todos recibían una descarga eléctrica. Los monos aprenden muy rápido a no acercarse a la escalera. Los experimentadores entonces sustituyen a uno de los simios por otro. En cuanto el recién llegado intenta acercarse a la escalera, los otros le atacan. Los investigadores van cambiando de este modo a todos los monos hasta que no quedan ninguno de los simios originales que habían sufrido la descarga original. Al introducir a un quinto mono en el grupo nuevo, éstos le impidieron inmediatamente acercarse a la escalera, reaccionando violentamente cuando el nuevo lo intentaba. Ninguno de los simios sabía por qué no podían acercarse a la escalera, pero seguían estos dictámenes sin cuestionarlos.
Resulta interesante, casi refrescante, ver este tipo de asimilación de algo que como personas europeas del siglo XXI nos resulta repugnante, porque nos lleva a plantearnos hasta qué punto aquello que nosotros aceptamos como ley biológica es realmente así. La crítica al mundo de Spencer no es automáticamente visible. Uno puede leer la novela, aceptar que es únicamente una novela de fantasía en el que los roles típicos a los que estamos acostumbrados han sido revertidos. O uno puede pararse a pensar si es lógica esta discriminación, trasladarla a nuestro mundo y descubrir que, ni en una dirección ni en la otra, la discriminación entre sexos tiene sentido.