Habitualmente los hispanohablantes miramos a otros países con admiración, especialmente cuando en lo tocante a eficiencia, progreso y racionalidad. Alemania participa de dichos atributos, aunque no siempre: durante la última pandemia, el país fue visto como un modelo, de gestión de la plaga, Sin embargo, detrás esta elaborada —y exportada imagen—, se esconden realidades mucho menos conocidas:, desde dudoso personal sanitario hasta la proliferación de pseudociencias como la homeopatía y de oficios como los “practicantes de salud”.

A menudo los hispanohablantes solemos arrastrar la tendencia a dejarnos obnubilar por gentes de otras latitudes, acostumbrados como estamos a que las cosas no funcionen lo bien que, en teoría, funcionan en otros países latinoamericanos por una parte e ibéricos por otra. Por cierto: horrible ―si bien bastante exitosa― la primera palabra. La inventaron los franceses, cuando en el siglo XIX necesitaban una legitimidad para apropiarse de México: somos latinos; total, si el francés viene del latín, es decir, latino (¿lo he dicho ya?), se parece al español. Somos uno de vosotros. No nos veáis como extranjeros.

El problema es que los mexicanos habían tenido ya bastante de latinos (en su versión española) y otro más, como que no.

Disquisiciones filológicas aparte, la cuestión es que siempre se presenta a los iberoamericanos como emocionales y a los anglosajones como racionales. Es una coletilla machacona en los países “civilizados”.
Nosotros no es que funcionemos como un reloj atómico, aunque los demás tampoco. No es la idea de este artículo examinar los condicionantes histórico-culturales ―a veces geográficos― en lo que hunde sus raíces algo inapelable: que sus sociedades son más ricas que las nuestras. Tampoco es la misión de este escrito echar balones fuera: lo que hacemos mal, lo hacemos mal.

Hoy, toca hablar de Alemania.

Alemania, 2019-2020: la pandemia

Mientras italianos y españoles caían como moscas, en Alemania morían muchos menos. Tal parece que fueran mutantes. Pero no lo eran. En primer lugar, para el cómputo de fallecidos. Se hablaba de muertos "con corona" y muertos "de corona". En muchos casos se padecía un cáncer o una enfermedad complicada cuyos estrados agravaba el coronavirus: la causa de defunción, entonces, era cáncer (o aquello que se padecía antes).

Sin embargo, en España se veía de otra forma: comprado el relato de la eficiencia alemana admirábamos al país europeo. Se decía que se hacían muchos más test, que las medidas eran draconianas y mejores. Pero, no obstante, no lo eran en absoluto.

  • Primero: los test. Se hacían a mansalva, por todos sitios. Sin embargo, yo no vi ninguno. Ni siquiera conocía a alguien a quien se lo hubieran practicado. Es más: llamaba misteriosamente la atención que, del mismo modo, no fui capaz de encontrar un amigo de un amigo, o un ejemplo de un vecino del barrio, alguien que conociera a alguien que se hubiera hecho el dichoso test. Ergo: no es tan masivo como nos hacían creer. Pero claro…es poder blando, nation branding.
    Y era así hasta tal punto que en España la gente me contradecía “perdona, pero en Alemania se hacen muchos más test”. Él no lo había visto. Yo, tampoco. No digo que no hubiera más pruebas que en España, pero masivo no era, ni muchísimo menos. En cualquier caso, es indiferente: tienes tu verdad potenciada por el relato y se acabó.

  • Segundo: historias felices de gente que había sanado. En la televisión pública se reproducían los cuentos con final feliz de ancianos que habían pasado la pandemia y paseaban, venturosos, su recuperación por un bosque bastante bucólico. Tampoco era verdad: amigos enfermeros y enfermeras me relataban que estaban hasta arriba, que no podían más y que no paraban de doblar turnos. Estaban desbordados. Alemania tenía más camas que España. Eso sí era cierto. Pero nada más.

  • Tercero. Las medidas contra la pandemia. Consagrados y consabidos escritores se lamentaban en diversos rotativos y revistas de la situación de aislamiento en la que vivían, del paraíso perdido. Se comparaban a España. Hablabas con alguien y les comentabas el estado de alarma en el país ibérico y te decían “ah, sí. Igual que en Alemania”. Pero no era igual. Para nada. Enumero las “terribles” medidas adoptadas:

  1. Los restaurantes permanecían abiertos. Se iba limitando el aforo, pero permanecían abiertos.

  2. En la calle, podías ver a la gente jugando al baloncesto y al fútbol sin ningún recato ni nadie que se los impidiera.

  3. La población no se lo tomaba en serio: nunca he visto más picnics en los céspedes alemanes como entonces.

  4. La gente podía salir a correr. Tampoco había problema siempre que fueras solo. Claro que si pasabas por al lado y te echaba el aliento y tenías la mala suerte de que estuviera cargado de virus, peor para ti.

