Siempre resulta una gran idea aprovechar los aniversarios para recordar a un autor determinado: en 2015 se cumplen cien años del nacimiento y diez de la muerte de Arthur Miller, dramaturgo y guionista norteamericano. Y esta es una excelente ocasión tanto para acercarnos por vez primera a su magnífica obra como para reencontrarnos de nuevo con ella.
Miller comenzó a darse a conocer a través de los guiones radiofónicos, pero pronto estos fueron dando lugar a otros géneros. Quizás sus primeras obras no encontraron el suficiente apoyo del público en los escenarios, sin embargo, la calidad de las mismas le llevó a sembrar reconocimientos desde sus inicios: la Medalla de Oro de las Artes y las Letras (1959), el Premio Angloamericano de Teatro (1966), el Lawrence Olivier Theatre Award (1995), el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (2002).
La escritura de este autor se caracteriza por una constante crítica social que pone en tela de juicio el sentido de los valores conservadores de la sociedad en la que vive y de lo que dan en llamar "el sueño americano". En Muerte de un viajante esboza un retrato del ideal del sueño americano que lleva a hacer creer que tan solo con esfuerzo y determinación un hombre cualquiera será capaz de alcanzar el objetivo que se proponga y de progresar en la vida. De un golpe echa por tierra estos ideales y deja resonando en las conciencias el eco de cuestiones como los principios morales, el valor de la familia o la sociedad del consumo.
El compromiso que le rendía a su escritura le llevó a manifestar públicamente su desacuerdo ante la participación de Estados Unidos en los conflictos de Corea y Vietnan. En los años 50 fue acusado de comunista en una caza de brujas dirigida por el senador McCarthy, que había sido designado con el fin de averiguar la filiación política de los ciudadanos para erradicar del país "antiamericanos" y comunistas. Finalmente, Miller fue exculpado de tales cargos y, como consecuencia, escribe Las brujas de Salem, obra basada en un acontecimiento real tenido lugar en el siglo XVII y que representa metafóricamente la situación por la que está pasando el país en esos momentos: se trata de un famoso episodio ocurrido en el estado de Massachusetts en el que fueron acusados de brujería gran número de personas, en su mayoría mujeres, las cuales fueron apresadas o condenadas a muerte, y que los historiadores hoy interpretan como un caso de fanatismo religioso (en la más simplista de las explicaciones), la venganza de una familia hacia otra rival, o incluso el modo de embestir contra la figura de la mujer.
Pese a los éxitos que encumbraron su carrera literaria, su relación con la malograda Marilyn Monroe fue lo que le dio popularidad en una esfera bien distinta. Un matrimonio de poco más de cuatro años con la que fue la mujer más deseada del siglo XX, una mujer "apasionante, inconsciente e inocente" con una vida dramática y turbulenta que culminó con el suicidio un año después de su separación del dramaturgo.
Miller escribió para Monroe, mientras aún estaban casados, el guion de la película Vidas rebeldes, que protagonizaría junto a Clark Gable, Montgomery Clift y Eli Wallach. Una apasionante cinta en la que tres hombres (caras muy conocidas de la época) sacarán de sí su naturaleza más indómita en la caza de caballos salvajes y en la conquista de una mujer. Esta supondrá la última interpretación tanto para Marilyn como para Gable (fallecido pocos días después de terminar el rodaje).
Tras la muerte de la actriz, Arthur Miller escribe Después de la caída, texto autobiográfico en el que reflexiona sobre sus relaciones pasadas, tal vez movido por las dudas aparecidas ante la llegada de una nueva compañera en su vida, que sería la definitiva. En sus páginas recrea, en especial, los turbulentos años de relación con Marilyn, una mujer hermosa y vulnerable, tan seductora como autodestructiva. Una pieza controvertida y arriesgada que hizo correr ríos de tinta.
Desde hace diez años, Arthur Miller no se encuentra entre nosotros, pero nos ha dejado su más grande legado en forma de palabras, nos ha llevado hasta los escenarios para contemplar a sus personajes, mensajeros encargados de transmitir el compromiso político y social que el autor poseía, y de ponernos frente al espejo en el que nos descubriremos a nosotros mismos.
Y, como homenaje, terminaré con lo que él mismo dijo: "El teatro no puede desaparecer porque es el único arte donde la humanidad se enfrenta a sí misma."