Si nos plantearan definir nuestra cultura en cinco palabras, es muy posible que surgieran respuestas relacionadas con la nacionalidad, el lugar de origen, las tradiciones y las costumbres. Esta definición representaría nuestra identidad cultural, de la cual nos servimos, junto a otras concepciones, para interpretar e interrelacionarnos con la realidad. Por lo general, cuando esta imagen es compartida por nuestro entorno se establece una comprensión mutua y un sentimiento de empatía. De esta forma, retroalimentamos nuestra identidad cultural sin percatarnos de ello.
No es hasta cuando nos enfrentamos a un ente externo, o cultura diferente, que esta identidad se hace patente. El encuentro entre dos culturas distintas puede significar un intercambio de ideas y conocimientos, pero también se puede producir una colisión que desemboque en malentendidos, conflictos e inclusive guerras, como demuestra la historia o las noticias diarias. Quizás el origen de estos conflictos no se halle tanto en la diversidad, sino en la idea misma de cultura y en nuestra forma de entenderla.
Incluso entre los académicos existen discrepancias a la hora de determinar el concepto de cultura, en particular en el campo de la psicología, donde todavía no se ha conseguido llegar a una definición unánime. A modo general, se pueden distinguir dos posturas contrapuestas. Por un lado, están los “modernistas” que consideran la cultura como una “entidad fija” que afecta a todos individuos, grupos y naciones de forma similar. En el otro extremo, se encuentran los “postmodernistas” quienes ven la cultura como algo variable, en constante cambio y difícil de definir.
Desde el punto de vista más extendido y convencional, el modernista, la cultura es algo estático e inmóvil. Uno de sus principales autores, Hofstede, define la cultura como “…un programa mental, que es estable en el tiempo y lleva a las personas a mostrar más o menos el mismo comportamiento en situaciones similares[1]”. Según esta interpretación, las diferencias culturales se describen en términos de territorios nacionales y dicotomías. La mayor diferencia se establece entre las sociedades occidentales individualistas, en las que los intereses de los individuos prevalecen sobre los del grupo, y las sociedades no occidentales, donde los intereses del grupo predominan sobre los de los individuos.
Basado en esta idea, Hosftede explica la cultura a través de la metáfora visual de una “cebolla”. Las “capas de la cebolla” representan los diferentes niveles de la cultura: símbolos, héroes, rituales y valores. Las capas superficiales se pueden extraer, pero el corazón de la cebolla se mantiene fijo. Esto significa que mientras los comportamientos culturales más superfluos pueden variar, los valores culturales profundamente arraigados permanecen inalterables. Cómo consecuencia, cuando dos culturas diferentes se encuentran se produce un enfrentamiento. Cada cultura intenta mantener sus valores y se resisten a cualquier cambio, lo que genera un conflicto o choque cultural.
Como contrapartida, los “posmodernista” consideran que la cultura es algo variable y en constante cambio, “un sistema abierto y dinámico que se extiende más allá de las fronteras geográficas y evoluciona con el tiempo[2]”. Según este planteamiento, la cultura es un producto social que se reinventa continuamente en función del contexto y el momento temporal. Es decir, nosotros somos quienes creamos la cultura diariamente a través de las interacciones y relaciones sociales que se dan en un determinado lugar y momento. Por lo tanto, la cultura no es algo territorial que se pueda categorizar en términos de nación o restringir a un país como sugieren los modernistas, sino que abarca otras muchas expresiones como la religión, la orientación sexual, la moda…
Contrastando con la metáfora de la “cebolla”, el autor postmodernista Fang[3] propone la imagen del “océano”. Fang compara la naturaleza cambiante del océano con el funcionamiento de nuestro sistema de valores. El océano está en constante movimiento y cambio, pero nosotros solo percibimos el vaivén de las olas en la superficie, de la misma forma que solo somos capaces de identificar los valores y comportamientos culturales visibles. Sin embargo, debajo de la superficie hay innumerables corrientes y flujos que no se pueden ver, al igual que esos valores y comportamiento culturales desconocidos e imperceptibles que viven en nosotros.
