Santa María la Ribera es una colonia en el D. F. que se caracteriza por la belleza y antigüedad de sus construcciones, tiene una alameda en donde se encuentra un kiosko morisco y acoge además dos de los museos más hermosos de México: el Museo del Chopo y el Museo de Geología. En este último se alberga hasta un dinosaurio.
Mi amor por esta colonia surgió la primera vez que me llevaron al Museo de Geología, cuando yo tenía unos 8 o 9 años. Quedé impactada por la belleza del edificio, por sus vitrinas antiguas, por su exhibición de piedras, por sus escaleras y vitrales, por el dinosaurio, y por la vista hacia el kiosko. Me enamoré profundamente del lugar y me propuse vivir ahí cuando fuera grande.
Cuando cumplí 25 años me mudé por fin a la colonia de mis sueños, renté un departamento a seis cuadras del kiosko, lo que me volvió sumamente feliz. El departamento era pequeño, en realidad era la mitad de un departamento grande. La dueña había construido un departamento en la azotea, que es donde ella vivía, y convirtió este gran departamento en dos pequeños para poderlos rentar. Lo heredó de su mamá. Para entrar al departamento tenías que pasar por una serie de puertas y rejas (la zona tiene fama de ser un tanto insegura, algunos le dicen “santa María la ratera”), entrabas de la calle y subías las escaleras de la izquierda, en el primer piso estaba una reja y una puerta, al entrar te topabas con un hall con dos puertas, la de la izquierda era la mía. Al entrar estaba una estancia pequeña, la sala comedor, una ventana que daba hacia la calle y dos puertas más. Una era la del baño, en cuyo interior estaba otra ventana que daba hacia la calle, y la otra puerta era la de la cocina, desde donde se abría otra puerta que daba a la recámara, en donde estaba una ventana que daba al interior de la vecindad… Todo un bunker – laberinto. Yo traía más llaves que San Pedro. Las ventanas que daban hacia la calle, la de la estancia y la del baño, quedaban justo arriba de la puerta de la vecindad. Entre las ventanas y dicha puerta había una cornisa, desde donde puede ser fácil saltar al interior del departamento. La estancia tenía duela de madera antigua, mientras que el resto de las habitaciones tenía mosaico.
Una tarde llegué de mi trabajo, lo primero que hacía al llegar al departamento era abrir las ventanas de la calle, cosa que hice. Después me metí a la recámara a descansar un poco. Ahí estaba yo recostada en mi cama cuándo escuché un ruido fuerte, un ruido que venía desde la estancia, escuché que algo pesado cayó sobre la duela, algo tan pesado como un cuerpo humano. Me levanté de un brinco y corrí a la estancia, por el tipo de sonido era fácil suponer que alguien se había brincado desde la calle al interior del departamento. Sin tiempo para pensar o temer, llegué a la estancia sobre exaltada para ver quién se había metido a mi casa… pero no encontré a nadie. Miré en el baño, busqué debajo de la mesa, atrás de los sillones, en el hall… y nada. Tampoco había nada tirado, por el tipo de ruido podría ser probable que se cayera una silla muy pesada o algo así, pero todo estaba en orden. Y es que era un departamento tan pequeñito que era imposible que alguien se escondiera en él o que yo no notara qué era lo que se había caído. Finalmente no le di importancia al asunto, preparé mi cena y me fui a dormir.
Como yo vivía sola, tenía una rutina antes de dormirme, en la que revisaba que la puerta estuviera bien cerrada con llave, las ventanas cerradas y estufa y luces apagadas. En el camino de la revisión iba cerrando puerta tras puerta (de las muchas del departamento), hasta llegar a dormir a mi cama. A eso de las dos de la madrugada, me levanté para ir al baño, me puse mis pantuflas y caminé hacia la puerta de la recámara, que da a la cocina. Ya en la cocina tuve que abrir otra puerta, la que da a la estancia. Al hacerlo, tuve un despertar abrupto al descubrir que la luz estaba encendida. Mi corazón se alteró y empecé a respirar aceleradamente, pues mi suposición inmediata fue que alguien más estaba en el departamento, pues yo había apagado todo antes de dormir y jamás me ha pasado en 35 años de vida que se me olvide apagar la luz. Eso no me sucede ni ha sucedido nunca. Sentí miedo y corrí sin dudarlo a la puerta de entrada. Muy nerviosa tomé las llaves que estaban colgadas junto a la puerta y temblado pude encontrar, entre 15 llaves más, la de esa puerta. La abrí accidentadamente, por mi temblor y nerviosismo, y entré al hall, donde volví a abrir la puerta y la reja… ¡Cuánta seguridad, caray!
Y por fin llegué a las escaleras de la vecindad. Me quedé ahí observando al interior del hall, esperando ver o escuchar algo al interior de mi departamento. Los vecinos estaban dormidos. Yo empecé a recuperar la calma. No tenía a quién pedirle ayuda, ni modo que despertara a los vecinos porque “alguien” me prendió la luz… Ni modo, tenía que ser fuerte y enfrentarme con el ratero que se había metido a mi casa, pensaba yo. Entré de nuevo al departamento, se me aceleró de nuevo el corazón pero me armé de valor y me metí al baño. Si había alguien más en ese momento en el departamento ahí debía estar, pues en las otras habitaciones yo ya había pasado y no había nadie. Aventé la puerta para entrar y… nada. Nada ni nadie estaba en ese departamento más que yo y mis muebles. Revisé todos los rincones. Y nada.
