Hace unos meses leí una noticia acerca de cómo la corrección política está llegando también a corregir a los grandes artistas del pasado en aras del cretinismo buenista y bienpensante, castrador y represivo en todo aquello que no responde a su verdad única. En este caso, se buscaba desacreditar a una de mis heroínas de la infancia: Enid Blyton.
Esta escritora británica nacida al sur de Londres llevó a varias generaciones no sólo a soñar con las historias de sus pandillas de amigos que vivían al margen de los adultos aventuras increíbles, sino que nos transportó – me incluyo – a ese modo de vida inglés plácido, lleno de verdes campiñas, picnics y pastel de jengibre. En sus esquemáticas novelas – donde el bueno y el malo estaban perfectamente definidos, como la Susy de El Club de los Siete Secretos- se traducían valores que siguen siendo positivos: no es más feliz el que más tiene, sino que cuentan los afectos y lo que cada cual aporta a un equipo. Se habla de responsabilidad y de la sensibilidad y la empatía hacia los demás. Valores más que necesarios en cualquier época.
La censura hacia esta escritora ya partió en su propia patria de la crítica, vetándola en la BBC por falta de calidad literaria y simplismo. Es cierto que la calidad no se mide en cifras, pero el hecho de haber escrito 763 obras y ser actualmente la cuarta autora más traducida en el mundo – según datos del Index Translationum de Unesco – sólo por detrás de William Shakespeare, Julio Verne y Agatha Christie, da una idea clara de que, al menos, su obra sigue viva y muy apreciada por el cariño del público.
Pues bien, la horda bárbara bienpensante la ataca acusándola de mala madre, pésima escritora y reescribiendo incluso párrafos de sus obras porque reflejan “su modo de pensar xenófobo e imperialista”. ¿Cómo se puede educar en el librepensamiento si coartas desde un inicio a los niños la capacidad de pensar? Los niños son mucho más sabios y despiertos que muchos adultos y captan con rapidez las ideas que les chirrían. Aunque suene pretencioso, me pongo como ejemplo: Siempre desconfié de aquellas películas de Western en las que los malos eran únicamente los indios. Principalmente porque a quien veía mejor posicionados para ganar era siempre a los colonos yanquis. Nadie tuvo que decirme que en las novelas de Enid Blyton eran un poco condescendientes con la imagen patriarcal de la sociedad. Eso se aprende simplemente observando la sociedad y también a través del ejemplo que veas en tu familia, leyendo mucho y creando tu propio juicio sobre las cosas.
En cuanto a juzgar a la persona antes que a la autora… si nos pusiéramos a analizar la vida privada de grandes autores quizá se nos caerían muchos mitos. Pese a su probada inteligencia que sentó la base de lo que hoy conocemos como cultura occidental, Aristóteles no escribió con mesura y sabiduría sobre las mujeres y su papel en la sociedad precisamente. Oscar Wilde – dandi, disoluto, con una frenética vida sexual en cualquier bando – tampoco es un gran ejemplo social para estos bienpensantes, aunque probablemente de su experiencia extrajo su brillante lucidez y fina ironía. Muchos autores infantiles como Astrid Lindgren o Pamela Travers Lee tuvieron una relación muy compleja precisamente con los niños. La persona no es la autora, pero no por ello dudamos de la gran calidad de sus obras.
Por otra parte, todos somos hijos de nuestra época y de algún modo estamos influenciados por las ideas imperantes a nivel social en ese momento. Acusar a Enid Blyton de imperialista es como decir que hoy ser homosexual es un derecho inherente al ser humano que automáticamente te da carta blanca para ser más cool y ascender socialmente. Una estupidez.
Así, frente a estos ataques desenfrenados del “Ministerio de la Información y el Buenpensamiento”, ese sanedrín igual de peligroso que la Santa Inquisición porque sólo busca el pensamiento único, cabe revindicar la capacidad de aprendizaje del ser humano, su extraordinaria libertad y sentido crítico para avanzar en la vida. Pues, a diferencia de los bienpensantes, las personas no somos eternos menores de edad para que nos tutelen.
Como colofón, adjunto una frase extraída precisamente de una de las obras de Blyton, St Clare`s. Una frase que precisamente define la principal obsesión de los bienpensantes: el dinero.
“Nunca deberíamos juzgar a las personas por la cantidad de dinero o posesiones que tengan, sino por lo que son. Es necesario aprender esto o nunca conocerás la verdadera felicidad”.
Pues eso, ocupémonos de crear ámbitos de progreso, donde la creatividad y el arte se desarrollen sin reescribir lo ya hecho. Si segundas partes nunca fueron buenas, menos lo es la autocensura.