De todos los géneros literarios y dramáticos, podría decirse que la ciencia ficción es uno de los más jóvenes. Este subgénero de la ficción se caracteriza por narrar situaciones hipotéticas en las que los avances tecnológicos juegan un papel fundamental en la narración. En muchas ocasiones este género se entrecruza con la aventura y el terror, pero quizá su principal característica es el planteamiento, desde un punto de vista realista, de situaciones hipotéticas y extraordinarias; y yendo un poco más allá, podría decirse que las grandes obras de este género lo han sido porque han puesto encima de la mesa dilemas con un gran componente filosófico.
La época del vapor
Aunque puedan rastrearse obras anteriores, la ciencia ficción tomó forma en el siglo XIX de la mano de Julio Verne y H.G. Wells, aunque cabe señalar que la primera obra de este género se debería atribuir a Mary Shelley y su Frankenstein. Ya en ella la autora planteaba un dilema ético-filosófico provocado por la ciencia, lo cual ha sido desde entonces una constante en las grandes obras del género. Wells puso encima de la mesa la autodestrucción de la civilización tal y como la conocemos en La Máquina del Tiempo a causa de los avances tecnológicos bélicos, al mismo tiempo que lanza una advertencia sobre el peligro de la ignorancia a través de los Eloi. Por su parte, Verne no enfatizó tanto en sus obras acerca de dilemas filosóficos y ello es debido en gran parte a su editor y amigo Pierre-Jules Hetzel, quien se encargó de depurar los textos de Verne a fin de adaptarlos al gran público, dándoles un carácter positivista. Sin embargo, tras la muerte de Hetzel, Verne publicó obras como Los Quinientos Millones de la Begún, en donde trataba una guerra en al cual los avances tecnológicos en materia bélica habrían alcanzado extremos aterradores.
El Dios de la Biomecánica
Desde el siglo XIX hasta nuestros días han existido todo tipo de obras de Ciencia Ficción, muchas de ellas menores y otras atemporales. Uno de los autores que más ha ahondado en los dilemas filosóficos ha sido Philip K. Dick; sus relatos han dado lugar a películas como Minority Report, Desafío Total y, sobre todo, la remarcable Blade Runner. Esta última, creada a partir de la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, destaca por plantear las cuestiones primigenias de la filosofía -¿de dónde vengo?, ¿adónde voy?- y consigue crear situaciones como la posibilidad de plantar cara a tu creador. Aún así, la película omitió uno de los factores más llamativos del libro, el órgano de ánimos; una máquina personal capaz de inferir a su usuario el ánimo deseado, desde sentirse contento por estar despierto hasta la sensación de plenitud a través de la complacencia del cónyuge. Un detalle muy interesante de esta novela sucede cuando el protagonista comprueba que su mujer ha estado pulsando habitualmente la combinación para la depresión. Él no entiende por qué los creadores del aparato incluyeron esta posibilidad entre sus múltiples combinaciones, pues es un estado de ánimo que nadie querría tener. Lo interesante de esto es cómo describe el autor la depresión en sí y la conclusión que se saca de esta situación es que, cómo esta se retroalimenta, es necesario estar deprimido per se para querer pulsar esa combinación. A pesar de todo esto, se podría decir que la cuestión principal de la novela sería ¿qué es lo que nos hace humanos?
Coetáneo a Dick fue Isaac Asimov, quien planteó en sus obras la posibilidad de una rebelión de los robots contra los humanos que los crearon. Otra vez volvemos al peligro de la tecnología y la cuestión de si el ser humano es lo suficientemente maduro como para lidiar de una forma responsable con los avances que va creando. Una cuestión que no podría estar más en boga en la esta nueva era de comunicación que estamos viviendo, en donde los avances se van sucediendo a un ritmo que no nos da tiempo a sopesar las posibles consecuencias de un mal uso.
La era del pixel
Actualmente la enorme evolución de las técnicas digitales ha dado lugar a un auge en las películas de ciencia ficción. Y es que hoy en día es más fácil que nunca recrear mundos imaginarios con un nivel de detalle y realismo sin precedentes, siendo la imaginación el único límite. A pesar de eso, la proliferación de películas del género no ha llevado de la mano un aumento de grandes obras del mismo, pero sí que se sigue viendo que son las películas que plantean estos dilemas las que permanecen. Como se diría en el mundo de la música, “no es que la mejor música sea la antigua, sino que son las buenas canciones las que se quedan”. Y en esas obras de la actualidad podemos ver cómo se plantean los mismos dilemas que plantearon en su día los referentes del género. En Matrix pudimos ver un desarrollo del planteamiento de Asimov y en Moon vimos los recuerdos implantados que atormentaron a Dick así como los posibles dilemas derivados de la clonación humana.
Esto no sólo se cumple en películas dramáticas, sino también en comedias en donde esos dilemas son presentados de una forma cómica. En este apartado es obligatorio mencionar la trilogía de Regreso al Futuro, en donde plantean a lo largo de la trama los posibles desastres que podría provocar una alteración del espacio-tiempo. También habría que destacar la serie Futurama, que no es sino un homenaje a todas esas grandes obras de la ciencia ficción. En ella volvimos a ver la posibilidad de conocer a tu creador, la alteración del espacio-tiempo y sobre todo, la pérdida total de ética en pro de los avances tecnológicos: anuncios implantados en los sueños, virus comerciales instalados en el cerebro, amantes robot sumisos, mutilación de especies con fines sexuales y un largo etcétera.
Es hora de morir
Parafraseando a uno de los replicantes, me acerco al final del artículo. Hay muchas obras que me gustaría haber incluido, como es el caso de La Fuga de Logan, El Planeta de los Simios, La Naranja Mecánica o las más recientes Origen o Interestellar. En todas ellas, así como en las anteriormente mencionadas, se puede ver que en realidad no responden a ninguna pregunta metafísica, pero quizá, y tal y como ocurre con la filosofía, no se trata de dar la respuesta correcta, sino de encontrar la pregunta más acertada.
Larga vida y prosperidad.
Pd: Este artículo está dedicado a Leonard Nimoy, cuya muerte me sobrevino mientras lo escribía.