Para ese momento ya eran las tres de la mañana. Era hora de dormir, pues al día siguiente iba a trabajar, así que volví a hacer la rutina del cierre de puertas y ventanas. Pero esta vez no apagué las luces. Dejé todas prendidas, me metí a mi recámara y me senté en la cama, con la luz encendida. No podía dormir, pues estaba nerviosa. Me fui recostando y de repente otro susto: empecé a escuchar pasos en la duela de la estancia. Pero eran pasos en círculos, es decir, yo los oía pero no se acercaban ni se alejaban, eran solo pasos al centro de la duela, que como era muy antigua, siempre que caminabas rechinaba y tronaba. Mi corazón estaba por salirse agitado de mi garganta. Mi respiración era igual a la de la chica que estaba grabando el encuentro con la bruja de Blair en la película, así de espantada estaba yo. Mi miedo y nerviosismo chocaban con mi lógica de que momentos antes yo había revisado el departamento y todo estaba vacío. Y esos ruidos tampoco podrían ser provocados por un perro, gato o ratón. ¡¡No había explicación!! Y los pasos seguían. Ahí fue que empecé a aceptar la idea de que era alguien más quién hacia esos ruidos, pero ese alguien era invisible para mí. Tenía que levantarme, pero estaba yo petrificada de miedo. De nuevo me armé de valor y me puse de pie. Los pasos cesaron. Abrí aterrorizada las puertas… Y de nuevo no encontré nada. Para ese momento, en vez de sangre sentía que mi cuerpo era recorrido por dentro por hielo: estaba frío todo. No había nada. Busque debajo de los muebles, en el baño, vi el techo, abrí las alacenas… Nada.
Abrí la ventana de la calle y no había nada. Afuera pasó una patrulla, se quedó estacionada en la esquina. Me les quedé viendo y pensé en hablarles, ¿pero que iba yo a decirles? No había nadie más en el departamento… Me salí a las escaleras, quería llorar, no quería regresar al departamento, pero solo traía camisón y no agarré dinero. De cualquier forma, ¿dónde me iba a ir? Mis amigas viven lejos y ni modo de tomar un taxi a las 4 de la mañana, en camisón y sin dinero.
Entré de nuevo al departamento y empecé a aceptar lo que he visto en tantas películas de terror, que existen otros que solo son energía. Le empecé a pedir al ente, hablándole al aire, que no me espantara ni me hiciera daño. Me metí a la recámara cerrando todas las puertas y empecé a rezar. Escuché como un auto Volkswagen (son super ruidosos, por eso se identifican, y en esos tiempos eran muy comunes los taxis con ese coche) se detuvo debajo de mi ventana sin apagar su motor. Es como si hubiera pasado a recoger a alguien, abrió y cerró su puerta. Y cuando se fue dicho auto, no sé qué pasó pero todo se empezó a calmar: mi corazón, mis nervios, el frío… No sé cómo, pero supe que ahora si ya estaba sola.
No dormí, me levanté y me fui a trabajar lo más rápido posible.
Pasaron días, volví a dormir tranquila y no me volvió a pasar nada, ni ruidos ni luces ni nada raro. Traté de comentarle a mi casera, que era muy amiga mía, pero siempre estaba su niña presente y no la quería espantar platicando delante de ella lo que había pasado. Meses después estuve a solas con mi casera y le conté, aún con miedo, lo que me pasó (tardé tiempo en platicarlo sin sentir nerviosismo) y ella me contó otra historia de ese mismo departamento.
Resulta que ella y su mamá eran muy unidas. Su mamá falleció de cáncer, años atrás, ahí en el departamento, que en ese tiempo era uno solo. Murió en su cama, en su recámara, que era ahora la mía. Meses después del fallecimiento, mi casera se pasó a vivir en el departamento que acababa de construir arriba y adecuó el departamento original para convertirlo en dos y empezar a rentarlo. Necesitaba urgentemente dinero. Para arrendar una propiedad tienes que sacar un permiso en la delegación, por lo que ella fue a hacer dicho trámite. Pasaron días y no iba la persona de la delegación que se encarga de revisar las instalaciones y girar los permisos de arrendamiento, por lo que ella regresó a la delegación para saber cómo iba su trámite. Al llegar ahí, la persona que la atendió le respondió: "Ya fueron a revisar el domicilio, cumple con los requisitos y ya está el permiso". Entonces, llamó al perito que había ido al departamento. Él le platicó que ya había ido, que le abrió una señora muy amable y que dijo ser la mamá de mi casera, lo invitó a pasar y le dio un café. Le describió exactamente como era el departamento (antes de las adecuaciones), los muebles, los detalles, a su mamá y al final le dio el permiso, y le comentó que su mamá era una señora muy agradable.
Mi casera se quedó muda y se fue. Lloró en el camino. No le dijo nada a la persona que “habló” con su mamá. ¿Cómo podría decirle que su mamá había muerto meses atrás? Y que entonces probablemente habló con un espíritu y entró a un departamento que estaba en otra dimensión. ¿Cómo explicarlo?
Mi casera piensa y siente que su mamá sigue ahí en ese departamento y que la ayuda y cuida. Piensa que probablemente la noche que me prendieron las luces y escuché pasos alguien se quería meter a robar al departamento, pero su mamá hizo acto de presencia y el ratero, al ver luces y movimiento en el departamento, se arrepintió de entrar y se fue.
Seguí viviendo ahí un año más, nunca sucedió nada raro de nuevo. Pero desde entonces tengo la sensación de que, cuando cierro una puerta, puede haber alguien más cerrándola, en el mismo lugar, pero en diferente dimensión. Y probablemente nos escuchamos y sentimos, pero no podemos vernos.
Esta es la casa:
La ventana del baño es la que está arriba de la puerta de entrada, la de la izquierda es la de la estancia, donde todo ocurrió.