Murieron los grandes escritores, las grandes personalidades de la ciencia y los grandes filósofos, los más famosos inventores, murieron también los dioses, pero la humanidad no estará falta nunca de ídolos o celebridades de culto, siempre nos quedarán los futbolistas y los actores.
Eso de que la religión es el opio del pueblo, y eso otro de que en realidad lo es el fútbol, no deja de manifiesto más que una cosa bien clara, la humanidad necesita de opios. La preocupación principal simplemente es.... ¿Qué escogeremos la próxima vez?
Hoy en día parece que el fútbol, al menos en América del Sur y Europa, es la principal fuente de recompensas emocionales a nivel grupal, y quizás algunos podrían criticar ese hecho, ya que implica que la humanidad se decanta por buscar sus referentes lejos de círculos intelectuales, pero aunque da pena ver los espejos en que se mira la gente, la necesidad de algún que otro espejo es genética. Esa fiereza al defender la idea de equipo, más allá de jugadores y estadios, como un ente del que deriva la identidad cultural, la sensación de compañerismo al conocer a otro aficionado, la asimilación y justificación de los dogmas como eslóganes y cánticos, es exactamente el mismo proceso biosocial que hace a una persona creer o no en un dios y aceptar toda la liturgia que exija cada caso.
Se descubrió hace unos años el gen VMAT2, transportador vesicular de monoaminas. Este gen está directamente relacionado con la capacidad de religiosidad. El fenotipo, el conjunto de genes que se expresan de entre todos los que tenemos, dicho mal y rápido, modula la mayor o menor capacidad de una persona de aceptar una creencia sobrenatural de cualquier origen. Parece de lo más extraño afirmar algo así sin reaccionar primero con escepticismo, pero es una realidad que se ha ido comprobando desde que se investiga este gen y su repercusión en la vida social.
Gustav Jung, al que admiro mucho, que fue discípulo de Freud, al que aborrezco profundamente, ya expuso una teoría sobre el innatismo de la capacidad religiosa en el ser humano. Argumentaba que los arquetipos relacionados con la simbología religiosa se mantenían en el subconsciente colectivo y se trasmitían, saliendo a relucir en sueños y actitudes. Y aunque Gustav Jung tenía una visión un poco estrafalaria y rebuscada para encontrar argumentos a su favor haciendo, bajo mi punto de vista, que todo su argumentario se desplomara como un castillo de naipes en la playa, si que tuvo la intuición necesaria para ver algo que muchos años después se redescubriría como cierta; la relación entre la genética y las creencias.
Pero, ¿cómo puede haber un gen que determine si una persona será creyente o no? Parece que cuando pensamos en la creencia sobrenatural personal siempre argumentamos que creemos porque ha habido una decisión intelectual basada en experiencias y sensaciones, y tendría sentido creer eso, porque tenemos como evidenciado que las creencias son estructuras sociales totalmente dependientes de la cultura, que nada tienen que ver con la propia biología o la genética. Quizás sea porque pocas veces nos adentramos en la creencia religiosa de antes de que las religiones existiesen. En un sentido antropológico, las religiones serían estructuras nacidas para dar sentido social a la idea de Dios, pero Dios no sería más que una consecuencia. En realidad, las religiones existen porque necesitamos creer y pertenecer a un grupo de personas, porque es un mecanismo que en un pasado fue beneficioso y adaptativo, pero que ahora no es más que un órgano vestigial, un apéndice disfrazado.
La creencia sobrenatural no estaría así demasiado lejos de ninguna persona. Quien no cree con fe ciega en un Dios, cree en la concreción de postulados políticos utópicos, o cree en el reiki, en el tarot, en los horóscopos, en los extraterrestres, en energías místicas.. a fin de cuentas, creer en algo que no se pueda describir cientificamente y que tenga una intención no falsable, es decir, que implique no poder demostrar su no existencia. Por supuesto, esto te hace pertenecer a un grupo por simple asociación involuntaria.
Para entender que la creencia dependa de un gen debemos ir atrás en el tiempo, cientos de miles de años, a los homínidos que habían empezado a tener capacidad simbólica fruto de una creciente sofisticación de la función cerebral. El homo sapiens inmerso en el nomadismo y, por ende, en una concepción cíclica del tiempo, vivía la naturaleza y la analizaba desde dentro, desde la unión con esos procesos cíclicos naturales. Por eso el primer dios fue mujer, porque era el símbolo evidente y presente de la vida, la creación, la primavera, la luna. Permitiendo con todo ello la adoración (todos hemos visto que las primeras tallas en piedra de la humanidad son mujeres hechas símbolo), y más allá, adoración animista, que expresa la tendencia a partir de entonces del humano para dotar de alma a cualquier objeto inerte. Eso dio lugar a las sociedades totémicas, y más tarde, con la llegada del sedentarismo y las primeras ciudades, a las sociedades politeístas. Que ningún antropólogo se me eche al cuello con esta reducción, sólo expreso el cambio de tendencia, ya que se produciría lo que yo llamo el "animismo de los fenómenos naturales"; dotando así de alma a cada evento, y naciendo después un dios de cada uno: la lluvia, el viento, el mar, el fuego... Eran imágenes de dioses que se fueron definiendo oralmente en tradiciones de cuentos y fábulas, donde entraron también los dioses nacidos de la nueva situación social y la nueva concepción lineal del tiempo, como los del hogar, la guerra, el amor...
