“Solo ha empezado”, se consolaba Harvey Weinstein en la fiesta de Amazon posterior a los Globos de Oro, mientras recordaba que El discurso del rey se había ido de vacío de los premios de la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood para después triunfar en los Oscar.
No había sido una buena noche para el productor más temido y deseado en la meca del cine. Carol, de Todd Haynes, acumulaba el mayor número de nominaciones, cinco, pero no obtuvo ningún premio. Un galardón para Ennio Morricone por la banda sonora de Los odiosos ocho, el nuevo western de Quentin Tarantino, fue todo el botín para este judío apasionado por el arte y negocio del cine. Solo era el comienzo.
Sin embargo, cuatro días después, el 14 de enero, llegó el final. Carol no figuraba entre las nominadas a mejor película y director en los premios de la Academia, pese a lograr seis candidaturas. Los odiosos ocho no obtenía la nominación a mejor guion original para Tarantino y se tenía que conformar con tres menciones en apartados menores. El otrora rey Midas de los Oscar se quedaba fuera de la categoría reina por primera vez desde 2008, aunque esa no ha sido su mayor preocupación en un año aciago para su compañía, The Weinstein Company. Fracasos de taquilla, despido y marcha de trabajadores, acusaciones de agresión sexual, dudas sobre la situación financiera de la empresa y rumores de venta han marcado a la productora y distribuidora neoyorquina durante los últimos doce meses.
Nacido en el distrito de Queens en 1952, Harvey Weinstein y su hermano Bob no parecían destinados a dominar el mundo del cine independiente y de prestigio. De hecho, comenzaron sus carreras profesionales como promotores de conciertos independientes de rock durante los años setenta. En 1979 pusieron en marcha la productora y distribuidora Miramax, aunque entonces estaba lejos de ser el hogar soñado para los directores deseosos de alzar un Oscar o, al menos, convertir su pequeña cinta independiente en un éxito sorpresa. Al principio, Harvey y Bob se limitaban a distribuir películas de conciertos y cine pornográfico que editaban previamente con el objetivo de lograr la aceptación de la audiencia estadounidense.
La afición de los hermanos por retocar cintas terminadas no se limitó a las películas X. Mientras su empresa se consolidaba con premios y grandes éxitos independientes, también lo hacía su fama de matones y aficionados a intervenir en la obra finalizada de los directores para adaptarla a los gustos del público norteamericano masivo. Arte frente a negocio. Quien no se sometía a los deseos de los hermanos sabía (y sabe) que le esperaba un estreno limitado y sin promoción. Por cada Shakespeare in Love ha habido más de un Pequeño Buda.
Pese a los fracasos y las crisis financieras periódicas, Miramax se convirtió en una marca reconocida y aplaudida que Disney compró en 1993 para mejorar su pobre trayectoria en los Oscar. Los Weinstein, almas libres y testarudas, no cambiaron su forma de trabajar y las disputas con el director ejecutivo del estudio del ratón Mickey, Michael Eisner, fueron constantes, hasta que el estreno de Fahrenheit 9/11, que Disney bloqueó y que condujo a los Weinstein a crear una distribuidora para su lanzamiento, llevó las relaciones a su punto final. En marzo de 2005, Harvey y Bob anunciaron que no renovarían su contrato con Disney en septiembre y crearon un nuevo estudio, The Weinstein Company, donde han mantenido su fama y modo de trabajo.
El año 2015 empezó con buen pie para los hermanos gracias al éxito moderado de la película familiar Paddington y las nominaciones a los Oscar de Descifrando Enigma. Sin embargo, el biopic sobre Alan Turing solo logró el premio de la Academia al mejor guion adaptado y, aunque la económica La dama de oro funcionó bien en taquilla, ni el drama pugilístico Southpaw ni la cinta de acción Golpe de Estado ni la comedia Burnt se han convertido en grandes éxitos de crítica y público. La prensa especializada sí ha aplaudido Macbeth, Carol y Los odiosos ocho, pero la presencia limitada en los Oscar ha impedido consolidar unas recaudaciones modestas. Si se da tanta importancia a los galardones es porque convierten en viables filmes de autor que se alejan del mero espectáculo.
