Tú eliges lo que comes, el título de su libro, es toda una llamada a la responsabilidad que cada uno tiene sobre el cuidado de su salud. Carlos Casabona, pediatra y divulgador, se ha propuesto que comamos mejor, nosotros y nuestros niños, y con ello podamos evitar muchas de las enfermedades asociadas a una mala alimentación. Por eso, en su obra nos destierra muchos mitos, nos ofrece alternativas y nos descubre, por ejemplo, cuánto tendríamos que andar para quemar un simple croissant (¡que es mucho más de lo que creemos!). Su pelea es difícil: lucha contra hábitos negativos que están muy instalados en nuestra forma de alimentarnos. Pero la tenacidad y la persistencia le acompañan y, sobre todo, la seguridad de saber que está en el camino correcto y que los logros que consiga en su pasito a pasito, sin duda, merecerán la pena.
Una de tus principales batallas es contra la industria alimentaria, por la cantidad de productos obesogénicos que ponen en el mercado y la machacante publicidad que hacen de ellos. ¿Eres optimista? ¿Te ves ganador en esta pelea de David contra Goliat?
Soy de aquellos que ven el vaso medio lleno, desde siempre, y por esto te he de contestar que sí, que la lucha la ganará la sociedad en general y, además, la misma industria que ahora recibe un acoso, prácticamente diario, en redes sociales y medios, reaccionará porque sus balances en estas gamas de productos irá empeorando. Lo que está sucediendo, desgraciadamente, es que las capas más desfavorecidas cultural y económicamente, son en nuestro medio las que más expuestas están a ese bombardeo publicitario. La industria alimentaria sabe cómo ganarse a estos sectores de población que están peor informados y explota sus debilidades, buscando ampliar mercados en países en desarrollo, más proclives al consumo de productos baratos y “disfrazados” de modernidad pero con elevado coste sanitario en forma de obesidad y diabetes. Por otro lado, cada día hay más profesionales de diferentes ámbitos (Carlos González, Julio Basulto, Juan Revenga, Miguel Ángel Lurueña, Pepe Serrano, Silvia Romero, Joan Carles Montero, Laura Saavedra… y muchos otros que no caben en estas líneas…) que remamos en la misma dirección de una manera firme y decidida, cosa que no sucedía desde hace bastante tiempo. No te quepa duda que conseguiremos, entre todos, que David someta a Goliat, con un final menos violento que en el bíblico relato, porque la industria alimentaria es necesaria, pero necesita una regulación hecha por profesionales que no tengan conflictos de interés.
Como pediatra, ¿qué realidad has visto que ha hecho que la lucha contra una alimentación inadecuada se convierta en una de tus prioridades?
Es un deber profesional y moral que surge, como principal agente responsable de la salud de la infancia, de la observación en la consulta diaria durante estos últimos 20 años, del aumento indiscutible de las cifras de niños con sobrepeso y con obesidad, condiciones que ya están enfermando a nuestros niños. No solo sabemos que los niños con sobrepeso marcado tendrán altísimas probabilidades cuando sean adultos de ser obesos, sufrir hipertensión, diabetes tipo dos y accidentes cardiovasculares, como infartos de corazón o embolias cerebrales (ictus) entre otras graves patologías (incluidos muchos tipos de cáncer), sino que ya están padeciendo, sin esperar a ser adultos, con diez, doce o catorce años, patologías y trastornos que nos preocupan mucho: presencia de grasa en el hígado, engrosamiento de las capas interiores de las arterias, serios problemas psicológicos, esguinces de repetición, dolores de espalda, problemas importantes en las caderas, etc.
En tu libro alertas de que muchas veces pensamos que hacemos bien las cosas y en realidad no es así. ¿Nos das un ejemplo de pensamiento equivocado que la mayoría de nosotros tenemos en cuanto a una alimentación equilibrada?