En ocasiones, ciertos fenómenos atmosféricos pueden cambiar el curso del océano causando una nueva adaptación del ecosistema. De modo similar, en la sociedad existen fuerzas externas tales como cambios económicos, transformaciones sociales o movimientos migratorios que pueden despertar valores y conductas culturales solapadas para asegurar nuestra supervivencia. Desde este punto de vista, los encuentros culturales se entienden como procesos dialógicos de aprendizaje, que pueden generar la aparición de nuevas estructuras culturales y sociales en combinación con las ya existentes.
El problema de los encuentros culturales plantea un dilema dialectico, ¿cómo dos o más culturales diferentes pueden coexistir en armonía manteniendo una relación de mutuo beneficio? Como ya se ha mencionado, los modernistas interpretan estos encuentros como conflictos debido a que aplican la lógica dialéctica de la tradición occidental en términos de “uno u otro”. El resultado es que uno de los extremos de la dualidad, o una de las culturas, debe ser suprimida para evitar que se produzca un choque cultural. La dialéctica china ofrece una alternativa a esta lógica y propone sustituir el “uno u otro” por “el uno y el otro”. A través de esta opción, se amplia el campo de coexistencia sin necesidad de eliminar ningún extremo o cultura y surgen innumerables posibilidades de nuevas formas de convivencia cultural.
La imagen gráfica de esta dialéctica china se refleja en el conocido símbolo del ying-yang. El círculo dividido por una línea curva en dos partes iguales representa la dualidad, la mitad negra del círculo simboliza el lado femenino y la mitad blanca el masculino. La línea curva significa que no existe una separación absoluta entre los opuestos. Dentro de cada mitad hay un pequeño punto del color opuesto, blanco en la mitad negra y negro en la parte blanca, que ejemplifica como la unión de los opuestos crea el todo. El símbolo en su conjunto ilustra un problema holístico que se resuelve al considerar a los opuestos como complementarios, independientes y necesarios para la coexistencia.
Según esta dialéctica, cuando dos o más culturas diferentes se encuentran se produce un choque inicial, tras el cual se establece un proceso de aprendizaje mutuo. Los valores culturales de uno son absorbidos por el otro, y viceversa, hasta convertirse en parte integrante de cada uno. De este modo, se genera un intercambio cultural para preservar la supervivencia de ambas culturas. Como resultado aparecen nuevas formas de cultura integrada o tipos de multiculturalidad.
Si nos volvemos a plantear definir nuestra cultura aumentando el número de palabras a veinte, es muy probable que tengamos que pararnos a pensar más detenidamente. Tal vez al mirar hacia adentro para intentar averiguar si somos una cebolla o un océano acabemos debatiendo entre si somos una cosa u otra, o si somos ambas cosas a la vez. Ante tal dilema, siempre podremos aplicar la lógica china y concluir que somos las dos cosas. Quizás debajo de la superficie de nuestro océano exista el corazón de una cebolla o hallemos un océano al quitar las capas de nuestra cebolla. Lo que está claro es que en este mundo de diversidad y encuentros continuos siempre habrá buceadores que decidan explorar las profundidades marinas dispuesto a aceptar todos sus secretos y siempre habrá cocineros tradicionales que adornen sus platos con corazones de cebolla sin atreverse a experimentar otras recetas. A lo mejor la respuesta está en descubrir hasta qué punto es uno buceador y/o cocinero: en la diversidad está el gusto.
Referencias:
[1] Hofstede, G. (1980). Culture’s consequences: International differences in work related values.
Sage Editors. Beverly Hills.
Hofstede, G. (1991). Cultures and organizations: Software of the mind. Mc Graw-Hill Editors. London.
[2] Hong, Y., and Chiu, C. (2001). Toward a paradigm shift: From cross-cultural differences in social cognition to social-cognitive mediation of cultural differences. Social Cognition, Volume 19.
[3] Fang, T. (2005). From “Onion” to “Ocean”: Paradox and Change in National Cultures. International Studies of Migration and Organisation.
Fang T. (2011). Yin Yang: A new perspective on culture. Management and Organization Review.