España es un país muy de imitar lo que los demás hacen. Da igual de qué género estemos hablando, ya sea cine, gastronomía, música… Hoy gustan los pantalones acampanados, pues vemos a medio país cuales elefantes; mañana gustan las cumbias, entonces preparémonos los bolsillos para apuntarnos a clases de baile. Y así con todo.
Pero hay modas que duran demasiado. Modas que comienzan por un fin determinado y se tergiversan hasta convertirse en otra cosa que, en realidad, no tiene mucho que ver con sus principios (utilicemos la palabra principios de la manera que mejor nos convenga). Por ejemplo, los toros. En un momento dado se dijo que torear era arte, y todos se volvieron artistas de la tauromaquia. Al año siguiente surgieron las corrientes en contra del toreo, y muchos lanzaron el capote al fondo del mar.
El antes y el después
Erase una vez un “Uro”, o mejor dicho, “toro bravo”, que decidió asentarse en España allá por los tiempos de los Íberos. Era tan bravo que los habitantes de aquél entonces decidieron que simbolizaría la fortaleza, la fiereza y la acometividad. Lo transformaron en un enemigo al cual enfrentarse tan sólo por sus facciones, por ser robusto. Y así, su sacrificio fue un signo muy importante en los ritos religiosos de entonces.
¿Por qué las plazas de toros tienen forma redonda? Se dice que, cuando el sacrificio del toro bravo, ya existían unos templos celtibéricos donde realizaban tales ritos, que adoptaban la forma circular. Sin embargo, suele relacionarse más con el circo romano, o al menos ahí fue donde se acentuó el carácter de espectáculo que llega hasta nuestros días.
La España musulmana hizo un único intento importante hasta ahora para abolir las celebraciones del sacrificio de los toros… Sin éxito. La España medieval, en cambio, consiguió incluso ponerle la medalla de “deporte de la nobleza” y, con ellos, se crearon los inicios del famoso “rejoneo”. Las corridas de toros que conocemos hoy en día tuvieron su punto de partida en el siglo XVIII, donde se abandonó el caballo y empezó a hacerse a pie.
Ora arte, ora matanza
Son muchos los pintores, escritores, cineastas o músicos que han exaltado la belleza del toreo hasta el punto de ayudarlo a que se convierta en cultura y tradición. “Nosotros lo que valoramos es al torero”, es el escudo de los aficionados, que dicen que “ya hay que tener agallas para enfrentarse cara a cara al animal”. Incluso el poeta Federico García Lorca afirmó: “Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo”; y es que sí, ya se considera fiesta nacional y un factor común en España; algo que, según los taurinos, “une”. Pero en verdad… ¿Qué culpa tiene el toro de todo esto? Aquellos que acuden a ver una corrida dudo que busquen el morbo de ver morir al animal, pero en realidad, el propósito de este “deporte” es que el toro muera. Se aplaude cada herida, se llora cada cornada al torero, pero nadie piensa en el sufrimiento del animal, porque éste no habla como nosotros, humanos.
Por otro lado están aquellos que defienden a los animales por encima de todas las cosas y critican e insultan a quienes acuden a disfrutar del toreo. Lo hacen, en realidad, no sólo por el hecho en sí, sino porque ellos son vegetarianos e incluso miran por encima del hombro a quienes se atreven a comer carne. No todo es blanco y negro, hay tantísimos grises…
No puedes imponer un ideal a alguien tan sólo porque crees que es la mejor opción. Que sí, muy pocos ven algo divertido o placentero en observar cómo un ser humano termina con la vida de un toro sin ningún motivo, pero tampoco es plan de machacar al prójimo porque come carne.
En realidad, más que seguir unas ideas por el hecho de tenerlas muy claras, lo que hacemos es guiarnos por el mejor orador y afincarnos a sus premisas. Falta, en este país, más personalidad y sobra tanta parafernalia.