En los tiempos actuales, los autores tienen la complicada tarea de diferenciar sus textos y suprimirlos de signos políticos. No es un problema de terminología sino de estrategia. Todo autor sigue una determinada dirección política, quiera o no. Aunque muchas veces este aspecto se niega. Si las personas son entes políticos, por extensión sus obras también lo son.
El arte de escribir debe permanecer independiente. Es decir, las obras literarias deben formular una problemática social, que a su vez confronte al lector con la política, para de esta manera inducir a una polémica. Lo interesante de este procedimiento lógico es que el resultado no es siempre el mismo. Las novelas o cuentos tienen en muchos casos un discurso demasiado evidente. Esta característica las hace menos atractivas y puede ser a largo plazo perjudicial para el autor. En el resultado final se puede analizar con detenimiento el contenido político palpable de una obra literaria. En la literatura, la evidencia aparece claramente, no nos deja dudas, las palabras son el medio más directo para identificar la perspectiva política que se transmite. El autor tiene el compromiso de escribir de tal modo que sus contenidos aparezcan con transparencia y claridad. En la ficción y la crónica hay básicamente tres circunstancias en las que los textos pueden adquirir una carga política inesperada: las novelas sobre problemática social, sobre hechos reales y novelas históricas. Las dos últimas se refieren a guerras u otras catástrofes sociales en las que un gobierno o un grupo de personas tiene la responsabilidad de la tragedia.
Analicemos uno por uno los casos en que los autores, en la mayoría de ocasiones, caen en el grave error de pronunciarse en una evidente posición política. Novelas sobre problemática social; esta temática tiene la característica de confrontar directamente al lector con un hecho en el que una sociedad se divide a favor o en contra del oficialismo. Tomando como punto de partida la ficción, es el terreno más propicio para que el autor mantenga su neutralidad, aunque en muchos casos esta se ve resquebrajada por la forma en que es tratada. En algunas obras, la deformación es tal que el discurso parece una arenga política. Todo depende del trabajo de caracterización de los personajes, su interacción en la problemática y el desenlace final. Las novelas sobre hechos reales; este tipo de textos siempre tiene un trasfondo que, quiera o no, es político. Sin embargo no es muy propenso a politizarse porque la acción está más concentrada en los personajes. En este caso, la vivencia individual, recogida de algún testimonio, es el referente y escudo de la obra. Por último, la novela histórica; es la más difícil de escribir. Es una especie de campo minado para un autor. Allí la temática está politizada de antemano y el escritor muy dificilmente puede mantener su neutralidad. Sin embargo, existen maestros de la novela histórica como Umberto Eco. Eco parte de ese campo saturado de elementos políticos de la antiguedad y los transforma en un mundo mágico en el que los personajes llegan al lector con una veracidad y fuerza implacables.
Para terminar, como consecuencia final, los rasgos políticos en la literatura siempre están presentes. La tarea del autor es crear una historia que sobresalga por su propia realidad. En ella, la simpatía hacia alguna ideología, si la hubiera, deberá permanecer oculta. Además, la neutralidad del texto será la base primordial de su éxito.