Para no contar la historia de las religiones por completo y aburrirnos todos, añadiremos que de una de las religiones politeístas nació el judaísmo y, de éste, el cristianismo y el islam, que confirmaron al hombre como principal elemento de la creación, se olvidó a la madre, madre tierra, y convirtieron a las diosas en brujas y putas; hasta del génesis bíblico se excluye la creación de la luna, que hasta entonces había representado a la mujer...
¿Y para qué esta parrafada sobre la religión y su nacimiento? Para dejar de manifiesto que las creencias animistas, politeístas y toda la evolución de la idea de dios y las creencias sobrenaturales, no fue simplemente un elemento que permitió acompañar de historias al ser humano y fabular su creación, sino que es la razón primera de su supervivencia como especie, incluso frente a otras como el Neanderthal. El hecho de compartir una misma creencia fue tan determinante a la hora de la optimización de la cohesión grupal desde los primeros homínidos con capacidad simbólica que se mantuvo generación tras generación hasta que selectivamente se ha constatado como genética. El grupo que tenía más miembros dispuestos genéticamente para tener una creencia sobrenatural compartida tenía más posibilidades de luchar con mayor fuerza por un objetivo común, y más si ese objetivo venía derivado de esa creencia o de la obtención de recursos para el grupo.
Hoy en día, después de siglos de desvirtuación de las religiones expansionistas y visto la lejanía que ponen entre lo que hacen y lo que promulgan, muchas y cada vez más personas dejan de creer en la poca verdad que pueda haber tras las religiones estructuradas oficiales y, en un intento de volver a ese estado natural pre social, abrazan creencias aún más antiguas, sin más prueba que la convicción de que por ser más antiguo el planteamiento en que se basa tiene más valor y más credibilidad. Piensan que todo lo que se desprenda de ahí tendrá valor en sí mismo y, sin embargo, no estará tampoco alejado de las contradicciones propias de toda religión, ya que incluso un grupo de personas que sea de ideología mística, que promulgue la vida natural y aborrezca la globalización, después abrazará creencias de la india, mezcladas con un poco de budismo y un par de filósofos chinos; nada globalizado el tema.
Cada dios que nazca tendrá sus defensores hasta que muera, porque como todo dios, tarde o temprano, muere. ¿O es que alguien piensa que Messi o David De Gea podrían estafar o abusar de adolescentes sin castigo si no hubiera personas que piensan y los racionalizan como si de entes metafísicos se trataran? Figuras suprahumanas que nos miran desde las alturas, como los extraterrestres, que se han apoderado tan progresivamente del Canal Historia que ahora parece socialmente inaceptable que alguien diga tajantemente que los extraterrestres no existen. Así se crean dogmas sociales tan sutiles que parecen de sentido común cuando en realidad son biblias no escritas que sigue la sociedad en grupos más o menos numerosos y más o menos cerrados.
¿Cómo nos podemos liberar de la tendencia que nos hacen seguir nuestros propios genes alejándonos de una búsqueda de la realidad, en pos de una búsqueda de una justificación perfecta de aquello en lo que nos dé por creer? Pues no parece fácil, no parece que nadie sea totalmente libre como para no seguir quimeras que no somos capaces de demostrar y que a veces ni siquiera queremos poner a prueba. Sabemos que nuestros argumentos se derrumbarían y, a veces, son esos argumentos los que hacen que una vida pueda ser vivida felizmente.
Yo creo en el concepto de verdad. Existe "la verdad" de cada cosa, la explicación exacta, precisa, que describa los fenómenos de todo tipo y los universos tal y como son, explicaciones inamovibles, que no dependen de paradigmas científicos o religiosos o ideológicos, sino que son en sí mismas una virtud de realidad; eso sí... inalcanzable para el ser humano. Así como creo en que existe una verdad, creo también que el ser humano nunca podrá acercarse lo más mínimo a conocerla. No sería la primera vez que escribo que el cerebro está hecho para la supervivencia, no para entender la realidad, y para la supervivencia no hace falta la verdad, hace falta una historia bien narrada que de sentido al caos de nuestras sociedades, nuestras mentes y nuestro entorno, una historia que nos satisfaga, contada por alguien en quien confiemos… estructurada una y otra vez… y vendida en capillas, vendida en terapias y cursos por niveles de especialización, vendida en pociones, vendida en dañinas tiendas homeopáticas, vendida como un producto de consumo más, uno que tenga un problema para cada solución, uno que nos permita inventar un realismo mágico sobre el mundo, que nos permita a su vez creer que nos conocemos.