Recientemente ha tenido lugar la 71ª Asamblea General de Naciones Unidas sobre Grandes Desplazamientos de Refugiados y Migrantes, donde se ha puesto de relieve nuevamente la pésima gestión de la crisis de los refugiados. Ésta, lejos de solucionarse, se enfrenta nuevamente al problema que supone la llegada del invierno, con la correspondiente bajada de temperaturas y las lluvias y nevadas que recrudecerán las condiciones de aquellos que se han visto forzados a migrar.
Ya en el pasado mes de Septiembre se produjeron inundaciones en varios campamentos de refugiados en Grecia. Entre ellos el de Katsikas, donde más de 500 refugiados de distintas nacionalidades que allí permanecen tuvieron que salir corriendo a achicar agua en un intento de que las lluvias y el viento no destrozasen las tiendas de campaña que ahora son sus viviendas. Tras una infructífera reunión de los coordinadores del campo de Katsikas con ACNUR, los refugiados allí alojados decidieron protestar por las insalubres condiciones que les rodean, abandonándolo temporalmente y tomando el pueblo de Katsikas.
“El papel de ACNUR durante estos 6 meses ha sido bastante lamentable. Están realizando una pésima gestión de los refugiados a pesar de la cantidad abismal de recursos que tienen”, comenta Patricia Rodríguez, una española que ha trabajado en el campo de Katsikas como voluntaria de la ONG A.I.R.E (Asociación Integral de Rescate en Emergencias).
Por el momento, ACNUR ha trasladado a 100 refugiados seleccionados como casos vulnerables al hotel Tymfaia, en Alatopreta, un pueblo a 2 horas de Katsikas y de cualquier centro hospitalario.
Patricia cuenta que este pueblo se encuentra “en una zona montañosa sin servicios próximos de ningún tipo (farmacias, supermercados,…)” añadiendo que, “por supuesto, haría falta trasladar a todas las personas del campo, pero por ahora ACNUR solo se ha comprometido a conseguir alojamiento para otras 10 personas vulnerables y siempre bajo su punto de vista, que en mi opinión, se aleja bastante de la realidad”.
Patricia hace énfasis en la urgencia de sacar a la gente de las tiendas de campaña y del campo, porque “las condiciones meteorológicas actualmente hacen insoportable el poder sobrevivir en tiendas de campaña”. Además, aclara que “esto es un parche para poder pasar el invierno. Lo que realmente necesita esta gente es que les den asilo en cualquier país y que puedan integrarse en la sociedad, que los adultos puedan trabajar y que los niños y adolescentes puedan seguir su educación. Además de las necesidades médicas, ya que muchos tienen enfermedades crónicas y necesitan reanudar los tratamientos que han dejado de tomar hace años o ser tratados de nuevas patologías que han adquirido por la situación de malnutrición que están viviendo o por las heridas causadas durante la guerra o el trayecto hasta Europa”. Este es el caso de Mudafar y Ahmed, dos niños iraquíes de 10 y 8 años que el pasado mes de agosto fueron trasladados a Sevilla gracias a una petición de la ONG A.I.R.E. y debido al padecimiento de una enfermedad hepática que ponía en riesgo sus vidas. Ellos, desgraciadamente son la excepción. España se comprometió a acoger a 18.000 personas en 2015 y a día de hoy llevamos, según un informe de Oxfam, tan solo 480.
En la recientemente celebrada 71ª Asamblea General de Naciones Unidas sobre Grandes Desplazamientos de Refugiados y Migrantes, el rey Felipe VI declaraba que es "nuestra responsabilidad" acoger a las personas que llaman a las puertas de Europa, "en la medida de nuestras capacidades para que puedan llevar una vida digna". Sin embargo, los precedentes hacen temer que estas palabras se queden nuevamente en algo que se lleva el viento.
“Es una vergüenza que seamos capaces de olvidarnos tan rápido de que fuimos un país emigrante y de que esas personas tienen los mismos derechos que nosotros, además de no querer ser conscientes de que buscan asilo porque vienen huyendo de situaciones dramáticas. (…) Ni que decir tiene que la construcción de muros, vallas con concertinas, etc. va justo en la dirección contraria a la que se debería ir, además de fomentar el sentimiento de xenofobia entre una sociedad europea que históricamente ya sabe mucho de esto”, concluye Patricia.