  5. Lo más gracioso: la distancia sí se seguía. Pero las reglas de reunión parecían hechas para un programa de cámara oculta: podían estar junto hasta tres individuos. Cuatro no ¿eh? Que eso es peligroso. Estas excepciones dejaban de regir entre familiares, en las que podían estar juntas hasta diez personas.

Con el tiempo, se fueron endureciendo las medidas, máximo exponente de su ineficacia. Sin embargo, los alemanes aseguraban que estaban igual que en España.

Médicos dudosos, practicantes, curanderos y acólitos del agua: la praxis del horror

La médico de cabecera a la que íbamos tenía fama ―lo supe después― de dar bajas a discreción. Más de un compañero de trabajo de entonces me la recomendó por aquella razón. Más de eso, algún detalle más. Menor. Aunque, claro, gota a gota se construye un océano. Con todo no caí, hay que decirlo.

En la sala había gotas de agua enmarcadas en exuberante y relajada naturaleza, con afirmaciones de medicina holística. Dicha “disciplina” no es tal: es una etiqueta para enganchar a incautos, entre los que se encuentran personalidades más o menos faranduleras como Elle McPherson o Gwyneth Paltrow, que dan visibilidad a estas pseudociencias. La medicina holística considera que el cuerpo puede sanarse solo: para qué medicina nuclear y paparruchas de esas.
Regresamos a mi doctora. Como en Alemania la sanidad es privada (por mucho que la pague el Estado), cualquiera que haya estudiado medicina puede montar una consulta (Praxis, en alemán) o un centro de salud. Ella no era buena médica.

Por inercia seguíamos, siempre con la idea de cambiar… pero el ser humano es conservador, tiene miedo de los cambios.

Muchas actuaciones de la médica nos llamaban la atención: miraba en el ordenador o en el móvil qué medicamento recetarnos, delante de nosotros. Para qué disimular. También tenía contratados a otros médicos. Recuerdo a una libia y a un jovencito alemán. Muy capacitados. Que te ibas de allí contento. También las enfermeras llevaban a cabo su labor muy satisfactoriamente. Pero la titular de la consulta, no. Y he aquí la cuestión: por las tardes tenía praxis de holística. Es de creer que a tal actividad dedicaba el grueso de sus energías, porque una persona con una carrera de medicina a sus espaldas no podía ser tan poco profesional.

Estalla la pandemia. Más señales; esta vez, preocupantes: la mascarilla no estaba hecha para mi doctora, y ello en los momentos de mayor virulencia de Covid-19. Comenzamos a atar cabos, a investigar. Y resulta que la señora era una líder del negacionismo. No en el sentido de negar la pestilencia: tonta no era, pues ello hubiera podido acarrearle problemas legales. Y es que faltar al juramento hipocrático está feo, tiró de otras soluciones: la libertad.

La libertad es el axioma desde el que hoy contemplan los populismos (hoy en el poder en muchos Estados) a la población, viendo por donde pueden tangarla.

De libertad va el asunto: es que las medidas coartan la libertad de la gente, etc. Bicheando un poco en internet, pudimos asistir ojipláticos a multitud de vídeos en los que aparecía la facultativa arengando a las masas en diversos tinglados montados en multitud de plazas de la ciudad de Colonia. Exigía libertad.

Pero de ahí al negacionismo se puede transitar sin solución de continuidad por una muy borrosa línea. Y las malas lenguas dicen que, claro… si el cuerpo se sana solo, para qué tanta medida-que-cercena-las-libertades. Así no te extraña que viniera algún amigo y te soltara la turra de que si te pones mascarilla es que tienes miedo. Y el miedo te estresa. Y el estrés te mata. Y nosotros pensando que el asesino era el virus.

Epílogo: salimos corriendo de tan fatídica consulta. A una administrativa terminamos viéndola en otro médico y el local donde la médica ejercía su actividad ―es un decir― aparecía con un cambio de cartel: ahora era otra galena la que regentaba aquel antiguo campo de horrores. No he vuelto a ver más a las enfermeras, una de las cuales tenía un don especial para pincharte en la vena correcta sin que ni te cuenta te dieras.

