Para hablar de sus cuadros antes es preciso hablar de aquel que los pinta, de cómo se ha hecho y de como han tallado en él los dibujos del tiempo.
De esta manera, me acerco a Guillermo Oyagüez, un artista que vive de su arte y cuyo nombre suena ya en las galerías más conocidas de toda España. Le llamaré el pintor de las luces, uno que me concedió una entrevista en la que me ha hecho entender sus sombras. Y por ende su maravillosa pintura.
La “Isla de Holbox” es su nueva exposición, una que se puede encontrar en Ansorena Madrid y que permitirá al espectador alejarse por unos instantes del mundanal ruido de la capital para sumergirse en el mundo interno del pintor, y de paso en una pequeña isla caribeña.
Como aquellos que no conocen el tiempo, ni les importa. Guillermo es un humanista desenfadado con vaqueros pitillo y una nariz nada escrupulosa que olisquea todo tipo de aromas, sin miedo ni vacilaciones, ni ascos.
Guillermo Oyagüez, el padre de este pequeño paraíso de arena blanca, se alza ante el mundo como sus cuadros delicioso y caótico, realista en sus figuraciones.
Ansorena, la galería en el Madrid caro, se empieza a perpetuar como refugio de naturalidad, cada dos años, cada vez que uno de los pintores más pintorescos expone allí. Aquellos que decidan asomarse a la galería y que disfruten de este arte deberían conocer aquel que lo enfunda, aquel que deja algo de sí mismo en esos cuadros. Es por eso que después de encontrar su pintura decidí acercarme a él para definir su arte en toda su magnitud.
Algo que tiene claro Guillermo, un pintor con la lengua tan afilada como sus pinceles, en una entrevista en la que compartió cómo su pasión por el arte pasa antes por la persona, en el momento en el que le pregunté sobre sus pintores favoritos: “Si noto que es una mala persona, hipócrita o un mal tipo, lo más seguro es que deteste sus cuadros”.
En su caso todo es natural, todo son luces y sombras que el pintor no te oculta bajo el velo de palabras grandilocuentes o verborrea artística vacía. Él es sin más, me asegura que pinta porque le gusta y porque es lo que mejor se le da. Punto.
Sin embargo, es mucho más que eso. Una vez te adentras en la galería y te acercas a sus cuadros, puedes comprender el sentido de su pintura con brochazos llenos de luz que crean formas y que surgen de repente como si alguien detrás de ellos te estuviera observando.
Pese a ser figuración, Guillermo consigue captar un determinado momento y congelarlo al igual que hizo Hallbarg con Dorian Gray, inmortalizando una fracción de segundo y fotografiando con su pintura sus propias sensaciones.
Y es que Oyagüez es como sus cuadros. Un pintor de sensaciones amante de los momentos, de aquellos que no tienen miedo de admitir que prefieren una cerveza bien fría acompañada de unos pechos en 3D a palidecer ante un cuadro.
De aquellos que rara vez pintan por encargo, y que solo lo logran cuando sienten que con su arte pueden ofrecer al mundo algo, aunque en muchas ocasiones no sepan el qué. El cuadro se va pintando.
En una época donde “venderse bien” vale más que el trabajo en sí, Guillermo, como prefiere que le llamen (odia que se refieran a él por su apellido) no ha creado una imagen de si mismo, ni una marca propia, él es frente al cuadro todo su marketing posible. Alguien que dibuja y pinta lo que quiere y cuando quiere. La realidad de una naturalidad que ha dado sus frutos sin más. Trazo a trazo.
De hecho, su Facebook, al igual que su arte, deja muestra clara de ello, de un pi,ntor sin pelos en la lengua; natural, llegando en muchas ocasiones a ser demasiado políticamente incorrecto, sin pretensiones morbosas y diciendo lo que piensa en cada momento, algo que no siempre le trae cosas buenas.
Su curiosidad es insaciable, y como gran artista que es su campo de visión no se reduce únicamente a la pintura. La fotografía, la escritura y… por qué no, las mujeres son sus otras pasiones favoritas.
Como gran amante de los placeres mundanos, le pregunté al pintor que por qué no retrataba mujeres. Me contestó como quien lanza un dardo de evidencia y te reta una y otra vez ante un espejo, “porque me pongo demasiado cachondo”. Así de simple y de complejo, sin dobleces ni aspavientos de pintor endiosado de fama.
Una frase tan cruda como cierta que me servirá para transmitir lo que produce la “Isla de Holbox” en el espectador, sin necesidad de desnudos pintorescos, ni retos a las más profundas convicciones humanas, una exposición que pone cachondo el sentido artístico de cualquiera que se asome a estas pinturas, un lugar donde las luces juegan al óleo y ganan el cuadro.
Una exposición que define el arte por el arte dejando a un lado todo lo demás y sin caer en ningún tipo de morbo de la provocación.
Guillermo logra esas cosas, consigue removerte por dentro con su Horizonte o con Silencio, y con su naturalidad, dando paso a las sensaciones, a los momentos y a lo verdaderamente cautivador.