El ejemplo más claro estriba en pensar que damos a nuestros hijos un desayuno celestial y perfecto, dejando la caja de los cereales “Especial H” u otros con tigres o monos o con el último personaje Disney dibujado en el envase, para que se sirvan a demanda la cantidad que quieran… porque en la tele han dicho que son sanos, tienen hierro y muchas vitaminas, en clase han subrayado la importancia de desayunar cereales y, además, en el centro de salud lo corroboran. Los cereales “de desayuno” pertenecen al grupo de alimentos que yo denomino falsos amigos de los niños. Queda mucho trabajo por delante para quitarles la careta a todos estos productos que se han puesto la etiqueta de saludables (ojo… con el beneplácito en muchas ocasiones de autoridades y profesionales sanitarios) y llenan los armarios de casi todas las cocinas en nuestro medio.
Otro de esos pensamientos erróneos implantado en el ideario colectivo es que con un poco de ejercicio podemos sentirnos más libres a la hora de comer lo que nos plazca porque lo quemaremos fácilmente, pero tú adviertes de que esto no es así. ¿Por qué crees que estamos tan equivocados en este sentido?
Pues muy sencillo, porque el mensaje que la industria alimentaria ha lanzado durante más de 20 años ha calado tan hondo en todos los integrantes de nuestra sociedad (incluidos muchos médicos) que llevará mucho tiempo explicar a las familias que aunque sus hijos naden dos veces por semana, jueguen al baloncesto los martes y los domingos hagan paseos por el campo, si no comen saludablemente y en cantidades adecuadas a su edad y altura, no podrán desprenderse de la visible grasa que rodea su cintura, grasa que es metabólicamente activa y supone un factor de riesgo importante. Lo resumo con la frase: no puedes correr más deprisa que una mala dieta.
¿Cuáles son los productos que comemos que más terror te producen?
Quizás sea excesiva la palabra terror, pero entiendo lo que quieres decir. El problema, no obstante, no está en comer una vez al mes un producto con una composición muy abundante en azúcares refinados, grasas de mala calidad y repleto de calorías; el problema reside en la frecuencia tan elevada con que ese tipo de productos entra en nuestra vida diaria, y esto es algo que no queremos reconocer. Cuando en la consulta preguntas "¿qué tal come el niño?", el 80-90 % de los padres responde que come muy bien, que se preocupa por su alimentación. Cuando escarbas un poco y preguntas con empatía, pero con sagacidad, la respuesta se va pareciendo más a la realidad que todos podemos observar en nuestras calles, nuestros bares, nuestros colegios y en cualquier ámbito, sea público o privado. Te diré que tengo ya una buena colección de fotografías de papeleras situadas cerca de centros escolares y es para echarse a llorar…
Salir a un parque por ejemplo y observar que muchos niños llevan en la mano una galleta en vez de una fruta te debe resultar desesperante a veces...
A este respecto, puedo contarte una anécdota reciente: una madre me comentó que una educadora del ciclo preescolar le había dicho que no pusiera fruta al niño porque iba detrás de los bollitos o galletas de los otros niños y no los dejaba tranquilos. Lo que tenía que haber hecho esta profesora es convocar a todos los padres para decir que no se aceptarán meriendas insanas en el colegio para que no suceda esta increíble historia; de hecho, hay bastantes centros en los que se prohíben los productos insanos como la bollería (incluidas las galletas) o cualquier bebida azucarada. Es una labor que debemos afrontar en equipo: familias, colegios, centros deportivos, hospitales, centros de salud… porque en muchos de estos servicios o edificios hay oferta obesogénica casi invariablemente.
En tu libro, señalas que "el consumo ocasional" o la barra libre que nos damos en días festivos, al final, ocupa realmente una gran parte del año, o sea, que de ocasional tiene poco. En España, además, tendemos a celebrar y a reunirnos con familia y amigos en torno a la comida, es una costumbre verdaderamente muy arraigada en nuestro estilo de vida. Ante esto, ¿qué solución ves para que esos excesos no sean tan habituales?
