Para muchos, el año 2020 significó la ruptura del tiempo y la vida misma en un antes y después tan significativo que las cosas -tal y como las conocían- dejaron de ser unas para ser otras completamente diferentes. Hay muchas cosas que me enorgullecen de mi vida -otras no tanto- una de ellas fue la época que compartí con quienes hoy -a pesar del tiempo y la distancia- sigo considerando hermanos. Este texto es, primero que todo, una apología a la juventud y a la sencillez con la que podemos apreciar la vida en esta etapa. En segundo lugar, es una crítica a la forma en cómo se concibe el baile en la era de las redes sociales. Finalmente, pero no menos importante, es una dedicatoria.
A José y Daniela, donde estén, ojalá la vida nos mantenga esencialmente libres.
Nadaísmo y baile
Cuando apenas empezaba a hacerme una carrera en la educación tuve la suerte de no tener dinero para poder pagarme un arriendo completo para mí. Quienes han vivido o viajado alguna vez a Medellín saben que el arriendo es uno de los temas más difíciles en cuanto a costos/calidad. Digo suerte porque en ese entonces Dani y Jose, dos hermanos con quienes pude compartir mis años de escuela en la costa, me recibieron en su hogar con la condición de que pudiéramos apoyarnos económicamente mientras cada uno labraba su camino universitario/profesional.
Con los meses la convivencia se hizo cada vez más compleja, al tiempo que los vínculos maduraban. Podíamos abordarnos cuando algo nos incomodaba y apoyarnos en momentos difíciles. A pesar de tener gustos distintos, siempre hubo cosas que nos unían, entre ellas: el baile.
En una tarde de fin de semana encontré lo que parecía un espacio gratuito de clases de salsa. Jose, quien siempre tenía afán para conocer personas, optó por convenir que debíamos ir a la siguiente sesión y ver “qué se levantaba”1. Si bien los tres “nos defendíamos”2 a la hora de bailar, cierto era que la salsa que se baila en Medellín era un poco distinta (por no decir estilizada), y necesitábamos de orientación para poder comprender este choque cultural. El miércoles de esa misma semana asistimos al espacio a eso de las 8:00 pm y lo que al inicio parecía un bar sencillo de salsa, se fue convirtiendo en una segunda casa al conocer a quienes serían desde entonces -y hasta la actualidad- en amigos y compañeros de vida.
Luna representaba lo que Gonzalo Arango llamó en su manifiesto Nadaísta una admiración frenética de la juventud. Una mujer que, si bien poseía grandes capacidades para enseñar y transmitir con sus palabras su estilo de vida, era realmente su cuerpo quien daba las lecciones. Su deslizar por el suelo no hacía ruido y, sin embargo, un huracán de emociones mezcladas era invocado en la pista cuando decidía bailar con alguien en serio. Había algo en ella que no podíamos describir y que, años más tarde, comparándola inevitablemente con otros mentores de baile que tuvimos, descubrimos. Luna tenía sutileza. Una fuerza olvidada, pero sin duda poderosa. Bailar con ella no se trataba de saber muchos pasos de baile, sino de disfrutar el ritmo, las pausas, la clave retumbando en la mente, olvidar el conteo y sentir que el otro me entiende sin palabras. Esa era la clave de su encanto: Cualquiera, supiera o no bailar, podía disfrutar de la salsa.
Mientras la clase avanzaba, Vladimir se encargaba de encender el espíritu de todos con las canciones de Richie Ray y Bobby Cruz, Fruko, Roberto Roena, Joe Cuba, La 33, la Sonora 8, entre otras. Al ser profe y DJ del bar debía estar en constante movimiento, su espíritu reflejaba el ritmo alegre pero melancólico del lugar, su misión era no dejar que el espíritu decayera, procurando siempre que todos se sintieran cómodos mientras la clase tenía lugar. Si pudiera describir a Vladimir era como un son, con sus pausas precisas, su presencia notoria y con un espíritu fraternal que le permitía tratar bien a todos los que llegaban buscando ayuda en el duro pero sutil arte del baile.
No lo sabíamos, pero la salsa, con su mezcla de ritmos africanos, europeos y caribeños, simbolizaba una fusión cultural que resonaba con los ideales nadaístas de libertad y creatividad, nuestros estandartes en aquella época, donde solo podíamos seguir nuestras pasiones y deseos, desligándonos por primera vez de las enseñanzas morales de nuestras historias familiares. Bailar salsa no era solo una actividad social, sino una forma de afirmación de la identidad. En cada movimiento, y sin saberlo, cada giro manifestaba una filosofía de vida que desafiaba las convenciones y celebraba la diversidad.
