Las casualidades rara vez ocurren. Esa es precisamente su condición de ser. Cuando dos desconocidos se cruzan en lugares distintos de la ciudad, ante la mirada de un mismo espectador; comienza la pesquisa. Es simplemente la obligación normal de discernir la mera compresencia, de la causalidad.
En este caso se cruzan dos artistas. Uno moderno y otro contemporáneo. Uno vivo, y otro, muerto.
Hace unas semanas Nam June Paik, el ilustre difunto, compartía la inauguración del Summer Art Festival en la Waterfall Mansion del Upper East Side, con la vivísima Esmeralda Kosmatopoulos. Y ayer mismo volvían a coincidir en la Shin Gallery de la Grand Street del Lower East Side.
Pareciera que el maestro Paik hubiera desarrollado cierta debilidad por la joven Esmeralda Kosmatopoulos, como ya hiciera unos años atrás por Yoko Ono. Pero su muerte inoportuna refuta esta hipótesis. Por otro lado, entre las galerías no hay compenetración alguna: está investigado. Así que el hecho debe responder a otras causas, si es que no nos rendimos tan pronto a la cómoda comicidad de la mera casualidad. Claro que no (aquí perderé muchos lectores, pero si se queda conmigo aun encontrará la mejor parte).
Nam June Paik inventó el vídeo-arte, corrió en la vanguardia de la revolución de las telecomunicaciones para reflexionarla, hacerle crítica y reírse de ella. Usó televisores, montañas de ellos, a veces fuentes de televisores manando, y neones, y láseres después. Fue un budista toda su vida en presente. Hoy, ahora, con lo que está pasando.
Esmeralda Kosmatopoulos comparte esta cualidad discursiva. Su trabajo atrae invitaciones de galerías donde Paik es admirado porque donde él experimentaba con electrones y tubos catódicos, ella lo hace con bites atravesando Internet. En 40 Shades of Happiness descubre la diferencia entre sonreír en Veranda, de hacerlo en Gill Sans, y cuanto más en Cambria. El enclasamiento digital de los sentimientos es recurrente, y central también en sus series ALTER Ego donde los emoticonos se cruzan con fieles retratos.
La Shin Gallery expone ahora su último trabajo, donde reflexiona sobre los paralelismos entre la tradición oral y los últimos desarrollos en inteligencia artificial. Los motores de traducción automática conforman un sector de feroz competencia entre IBM, Google, y Microsoft. Se han logrado monumentales progresos en la capacidad de estos sistemas, pero la “imposibilidad de la traducción” permanece impertérrita, y este trabajo habla sobre ella. Flanqueando al Big Shoulder de Paik (un androide portentoso hecho de radios y televisores de distintas épocas), Esmeralda Kosmaotopoulos alinea siete pequeños altavoces retro-iluminados que participan de un discurso atonal y quebrado. El discurso parte de un origen limpio y sincronizado, en el que una voz mecánica declama el primer verso de la Odisea siete veces y a la vez. Desde esta Ítaca común, cada voz visita independientemente catorce traducciones sucesivas que escuchamos devueltas al inglés, en un caos progresivo que sólo se calma una vez que, como Odiseo, retornamos al origen.
Tell me, O muse of that ingenious hero who travelled far and wide after he had
sacked the famous town of Troy. Many cities did he visit, and many were the
nations with whose manners and customs he was acquainted; moreover he
suffered much by sea while trying to save his own life and bring his men safely
home
Esta suerte de interpretación tecnotrónica de las catorce etapas de la Odisea, contiene los elementos arquetípicos del relato de la Torre de Babel bíblica. Una sola lengua, el inglés, ya como principio o como pretensión unificadora: “En ese entonces se hablaba un solo idioma en toda la tierra” (Génesis 11, 1-9).
La aparición de una tecnología poderosa, tal como la inteligencia artificial que habilita los motores de traducción automática, o el ladrillo de adobe cocido: “Un día se dijeron unos a otros Vamos a hacer ladrillos y cocerlos al fuego. Fue así como usaron ladrillos en vez de piedras y asfalto en vez de mezcla” (Génisis 11, 1-9).
Y al fin, el orgullo desmedido y el desafío a Dios: la hybris que dispersó a los hombres y confundió su lengua: “Construiremos una torre que llegue hasta el cielo” (Génesis 11, 1-9). Esmeralda Kosmatopoulos diríase que revela la insolencia humana de pretender revertir aquel castigo divino mediante una nueva torre inestable y cacofónica: “Construiremos una máquina, que iguale las lenguas”. Qué, si no el desafío tecnológico, podía hacer que coincidieran Nam June Paik y Esmeralda Kosmatopoulos.