He tenido que llegar a los treinta y tantos para descubrir con desolación que, pese a lo de mujer independiente, moderna y trabajadora (a Dios gracias), sigo sufriendo por amor igual que a los diecisiete.
Ya por el siglo XVII, María de Zayas, a la que admiro por admirar a Lope y por ser así de feminista cuando aún no existía el concepto, nos dejaba sus Novelas amorosas y también sus Desengaños amorosos. Obras en las que con una sencilla y pulida prosa, fruto del deseo imperioso de narrar, aprovecha para prevenir a las jóvenes incautas de los despiadados engaños de los que se sirven los hombres para llevarnos a su terreno. De la importancia de la honra, y ya no tanto de esta, sino de la importancia de la picardía y la discreción una vez esta se haya perdido. Ya se sabe, la mujer del César...
A pesar de las lecciones de María de Zayas, siglos después hemos seguido siendo educadas con los cuentos de hadas. Y, así, esperamos la llegada del apuesto príncipe azul, que un día aparece, radiante, nos arranca el corazón, lo devora y después lo regurgita a nuestros pies.
Como la desolada víctima del naufragio, yo, feminista recalcitrante, me veo de nuevo suspirando, cual alma en pena, allá por donde paso. Menos mal que entre mis referentes tengo a Bridget Jones como el mejor de todos los ejemplos a seguir (ella sí que es mi heroína): esa tía loca, regordeta, comilona y borrachuza; un auténtico desastre en perpetua crisis sentimental, que busca enderezar su vida y, de paso, encontrar el amor de los modos más disparatados.
Entre su bibliografía básica se encuentra Jane Austen, otra feminista, por cierto, que tras la candidez de sus historias esconde un profundo inconformismo ante las costumbres sociales de la época, sin cejar por ello en su empeño de educar en los sentimientos.
Así, cuando al fin salgo del ostracismo al que yo misma me había relegado tras el último fracaso, de repente un día aparece de entre la niebla el mismísimo señor Darcy, que irrumpe en mi vida llenado mi cabeza de desorden y mariposas. Algo inaudito. Con todas aquellas cualidades que le hacían ser tan bueno en todo... Fogosidad y afecto a partes iguales. No podía dar crédito.
Y cuando ya empezaba a creérmelo, entonces... el horror. Mr. Right se había olvidado de resolver algunas cuestiones pendientes anteriores a mí, así que, del mismo modo que llegó, salió de escena.
De nuevo la tempestad
¿Qué es lo que en realidad sucede? ¿Queremos seguir siendo fieles a los cuentos de hadas o renegar de ellos para siempre? ¿Preferimos quedarnos con el fantasma del pasado que viene a visitarnos cuando nadie le invita, o apostar por el príncipe o la princesa de nuestro futuro?
Decidí apostar por mi príncipe, que además vestía de traje, lo que me llevó a escuchar los consejos de las excéntricas de mis amigas. Entre sus métodos se encontraban algunos, digamos... poco convencionales. Magia blanca, lo llaman. Algo así como remedios caseros.
Sin saber muy bien cómo, me vi envuelta en una dinámica peculiar de la que ya no supe si sería bueno salir. Siguiendo las indicaciones de las expertas, me decanté por uno de los "métodos" más sencillos, que básicamente consistía en escribir nuestros nombres en un papel y verter sobre ellos la cera de una vela; y tras esto, enterrar el papel en la naturaleza...
Pues bien, una vez superado el miedo ante la posibilidad real de un incendio accidental, debía centrarme en lo de la "naturaleza". De modo que, en pijama como estaba, me puse el abrigo y me fui al parque con el propósito de culminar mi empresa, lo cual no resultó tan sencillo como esperaba. Y es que, con tanta gente haciendo deporte a cualquier hora, yo parecía poco menos que una traficante de estupefacientes. Finalmente, pude enterrarlo entre los crisantemos, aunque no muy satisfactoriamente.
Ahora estoy esperando a que el hechizo dé resultado o que al menos los astros me manden una señal.
En el sosiego de la noche, de pronto, me asalta una epifanía: soy la versión española de Bridget Jones. Un ser caótico. Una tía loca, incongruente, sin miedo a hacer el ridículo, dispuesta a atreverse con todo tipo de payasadas justificando con ello que quien no arriesga no gana. Y la verdad es que así la vida es muy divertida.
Como conclusión: ni los cuentos de hadas, ni las feministas adelantadas a su época, ni la rebelión de los tiempos modernos. Lo importante es poner el alma en aquello en lo que verdaderamente se cree, ser auténtico y vivir siempre intensamente.
Me pregunto si don perfecto estará a la altura.