No creo que sea un hecho diferencial de nuestro país, sino que más bien pienso que hemos aceptado como normal, entendiendo esta palabra como concepto estadístico, lo que hace la mayoría de las personas que viven en nuestro entorno, costumbres que han venido de EE.UU. impuestas de manera inadvertida a través de un estilo de vida que ha irrumpido con mucha fuerza en nuestra sociedad a través de películas y de series de televisión, entre otros muchos factores sociales y económicos. Estamos hablando de celebrar —siempre comiendo— cada pequeño acontecimiento de nuestras vidas como si de ello dependiera nuestra felicidad. Para mí, la felicidad no se consigue de esta manera; la felicidad es algo más sutil e interno que no tiene que ver tanto con la alimentación aunque el auge actual de la gastronomía y la cocina nos lo haga percibir de este modo. Sé que voy a contracorriente, pero estoy absolutamente convencido de que estamos en la etapa más hedonista de toda la historia de la humanidad, y esto nos ha llevado a pensar que el placer de comer, ahora que se ha hecho accesible a todos los niveles, es un derecho inalienable al que no podemos renunciar. Otra costumbre ajena a nuestro estilo mediterráneo clásico de vida ha sido aceptar el aumento de tamaño de raciones y envases que se ha producido en estos últimos años. Creo que citar a Molière ahora, aunque ya no esté de moda, es la manera de resumir mi respuesta a tu pregunta: hay que comer para vivir, no vivir para comer.
¿Una alimentación sana está reñida con el hedonismo del buen comer?
No quiero que se interprete mi respuesta anterior como un mensaje de triste y aburrida contención de un impulso que nos ayuda a sobrevivir. Lo que muchos investigadores afirman actualmente es que es posible reconfigurar nuestros cerebros para encontrar placer en comer alimentos saludables aunque no tengan esos sabores tan intensos y extremos conseguidos mediante procesos muy elaborados y adición —en calculadas proporciones, por lo general muy desequilibradas— de azúcar, grasas no deseables y sal o potenciadores del sabor. Esta reconfiguración no es tan difícil de conseguir y se calcula que en unas tres semanas se puede alcanzar. Explico muy bien en mi libro estrategias diversas para conseguirlo aunque comamos fuera de casa, factor que se sabe es uno de los que más ha influido en esta epidemia.
¿Cuáles son los tesoros que guardas en tu despensa?
Ja,ja… no existen los tesoros nutricionales ni los superalimentos como nos quieren hacer creer las publicaciones o libros que desean ventas millonarias con sus “descubrimientos”. Por este motivo, en mi despensa no hay nada extraño comprado a precio de oro en una tienda “ecoguay” o ecológico-holística, porque estos conceptos se usan con fines comerciales. Los productos ecológicos son más caros y no han demostrado que sean más saludables que los tradicionales. Contestando a tu pregunta, te diré que en mi despensa hay frutas, verduras y hortalizas en conserva (las frescas en la nevera, claro), legumbres, arroz y pasta integrales, avena, quinoa, sésamo, muesli, cacao 100% puro en polvo, latas de atún, de sardinas… y, cómo no, alguna tableta de chocolate negro, que cuando tiene una proporción del 70 % o superior no deja de ser una “chuche” saludable tomada con moderación.
No eres partidario de excluir ningún producto de la dieta, sino más bien de llevar a cabo una alimentación consciente. ¿Cuáles son las principales pautas que puedes dar en ese sentido?
Pues te digo, creo que ese es el mensaje que lanzan con frecuencia los medios, influenciados por la industria alimentaria que subvenciona muchos estudios que proclaman que hay que comer “de todo”. Pues no, no hay que comer de todo, porque hay muchos productos que no son comida normal, sino alimentos ultraprocesados que no deben de entrar en nuestra vida. Además, las frases “de vez en cuando” o “por un día no pasa nada” sabemos que responden, en muchas ocasiones, a un autoengaño, y al final ese “de vez en cuando” es cada 4 o 5 días. Y eso sucede con varios productos insanos de manera individual, con lo que en definitiva, y esto pasa en la alimentación infantil, cada día entra en el estómago del niño algo insano, porque, pobrecito, no quiero que sea diferente a los demás... ¡Que disfrute de la vida! Nuestra misión, pues, ha de consistir en que sea el niño el que le diga a la madre: "mamá, no me pongas esas marranadas en la mochila, ponme fruta o un mini de pan integral con humus". Y esto no es ciencia ficción, esto está pasando... créeme. Tampoco prohibir es bueno: simplemente no comprar, no ofrecer, no tener en casa comida insana.