A la memoria de Juan Carlos Goma
Con Witold Gombrowicz ocurre algo que no es muy frecuente para la mayoría de los escritores: uno puede reconocer con facilidad a sus lectores. Todos ellos poseen un alto grado de histrionismo, un sentido del humor corrosivo y una capacidad lúdica ilimitada. Para los que no lo han leído aún, los lectores gombrowiczianos constituyen una suerte de personajes más que sospechosos. Algo así como una sociedad secreta que maneja códigos que están vedados para el resto de los mortales.
Gombrowicz vivió veinticuatro años en la Argentina y durante ese período trabó amistad con un círculo de jóvenes que fueron quienes mejor lo entendieron y sirvieron como catalizadores de su obra. Junto con Ernesto Sábato y Virgilio Piñera, Juan Carlos Gómez –que fue rebautizado por el polaco como “Goma”- fue uno de sus más lúcidos y cercanos interlocutores, llegando a convertirse con el tiempo en el argentino más iniciado en su mundo y el conocedor de muchos de sus secretos.
Se conocieron hacia 1956 en la cafetería Rex, que era un lugar de encuentro de bohemios y de artistas, donde también se jugaba al ajedrez. Tal como lo hicieran los maestros griegos, Gombrowicz hizo del Rex el reducto donde podía dialogar libremente con sus jóvenes amigos. El germen de su obra y su espíritu fundamentalmente inmaduro fueron preservados, en gran parte, gracias a las horas que compartió con los jóvenes argentinos.
Por aquellos años, Goma era un estudiante veinteañero de Ciencias Físico-Matemáticas que llegó al Rex buscando un oponente para jugar al ajedrez y en su lugar encontró al que se convertiría con el tiempo en su mejor amigo y su mentor. Si hay algo que caracterizaba al Goma de aquel entonces era su devota puntualidad –lo que le valió el título de “fiel Goma”-, su carácter indómito y una agudeza retórica que en más de una ocasión puso en aprietos al maestro.
A raíz de su creciente fama en Europa, Gombrowicz fue invitado en 1963 por la Fundación Ford para pasar un año en Berlín Occidental. Su exilio europeo se prolongó hasta la muerte del polaco en 1969, período en el que los dos amigos llevan su amistad a otro plano: la escritura epistolar. Durante más de dos años, ambos harán de las certificadas exprés el campo de batalla donde polemizarán en torno a la amistad y la Literatura, el existencialismo y Sartre, etc. Y fue en las trincheras epistolares donde se produjo en 1965 la ruptura definitiva de su amistad. Ruptura que se traducirá en un silencio que –tras la muerte de Gombrowicz- Goma continuará durante cuarenta años.