Él, Enrique Morente, sí estaba cuando unos cuantos se pusieron a picar la cascarilla del flamenco para ver qué había debajo. Fue hípster antes que los hípsters; moderno antes de que llegaran los modernos y un señorón tirando por lo clásico cuando se trataba de entonar notas de bocado triste.

Cuando a los americanos de la base militar de Rota les dio por encontrar un término para definir a esa masa de jóvenes, todos rayados, todos puestos, todos raros, también fue underground. Morente es el Picasso del flamenco: un renovador que se permitió manipular el género porque conocía el código genético de esa música que incendia por dentro, tan sencilla y tan natural y tan salvaje.

Las listas dejan más cosas fuera de las que caben, pero ahí van unos cuantos discos que acercan a esta figura del flamenco que forma parte de la historia cultural de España por derecho, mucho más allá de la nostalgia generacional y de los recuerdos en blanco y negro. Un pintor de relatos: Enrique Morente de carne y hueso.

Aprendizaje

«El cante no tiene maestros; tiene discípulos», dicen que dijo, lapidario y convirtiendo un pensamiento en filosofía. Como si se le pudiera dar cuerda al recuerdo y paralizar el tiempo con toda la épica de los nombres grabados en oro: La Niña de los Peines, La Perla de Cádiz, Pepe Pinto o Manolo Caracol, que son sólo unos cuantos. En su estilo, Morente se acercó a todos ellos y más; al sonido de radio vieja, de mucha paz y señal que tiembla con cualquier viento.

Despidió sus sesenta con Cantes del flamenco y Cantes antiguos del flamenco. Con la garganta fresquita de juventud, Morente hizo de figurín con compañías de las que se llamaban especiales, de esas que colorean el pasado. Lástima que el flamenco aún no tenga (o quieran dársela) clase para entrar por la puerta grande en los conservatorios.

Ellos ponen la letra...

...y Morente ajusta el sonido. Cada letra lleva dentro una nota y juntando varias se puede escuchar la melodía que guardan las palabras, un latido –bum, bum-, incluso las más feas. Lo difícil es saber a qué suenan. Morente lo hizo con versos nacidos en todas partes (los autores son como el plancton: cuando abres la boca te tragas miles de millones aunque estés leyendo a uno solo).

Y le salieron varios discos redondos (y con un agujerito en el medio), con las medidas que les había tomado a Lorca, Miguel Hernández, Picasso -en los ratos en el exilio que pintaba letras y escribía cuadros- y hasta Leonard Cohen. Aquí caben Homenaje flamenco a Miguel Hernández, Lorca, y Pablo de Málaga.

Omega

Fue casi veinte años después de que Camarón hiciera temblar el suelo con La leyenda del tiempo. Tiempo feroz en el que se permitía toíto menos faltarle a la mare de uno. Esa mare era la raíz de la aceituna, el sentido romántico de la pureza. Morente entró en un cuarto lleno de instrumentos a los que se les hacía hablar sólo con señales eléctricas. Esos los pusieron Lagartija Nick, como antes lo habían hecho los Dolores y los Alameda para Camarón. Por entonces el flamenco ya era universal, escondido detrás de otros estilos como el jazz —Chano Domínguez, Jerry González—, el blues —Pata Negra— o el rock progresivo.

Fue un encuentro sincero entre dos planetas, aunque aún para muchos incomprensible. A partir de ese momento ya iba a ser imposible que el sueño volviera a quedarse mudo. En los talleres de esos dos discos aparece un nombre: Tomatito, hijo de dinastía guitarrera, que peina las cuerdas de la guitarra con el pulgar como nadie, tan joven y con tanta leyenda como tenía.

Compromiso

El flamenco primitivo fue un grito de protesta. En el caso de Morente, clamó contra el cierre del Johnny (Colegio Mayor San Juan Evangelista de Madrid) donde él mismo se cambió algunos versos con Gloria Fuertes, o donde Camarón dejó de derramar su voz, medio desmayado, casi ido, desde el filo de una silla en el ‘92. También se convirtió en un emblema por la defensa del barrio de El Cabanyal de Valencia (antiguo barrio de pescadores, de color marinero que a punto estuvo de desaparecer por la degradación, la mala vida y unos planes urbanísticos que pretendían situar sobre las casas una enorme avenida). Ayudó a los jóvenes que querían ser artistas y lo crucificaron. Con los palos de la cruz hizo su mesa, hizo su obra, y picó su arte y su cante con puño cerrado y pulso ronco.

Tres obras que cambiaron la historia del flamenco:

Veneno: Veneno
Kiko Veneno y los hermanos Amador firmaron el que es, seguro, uno de los discos más importantes del Siglo XX en España. Debería estar en el diccionario junto a la palabra mestizo: tiene el punto justo entre flamenco y rock. Pero aquí no hay nada parecido al flamenquito de radiofórmula; esta es una obra bruta, cruda, sin continuidad posible. Gitanos sin miedo a los cables y payos con letras de la calle (la conocida “Los delincuentes” se estrenó aquí) para una obra capital y con leyenda incluida. La de su portada, prohibida en su momento porque representaba un trozo de hachís sobre papel de plata, y que cuenta con resolución a la valenciana. Una tienda de vinilos de Valencia, Oldies, conservaba el álbum con la portada original, que sirvió para que Muster Records lo reeditara como toca.

La leyenda del tiempo: Camarón
Una sanísima locura del productor Ricardo Pachón. Es, para muchos, el disco que cambió realmente el rumbo del flamenco aunque siempre será más nombrado y criticado por ser de Camarón que por transgredir la norma. En la grabación aparecen casi todos los nombres que cuentan: Los Amador, Veneno, Tomatito, Alameda... y la sensación de estar dando un salto importante. Hay bulerías pero también rock, jazz, notas de Moog; y la voz de Camarón, perfecta, como una máquina, haciendo y deshaciendo. En su momento el disco fue criticado, rechazado y no vendió apenas copias (unas 3.000) a pesar de que ser la música que triunfaba entonces en las radios. Pero su aportación es indiscutible. Supone una nueva concepción musical, más allá del mundo flamenco, que aún hoy sigue vigente.

Desglaç: Miguel Poveda
La repercusión de discos como los de Lole y Manuel, Triana, Pata Negra o Smash es incuestionable; pero la elección de Poveda no es gratuita. El todavía joven cantaor demostró que se puede ser catalán y flamenco, y Desglaç fue su golpe sobre la mesa. En esta ocasión, Poveda se atrevió con una colección de cantes en catalán, adaptación de poemas de poetas de su tierra como Joan Brossa, Jacinto Verdaguer, Joan Barceló o Gil de Biedma. La principal audacia del disco, claro, es el idioma de los cantes. No hay castellano, predomina el catalán. En el disco colaboran Chicuelo, en la guitarra, y Joan Albert Amargós y es, todavía, el punto álgido de su trayectoria.