Aristóteles fue, en la Antigua Grecia, una de las primeras personas en reconocer la importancia de la política en la sociedad. Subrayó con admiración la capacidad de ser humano para convertirse en el único animal que habita la faz de la tierra que es capaz de organizarse en sociedad para conseguir en conjunto objetivos, que incluyen a cada miembro de esa sociedad, pero también influyen en su devenir vital. Por ello, nadie es ajeno a la política, ya que las decisiones que unos líderes elegidos por todos toman nos afectan de manera tangible cada día de nuestras vidas. Incluso cuando cacareamos nuestro presumible desinterés hacia la política, lo que estamos demostrando es nuestra profunda disconformidad contra la mala gestión que esos líderes han hecho de las capacidades o poderes de organización que les hemos dado.
No puedo imaginarme qué hubiera pensado el gran sabio de Éfeso si hubiera viajado veintiún siglos para ver a su compatriota Alexis Tsipras deshaciéndose de la forma menos democrática posible –sin someter su gestión a una cuestión de confianza del propio parlamento que representa al pueblo– de sus obligaciones y responsabilidades para con sus ciudadanos, a los que tiene el deber y la obligación no solo de representar, sino de defender sus intereses.
En una época especialmente intensa en cuanto a comicios electorales –para elegir precisamente a esos líderes- y no solo en España sino también asistiendo a la carrera presidencial estadounidense, han surgido casos originales –como la irrupción del mediático multimillonario Donald Trump, que quizá sepa mucho de gestionar un imperio empresarial, pero quizá menos de las cualidades y competencias que debe tener un verdadero líder.
El gran profesor y político español Federico Mayor Zaragoza, comentaba en un artículo publicado en 2013[1] que los grandes políticos son los que han sido capaces de llevar a efecto, con imaginación y audacia, los cambios radicales que se consideraban “imposibles”. Es decir, quienes han proyectado la imaginación y los recursos reales para logar un progreso en sus sociedades. Por eso señalaba que habría que reformar la concepción aristotélica de la política como “el arte de lo posible” por el “el arte de lo imposible”.
Visto que algunos de nuestros líderes –al estilo Tsipras– carecen del valor del compromiso, que son capaces de manipular el sentimiento de aquellos que representan hasta que comulguen con sus intereses sin importarles el resultado, ¿cómo podremos llevar a cabo esos imposibles? La respuesta es sencilla: no podemos esperar que ningún líder venga a solucionar como por arte de magia todas las inseguridades o miedos que aquejan a una sociedad. Es el tiempo de actuar como ciudadanos responsables, conscientes y exigir responsabilidades a aquellos que nos representan. Y no solo a través de las urnas, sino en su gestión diaria. La justicia pone a nuestro servicio mecanismos para que aquellos que juegan irresponsablemente con sus responsabilidades sean examinados. Más aún, como ya comenté anteriormente, es el tiempo de la negociación, del consenso y de la acción constructiva.
Tiempos complejos requieren medidas y soluciones que, aunque sean más complejas de llevar a cabo, darán fruto y ayudarán al progreso de la sociedad. Habrá errores –porque somos humanos- y grandes aciertos. Pero serán nuestros.