El soñador despierto, despierta soñando.
Sin prisas, cruza el puente como libelula que sale ligera de la carcasa de la muerte
y en su metamorfosis, atraviesa lentamente el corredor de una orilla a otra para dejar de arrastrase, secar sus alas y emprender el vuelo…
No hay nostalgia por la orilla que se aleja, ni la honda pena de saber a lo que
no se regresa.
Sobre el puente de la vida y la muerte, donde se gana y se pierde, el soñador despierto sigue las huellas de su instinto, el hilo sutil que lo conduce al insensato vuelo de lo imposible.
Se detiene y contempla el vacío. El pasado se disipa, el futuro no se anticipa y, el momento presente es la energía circular donde nada se pierde y todo se encuentra en el instante único que renueva.
El soñador despierto sabe que más anhela y más lo anhelado se aleja, como un espejismo que nunca logra alcanzarse, como si la corriente de lo imposible se lo llevara mar adentro.
El soñador despierto rescata con redes de plumas sueños naufragados que encumbra, sueños que se resisten al inmenso océano del olvido.
Él o ella, el que despierta soñando…, reconoce a dos almas que cruzan el puente después de siglos sin verse. Esas vidas con su pensamiento, su sentimiento, su sangre, no lo saben; solo las almas se reconocen, ellas tienen su propio lenguaje y el soñador despierto es capaz de captar lo innombrable.
El soñador despierto sabe que lo que hizo gozar como lo que hizo sufrir termina; que el fluir es aprendizaje donde hasta las mismas aguas aprisionadas en un tiempo, necesitan de un cauce largo hasta la transparente calma.
La abundancia es el ahora y lo que pudo haberse vivido se hace vacío, desierto sin arena, río sin agua, noche sin estrellas. Tiempo perdido nunca regresa.
El soñador despierto vive el eterno retorno y como si cada día se tratara de una nueva vida, sabe que lo que no es esencial, se lo lleva el aire, lo borran las olas de las orillas o queda sepultado hasta hacerse polvo.
Sin un brote hacia la vida, nada es experiencia, sólo paso… Como los pasos del corazón, largo trayecto donde mucho se olvida y lo que queda…, es lo que sutil atraviesa las paredes de la existencia,lo que impregna el jardín secreto del alma viajera.
Meditabundo, el soñador despierto nunca se cansa, ni en el sueño ni en la vigilia, su espíritu insaciable de vida, se prolonga en los instantes que eterniza. Sus lánguidos párpados se cierran para cubrirse de luz acariciante y suave; su sangre se altera
al sentir la presencia del anacrónico ser que cruza su paso; sus oídos se agudizan con el batir de alas de una criatura del aire. El soñador despierto, palpa lo impalpable, percibe lo imperceptible y hace tangible los minúsculos detalles que conducen a umbrales.
El soñador despierto, no solamente ha oído hablar del poder creador y destructor de la palabra; si no que lo conoce y sabe entonar su palabra con elegancia y con la poesía necesaria para hacer de lo banal y lo cotidiano, materia que transformar y transcender a lo sublime.
El soñador despierto conoce la lentitud, la que saborea cada gesto, cada mirada, cada contorno de la piedra, del cuerpo, del alma… En el puente, suspendido en el aire,
sin tierra firme donde posarse, la imaginación despierta jugando con todos los elementos que lo rodea. Las posibilidades se despliegan infinitamente.
El soñador despierto sabe que la prisa mata… ¨y se escapa la vida ganando velocidad, como piedra en su caída¨.
El soñador despierto es el angel azul de las almas heridas. El amigo de los perros callejeros, el que charla con los vagabundos, el que da de comer a gaviotas y habla con los cuervos.
El soñador despierto no se abandona nunca y, a menudo camina como flotando en el aire, cruzando puentes entre vigilia y sueño, entre sueño y vigilia, de una orilla a otra…, haciendo camino, siguiendo la senda de su destino.