"En el pensamiento científico siempre están presentes elementos de poesía. La ciencia y la música actual exigen de un proceso de pensamiento homogéneo", Albert Einstein.
Uno de mis mejores amigos se llama Tobby. Siempre ha sido diferente a los demás. Cuando todos estábamos jugando en el patio, él se quedaba dentro haciendo quebrados. Cuando mirábamos películas en clase o dibujábamos, él llenaba los márgenes de sus cuadernos con números. Nunca ha sido bueno combinando colores, ni ha sacado buenas notas en literatura. Lo único que se le daban bien eran las matemáticas y, cuando los demás sacábamos sobresalientes en sociales, el suspendía catastróficamente.
El miedo a ser una decepción para sus padres siempre ha estado ahí. Su hermano mayor es un violinista prodigio, la pequeña consiguió una beca para una universidad americana de danza. Le costó mucho admitir que lo que quería ser era ingeniero. Su madre fue quien le empujó a hacer lo que más le gustara. Así que, cuando ya tenía un pie metido para ser profesor de historia, cambió de opinión y decidió entrar en ingeniería.
Nunca le he visto más contento que en sus años de universidad. Cuando nosotros nos apelotonábamos, doscientos por curso en clases de dirección de arte, él estaba en una clase de ochenta. Por promoción.
Ahora, tres años después de acabar nuestras carreras, él aun no ha conseguido encontrar trabajo en su campo. Cuando hablamos, me cuenta lo desesperante que es que nadie considere su trabajo como serio. Los números no sirven para nada, dice la gente.
Yo no entiendo los números. Me enseña sus diseños y sus maquetas y no comprendo nada. A veces dice que las matemáticas son un lenguaje aparte. Un lenguaje que o se entiende o no. Y supongo que tiene razón, porque cuando yo le enseño mis cuadros no es capaz de comentar más que en qué bonitos los colores. O que guays las formas.
Pero que no lo entienda no significa que no me pese en el alma que en este mundo sea tan difícil encontrar un trabajo como ingeniero. Cuando alguien pone tantas ganas y tanto empeño en su pasión, tendría que ser recompensado con algo más que diez horas como dependiente en un restaurante de comida rápida bajo salario mínimo.
Me pregunto por qué valoramos más el trabajo de un futbolista que el de un físico cuando detrás de ambos trabajos hay una labor incansable. Por qué preferimos agasajar a un cantante que a un químico. O cómo puede ser que nos sepamos los nombres de todos los directores de cine y de ni un solo matemático de renombre.
El trabajo, la vida que Tobby vierte en sus creaciones no vale más ni menos que la de cualquier otro. Y no es justo. Pero, como suele decirse: la vida no es justa. Solo puedo apoyar a mi amigo para que no desespere y esperar que algún día le cambie la suerte.