Dedicado a todos aquellos H.D.P. que se ríen ante la nada.
Terremoto de Italia: casi 300 muertos y un obsceno amasijo de carne aplastada inunda las portadas.
Atentado de Niza: cerca de 90 asesinados, más de 400 heridos y un jardín de sangre, sábanas y lloros infantiles saturan las televisiones.
Atentado en la sala Bataclan de París: uno de los terroristas remata a sangre fría a un policía herido y la secuencia se convierte en un gif de mal gusto que bate récords en internet.
Ataque terrorista en Kabul: más de 80 asistentes a una manifestación mueren y cientos resultan heridos después de que un hombre activara su cinturón explosivo y en varias fotos podemos ver cómo un reguero de sangre fluye desde un macabro bulto cubierto por una bandera afgana.
Éxodo sirio: miles, muchos miles (como europeo da vergüenza escribir una cifra) de ahogados en el Mediterráneo y los periodistas de la parte VIP de la Tierra ponen pucheritos reproduciendo una y otra vez “la imagen de Aylan que conmovió al mundo”.
Muertos, muertos, muertos en el escaparate. Muertos listos para consumir. Muertos, armas de miedo e insensibilización...
Cuando los muertos se suceden a la velocidad propia de este mundo desquiciado, el atrofiado instinto que nos aleja del Más Allá confunde el último umbral con el ansia producida por ese Pokemon que se acaba de escabullir. Somos de plástico chino. Lloramos al ver un perro esperar a su dueña a la puerta del hospital y procuramos que nuestra suela no toque la sucia mochila del vagabundo que habita la esquina. ¿Damos asco o simplemente somos complejos? ¿Hay absolutos o multitud de grises?
Se pregunta uno, a veces, quién, en su sano juicio, no ansía sentir en su nuca el eclipse veloz de ese meteorito gigantesco que silencie a la raza humana refundando el reino de las cucarachas. El tiempo de la empatía ha terminado dejando tras de sí 7.500.000.000 de potenciales cadáveres. Asco. Es la náusea del Apocalipsis.
Leo una entrevista a Abdalá Kurdi, padre del mencionado Aylan (para quien ya lo haya olvidado: aquel niño que apareció muerto en una playa turca y cuya imagen parecía destinada a convertirse en un antes y un después en la política migratoria…) y opina resignado que aquella muerte, a la que se sumó la de su mujer y otro hijo, no sirvió para nada, pero está confundido, fue un ladrillo más en los poderosos cimientos de la incivilización actual.
Recuerdo aquellos tiempos -sólo soy capaz de hacerlo en blanco y negro- en que el presentador de un telediario o un simple rótulo nos advertía de lo escabroso de unas imágenes que podían herir nuestra sensibilidad, aquellos tiempos en que un suicidio era una línea roja del periodismo, aquella época en la que no éramos capaces de seguir comiendo ante el vientre hinchado de un niño somalí. Tiempos remotos, devorados por la brutalidad y la incultura, por la gula sentimental y fingida.
Quizás porque vivimos en la más pacífica de todas las épocas, nuestro acomodado cerebro reptiliano necesite esa dosis de barbarie que, como una mano en sombra, acaricia el lomo incrispable de nuestra espalda recostada en el sofá, atalaya estúpida que nos ata y nos prepara para una esquizofrenia pixelada, segmentada, no somos más que un target publicitario sediento de sangre ajena.
Nuestra cuenta de Facebook muestra lo sensibles que somos, lo solidarios, lo majos. Me gusta, Me gusta, Me gusta, Me gusta, corazoncito, sonrisa, gatito gracioso, corazoncito, guiño de ojo, Me gusta, Me gusta, corazoncito, corazoncito… ¡mamá sal de mi puta habitación o te doy una hostia!.. Corazoncito, Me gusta. Qué guay soy.
La realidad ya sólo está al otro lado de una pantalla que crece en morbo mientras nos vamos convirtiendo en unos hologramas con los lacrimales desiertos. Y todavía nos hablan de realidad aumentada, paradoja propia de nuestros días que nos aleja del tacto de la piel, del susurro en el oído, del olor de unas páginas, de la vida humana como la conocíamos.
Ya lo barruntaba Dámaso Alonso en el nicho en el que llevaba pudriéndose 45 años: Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre? ¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día, las tristes azucenas letales de tus noches?
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