“Bendito sea el hombre que no teninedo nada que decir, se abstiene de demostrárnoslo con sus palabras” [Thomas S.Eliot, poeta, 1888-1965]
Es curioso el poder que tienen las palabras. La más pequeña de ellas puede empujarnos a hacer cosas inimaginables. ¿Quién no ha espoleado a un amigo alguna vez con el famoso “no hay huevos”? Pueden hacer realidad nuestros sueños o hundirnos en la miseria.
Pero van más allá. Tienen poder sobre nuestro subconsciente. Nos moldean socialmente, o, tal vez, somos nosotros los que nos moldeamos para adaptarnos al molde impuesto y creo que no nos damos cuenta de lo mucho que pueden llegar a afectar ciertas palabras, ciertas frases dichas sin pensar. Porque el poder de una palabra no acaba tras ser dicha y escuchada. Hay algunas que se alojan en el cerebro y echan raíces, llevándonos a cuestionarnos nuestra forma de actuar, de ver el mundo… de cómo el mundo nos ve a nosotros. Pueden haber sido dichas de la forma más inocente y menos maligna del mundo, pero, dependiendo de la persona que las escuche, del momento o de una miríada de pequeños detalles, esas palabras pueden esculpir rasgos de carácter.
Un ejemplo extraordinario de esto es la película recientemente estrenada de Carlitos y Snoopy (20th Century Fox, 2015). En ella, Carlitos es un niño tímido, amable e inteligente que se esfuerza por ser un buen hermano, estudiante y ser humano en general. Como audiencia, estos rasgos nos saltan a la vista claramente. No obstante, el personaje, al no tener un punto de vista objetivo de sí mismo, es incapaz de ver estas cualidades. Por el contrario, lo único que ve son los defectos - subrayados por sus amigos y compañeros de colegio – y ampliados a base de años y años de repetición.
Es importante puntualizar que a Carlitos no se le hace bullying. No es un marginado solitario. Tiene amigos y es querido por ellos. Pero sus amigos son niños y los niños dicen la “verdad”. Y la verdad es que Carlitos es patoso, muchas cosas le salen mal y hace grandes estropicios. ¿Niegan estos defectos sus cualidades? No. ¿Son sus cualidades menores o de menor valor por ello? No.
Mas, desde un punto de vista objetivo. La puntualización constante de los defectos, frente a las cualidades, llevan a Carlitos a ignorar por completo sus cualidades – como si estas no existieran – y a ver sus defectos maximizados – como si estos fuesen sus únicos rasgos de carácter. Lo cual se hace evidente al final de la película (spoler alert):
Charlie Brown: “Antes de que te vayas quería preguntarte porqué, de todos los niños de nuestra clase, me escogiste a mí para ser tu compañero?”
Pequeña Pelirroja: “Eso es fácil. Porque admiro el tipo de persona que eres.”
Charlie Brown “¿Un fracasado soso e inseguro?”
En el momento en que la Pequeña Pelirroja saca a relucir los talentos de Carlitos, al chico se le ilumina la cara, tanto con alegría y orgullo como con vergüenza. Tal vez deban decirle las mismas palabras muchas veces más antes de que estas echen raíces, porque parece mucho más fácil que sea lo negativo aquello en lo que más nos fijemos. Es más sencillo rechazar lo positivo que admitir lo negativo, especialmente si estas cosas se montan sobre años de inseguridades.
Pienso que es imposible controlar lo que decimos veinticuatro horas al día. Sin embargo, tal vez podamos conceder más a menudo una palabra amable.