Sin premios, los beneficios se reducen, pero la junta directiva del estudio, que aportó dinero diez años atrás para poner en marcha la empresa, empieza a mostrarse ansiosa por recuperar su inversión. Por supuesto, los hermanos no están dispuestos a conseguir ganancias adicionales mediante la venta de la compañía, que ingresa 500 millones de dólares al año y posee un crédito de un consorcio compuesto por doce bancos con otros 500 millones para financiar películas.
En la actualidad, Harvey y Bob pretenden conseguir una gran transacción corporativa y producir grandes éxitos de cine y televisión. Por tanto, se involucrarán en menos cintas de autor y optarán por filmes de mayor presupuesto y aún más fácil consumo. Si hasta el momento estrenaban dieciocho películas al año, ahora planean distribuir entre ocho y diez cintas. Aunque el movimiento no difiere demasiado de lo que han hecho los grandes estudios en la última década, la prensa especializada se muestra convencida de que, con menos títulos, podrán organizar campañas más potentes para las películas con las que esperan triunfar en los Oscar. Al fin y al cabo, Harvey es quien acosó a Sidney Pollack en su lecho de muerte para que convenciera al director Stephen Daldry de que terminara el montaje de El lector a tiempo para presentarlo a los Globos de Oro.
Junto a la producción de menos cintas, más comerciales, los hermanos pretenden fortalecer su posición en el mercado televisivo. Si bien en abril se frustró la venta de su división de televisión al canal británico ITV, los hermanos se asociaron en diciembre con American Media y Jupiter Entertainment para lanzar una nueva sección de producción para la pequeña pantalla. Mientras el cine independiente encuentra cada vez más obstáculos para ser rentable, los hermanos buscan ingresos en la diversificación del consumo televisivo.
Con el foco puesto en la televisión, The Weinstein Company ha despedido a 50 de sus cerca de 250 empleados en 2015, la mayoría pertenecientes al departamento cinematográfico. Pero las marchas también se han producido en las altas esferas de la compañía. En los últimos meses han abandonado la empresa Jason Janego y Tom Quinn, directores de la división de vídeo bajo demanda Radius-TWC, el presidente de marketing, Stephen Bruno, y la presidenta de televisión, Meryl Poster.
Incluso la renovación de los contratos de los hermanos como directores ejecutivos de The Weinstein Company hasta 2018 estuvo en vilo. Aunque se habló de desavenencias con la junta directiva, Harvey Weinstein ha asegurado que el retraso en la firma se debió al deseo de los hermanos por vincular sus contratos al del director de operaciones, David Glasser. Glasser anunció su marcha de la compañía en agosto, pero un mes después decidió permanecer en su puesto para expandir la división televisiva y continuar su labor como enlace entre los volátiles hermanos y los inversores. Entre sus tareas, también podría figurar la compra de Miramax, el antiguo estudio de los hermanos, para disponer de su amplia biblioteca de películas.
Pero no todos los problemas de los Weinstein han tenido que ver con el cine en 2015. Como guinda del pastel, en marzo Harvey fue acusado de tocar los pechos a una modelo italiana de 22 años durante un encuentro en su oficina de TriBeCa. Finalmente, no se presentaron cargos criminales, aunque la presunta víctima realizó una llamada al productor a instancias de la policía en la que reconocía el episodio.
No, los últimos doce meses no han sonreído a los Weinstein ni fuera ni dentro de las salas de cine. Pero los hermanos ya sufrieron una crisis incluso mayor en 2009 y sobrevivieron. Después de todo, el propio Harvey asegura que si no existiera, tendrían que inventarlo.