Hubo un tiempo en el que la fotografía era una forma de alquimia: el arte de dibujar con luz imágenes que aparecerían luego, como por arte de magia, impresas en una placa metálica o de cristal. Aunque las primeras formas de fotografiar fueron perdiéndose con el tiempo, todavía quedan algunos alquimistas que trabajan la técnica y el arte de los primeros cuadros fotográficos.
Es 1983 y los aviones de la fuerza aérea argentina sobrevuelan el cielo de Mar del Plata dando una apariencia de poder, inexistente, que en el fondo era solo la imagen de un poder que no tardaría en derrumbarse. Un niño mira desde la playa entre fascinado y perplejo el paso de esos aviones con dirección a ninguna parte. Quiere capturar la imagen de ese momento en el tiempo para siempre. Su madre le compra una cámara de fotos. Ese fue el momento en el que surgió la vocación del fotógrafo Alejandro Martínez.
Me dice que se siente un fotógrafo absolutamente analógico. Casi no utiliza cámaras digitales y a pesar de que las comprende y le parecen extraordinarias, no utiliza herramientas como el Photoshop; no le interesan. Por el contrario, su fascinación por la historia y el mundo antiguo le llevaron a aprender varias de las técnicas fundacionales de la fotografía: la daguerrotipia, el colodión húmedo, la calotipia y la cianotipia.
"A principios del 87 me apunté a una escuela de fotografía", me cuenta mientras le visito en su taller del elegante barrio madrileño del Retiro. Estuve ahí unos años y al terminar la escuela secundaria empecé a trabajar como asistente de uno de mis profesores. Lo asistía en la documentación fotográfica de los trabajos de restauración de pintura antigua que se realizaban en la Fundación Tarea de Buenos Aires. En muy poco tiempo se volcó totalmente al mundo de la fotografía, empezó a documentar procesos de conservación y restauración de patrimonio artístico en general: arquitectura, pintura, papel, fotografía. Ahí es cuando surge su fascinación por las técnicas de fotografía antigua.
Lo primero que hizo de manera independiente fue un taller de daguerrotipo. En los ratos libres que le dejaba su pasantía con una beca de Funarte en un archivo fotográfico de Rio de Janeiro, aprendía los rudimentos de la daguerrotipía con el fotógrafo Francisco da Acosta. En la época pre internet no había tanta información ni bibliografía para aprender esta técnica.
Luego gana una beca de la antigua AECI para estudiar con Ángel Fuentes de Cia, el gran conservador y restaurador de fotografía español, perfeccionando las técnicas que había aprendido. Es Fuentes, uno de sus grandes referentes, quien definitivamente lo sumerge en el siglo XIX en general y en la fotografía de ese período en particular. Después de estar en Zaragoza y Madrid un tiempo, regresa a Buenos Aires en el año 2001. Pensó que podía volcar lo aprendido fuera de Argentina y enseñar. Pero se encuentra con la situación crítica que atraviesa su país. Es entonces cuando, ante el sombrío panorama laboral, se vuelca al comercio de objetos de colección y antigüedades. Sin embargo, la fotografía siempre estuvo presente en su vida, coleccionando imágenes y libros de época, cámaras, objetivos (la suya es una de las colecciones de objetivos antiguos y Petzval más impresionantes que he visto), leyendo y enseñando documentación fotográfica y técnicas de fotografía histórica.
No solamente la fotografía está cambiado, me dice, sino la mentalidad y la percepción de los fotógrafos y los artistas. Muchos de ellos están mirando al pasado, y no necesariamente al pasado inmediato sino mucho más atrás. Muchos aspectos técnicos de estos procedimientos se perdieron al llegar las nuevas tecnologías. Hubo que realizar investigaciones en la bibliografía existente para poder ejecutar estos procedimientos. Ahora tenemos muchas más facilidades para crear con estas técnicas antiguas (se pueden conseguir químicos de una pureza increíble, hay agua potable, etc.). Sin embargo, todavía no se ha alcanzado el nivel que tenían los antiguos maestros. Alejandro siempre tuvo una angustia y una fascinación con el pasado. Siente que la fotografía tiene que ver con una angustia por preservar el tiempo (como nos lo enseñó Proust), aunque sea imposible. Esa angustia le lleva a coleccionar objetos antiguos y rescatar técnicas históricas. Su fascinación por los lentes antiguos tiene que ver con la impronta y el efecto que estos marcaban sobre la imagen.
Por esta razón crea el Atelier Petzval, uno de los pocos lugares en España donde se puede aprender la técnica del colodion húmedo, para dar una herramienta a quienes compartan esa fascinación por la fotografía antigua. En los talleres que han impartido en el Atelier fotógrafos como Agustin Barrutia o Ana Tornel, se utilizan en la medida de lo posible materiales de época. No solamente se enseña la técnica, sino que se la contextualiza y se la sitúa en relación a la historia de la fotografía. Esa inmersión en el contexto histórico de estos procedimientos fotográficos es fundamental para entender la técnica. Ese es el perfil que diferencia a los talleres de su Atelier de otros, en los que se da más relevancia a la expresión por encima de la contextualización histórica o incluso de la técnica misma.
¿Por qué es tan importante para ti la preservación del pasado?, le pregunto a Alejandro. Y me contesta con esta anécdota que alguna vez le contaron: un día, Horacio Coppola, uno de los grandes representantes de la fotografía argentina, cuando estaba en los últimos años de su vida lloraba desconsoladamente. Pero como estaba muy viejo no se acordaba por qué lloraba, no tenía registro de lo que le estaba generando dolor. Y ese dolor que sentía era por la muerte de su mujer, la también fotógrafa alemana Gret Stern. Sentía dolor pero no tenía un registro físico de ese dolor. La fotografía es una forma de catarsis del dolor a través de la preservación de una memoria a la que le hemos dado identidad visual.
Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidarse es difícil para quien tiene corazón.