Alemania, como se ha visto, exporta credibilidad, racionalidad, pero estamos viendo que no todo el monte es orégano. Sin salir de las enfermedades (hablar de “medicina” es quizá mucho decir), pasamos a otra forma de propagar bulos.

Pseudomédicos y curanderos acreditados y reconocidos

El problema es que las pseudociencias están muy extendidas en Alemania: en particular, la homeopatía, otra disciplina que ―¡vaya!― da dinero a muchos. "Homeopatía clásica" puede leerse en muchos sitios. Incluso los médicos de verdad no le hacen ascos: “Praxis tal. Médico tal. Homeopatía”, puede leerse en algunas placas ¿Para qué perder clientes?

Así proliferan las consultas en las que, por lo aguanoso ―diría Francisco de Quevedo― se espera antes pescar ranas que una sanación. Los médicos de cabecera son privados. Léase: si a la consulta llega un comercial homeopático y le dice, por poner un ejemplo, “yo le doy una pasta si Ud. receta mis acuosos fármacos”, el médico ―un facultativo totalmente normal y cualificado― bien puede recetarte dichos "fármacos". No es que pueda: es que los receta, comprobado por quien esto escribe y por amistades. Los ungüentos homeopáticos no los cubre la seguridad social, por descontado.

No sólo de homeopatía viven algunos: también está la polémica profesión e Heilpraktiker. El vocablo es intraducible. O sí, lo es, pero no aporta mucho significado: “practicante de salud”. Un Heilpraktiker está autorizado para practicar terapias alternativas y medicina natural… sin ser médico. Se les permite realizar ciertos tratamientos, si bien no pueden diagnosticar enfermedades graves ni recetar medicamentos convencionales.Para obtener la licencia, deben aprobar un examen estatal tras una formación que varía de uno a tres años que evalúa sus conocimientos en áreas como anatomía, fisiología y principios de diversas terapias alternativas.

Y ahí radica la cuestión: si eres muy crédulo y te tropiezas con un Heilpraktiker sin escrúpulos, te puede suceder que te receten un pelo de gallina frotado con raspadura de cuerno de boticario para un resfriado. Los resfriados pues, todo sea dicho, tienen un pase: si al final acaban curándose… pero los cánceres no responden a tales remedios, y ya se han dado casos de “tratamientos” para el cáncer totalmente inidóneos. Tanto, que algunos no-médicos acabaron en la cárcel por estafa, un caso muy mediático en Alemania.

No obstante, demos por sentado que, de acuerdo: un práctico de los arriba descritos tiene en teoría unas funciones por ley estipuladas, con menciones expresas a los que se puede y, sobre todo, no puede hacer. Hasta ahí, bien: con un poco de información sabemos que no estamos yendo a un médico. Con todo, la cuestión es que la comunidad no se toma el trabajo de informarse. Si así hubiera sucedido, Donald Trump jamás habría resultado elegido en noviembre de 2024. Y mira que había medios fiables que demostraban que el magnate miente más que habla.

Porque los individuos tienen su verdad, un relato celosamente defendido e impermeable a todo análisis realizado con un mínimo de método científico (¿perdón? ¿método qué?). Y si alguien puede votar a un Trump, un Bolsonaro, un Orbán, o un Vučić en Serbia o la AfD en Alemania, bien puede creerse otras cosas sin contrastar, como un Heilpraktiker que ni siquiera es tal cosa.

Y es justo el caso de una falsa practicante —era sólo una esteticista― que decidió arreglarle la cara a todo aquel que pasaba por su consulta a base de inyecciones de ácido hialurónico a lo que no estaba autorizada otro proceso judicial mediático y ejemplarizante. Lo más grave aquí no sé si es lo perpetrado por esta falsa practicante o que legalmente los de verdad sí puedan poner inyecciones de este fármaco sin la condición de médicos. Estos practicantes están regulados por una legislación muy laxa y —en muchos casos— asombrosamente antigua. (algunos preceptos datan de finales de los años 1930).

El debate en Alemania está servido, aunque los Heilpraktiker reúnen muchos adeptos y es difícil de erradicar su predicamento, entre otras razones porque es perfectamente legal. Tan legal como letal: una práctica que se ha cobrado ya ―y se seguirá cobrando― decenas de vidas humanas.