Con el tiempo y la práctica necesaria, la idea de un baile que no podía encapsularse se hizo cada vez más sólida, nos dimos cuenta de que habíamos llegado en un intento por conocer más personas sin saber que desde el primer momento nos estaban acogiendo como hermanos. El baile dejó de tener la intención de búsqueda-encuentro y se convirtió en un refugio, un espacio donde podíamos ser nosotros mismos sin máscaras ni pretensiones. La pista de baile era un lugar de encuentro y de comunión, donde las diferencias se desvanecían y solo quedaba la música y el movimiento. En esos momentos, el espíritu del Nadaísmo se hacía tangible, recordándonos que la vida, como la salsa, es un arte que se vive en el presente, con pasión y sin miedo.
Una sombra del bailar
Desde el año pasado, desde la comodidad de mi casa con mi esposa y extrañando estos momentos, noté que la salsa volvía a ser viral en redes sociales. Esta vez se había vuelto común escuchar “Oh, ¿qué será?” en la interpretación de Willie Colón o “El títere” de Louie Ramírez en TikTok, pero algo no cuadraba, faltaba algo en estas coreografías tan vistosas, algunas difíciles y otras más sencillas. ¿Qué podría hacer que, de repente, desconfiara de esta nueva forma en la que se manifestaba el baile por redes sociales?
El baile, bajo las enseñanzas de Luna, es una forma de comunicación no verbal que permite a las personas conectarse a un nivel profundo y emocional. La salsa, con su ritmo vibrante y sus movimientos fluidos, es una danza que requiere una conexión entre los bailarines. Es un diálogo corporal donde cada paso, cada giro, es una respuesta al otro. Sin embargo, en la era digital, esta conexión se ha visto erosionada.
Las redes sociales han promovido una cultura de la apariencia, donde el objetivo principal es mostrar una imagen perfecta y obtener validación externa. Los bailarines, en lugar de enfocarse en la experiencia compartida y en la conexión con la pareja, se preocupan más por cómo se ven en los videos y por la cantidad de interacciones que generan. Esta superficialidad ha llevado a una pérdida de la autenticidad y de la verdadera esencia del baile. Un reel coreografiado, si bien sigue siendo baile, es apenas la sombra de la filosofía que solo puede captarse en la incomodidad de la presencia del otro, donde debo adaptarme, ser rápido pero sutil, decidido, pero no rígido o brusco y atreverme a comprender el mundo del otro desde su corporeidad.
Es crucial recordar que el baile, y especialmente la salsa, es mucho más que una serie de movimientos coreografiados. Es una forma de expresión, una celebración de la vida y una manera de conectar con otros a un nivel profundo y significativo. Volver a las raíces del baile implica redescubrir el placer de moverse al ritmo de la música, de sentir la energía del otro y de disfrutar del momento sin preocuparse por la aprobación externa.
La fuerza de la juventud
A temprana edad conocimos el gusto de la grandeza y de la fama, y sin pedirle permiso a los oráculos nos erigimos en los profetas del mal y de la destrucción.
Gonzalo Arango, con estas palabras, capturó la esencia de una juventud que se atrevía a desafiar las normas y a buscar su propio camino, sin miedo a las consecuencias. En nuestra juventud, el baile fue nuestra forma de rebelión y de afirmación, un espacio donde podíamos ser verdaderamente libres.
Hoy, en un mundo dominado por las redes sociales y la búsqueda constante de validación externa, es más importante que nunca regresar a las raíces del baile. Este ejercicio incómodo pero necesario nos permite aprender de la otredad, sentir la vitalidad que solo la juventud puede dar y redescubrir la autenticidad en nuestras conexiones humanas. Bailar, en su forma más pura, es un acto de hacerse transparente y de celebración de la vida, un recordatorio de que la verdadera grandeza no se encuentra en los likes, sino en la conexión profunda y sincera con el otro. Cada tanto tengo el gusto de regresar a ERRE, sin la presencia de Jose y Dani, con Luna y Vladi a veces presentes, otras veces no y noto cuán valioso fue mi pasado y mi juventud con quienes, en aquél entonces, elegí mi familia.
Notas
1 Este es un regionalismo. “Levantar” aquí es un sinónimo de conquistar.
2 Hace referencia a “conocer los pasos básicos” necesarios para desenvolverse en una actividad sin mayores dificultades.