Imaginemos un mundo donde la risa es contagiosa, la fantasía ilimitada y cada día una aventura. Es el mundo de la niñez, al que a menudo soñamos con volver o acaso queremos enterrar. En nuestros recuerdos anidan emociones y acontecimientos que solo un corazón infantil puede entender.
El arte, a través de la mirada filtrada por la historia de los creadores, tiene la prodigiosa capacidad de reflejar como un espejo todo ese universo, recordándonos que la infancia no es solo un punto en el pasado, sino una parte intrínseca de nuestra identidad presente. Nos enseña, además, a apreciar la inocencia perdida, a valorar la imaginación y a abrazar la nostalgia como un recordatorio de que, aunque el tiempo pase, el niño o la niña que fuimos nunca desaparece por completo.
La infancia es el reino donde nadie muere.
(Edna St. Vincent Millay)
Obras de la exposición
Atanasio Bocanegra (1638-1689). Virgen con el niño y retratos. Óleo sobre lienzo. Donación de doña Blanca, doña Begoña y doña Aranzazu Alzola de la Sota en 2002
Discípulo de Alonso Cano y admirador de Van Dyck, Bocanegra desarrolló una intensa actividad en su ciudad natal, Granada. En 1686 acudió a Madrid, donde fue nombrado pintor del rey. Dedicó casi toda su producción a la temática religiosa. En esta pintura representa a dos niñas –una de ellas con la cabeza rapada, algo insólito– y un tercer infante de larga cabellera cuya casaca corresponde a la indumentaria de un varón. El cortinaje, de un magnífico color escarlata, ayuda a diferenciar el espacio divino, romboidal, donde se hallan la Virgen y el Niño, y el terrenal, en el que se sitúan los pequeños donantes.
Antonio María Lecuona (1831-1907). Una limosna, c. 1870. Óleo sobre lienzo. Adquirido en 2008
Un niño guiado por su madre ofrece una mazorca de maíz a un mendigo a las puertas del caserío. En segundo plano, el padre que vuelve del campo; y al fondo, el santuario de Loyola. Lecuona se hizo eco de la literatura de Antonio Trueba mostrando de forma candorosa e idealizada unos roles basados en una tradición que empezaba a tambalearse a causa de la Revolución Industrial. Esta pintura es una de las réplicas que realizó el pintor tras el incendio que asoló su taller en 1877 destruyendo el original.
Juan de Barroeta Anguisolea (1835-1906). Retrato de niños, 1892. Óleo sobre lienzo. Donación de don Jaime Unceta Satrústegui en 2009
Esta imagen es un ejemplo modélico de la retratística finisecular, actividad con la que Juan de Barroeta Anguisolea alcanzó gran éxito entre la sociedad bilbaína. Dos hermanos aparecen vestidos según la inconfundible moda infantil de la época. La pose fotográfica denota, quizá, el punto de partida de este retrato doble. Barroeta se formó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, donde fue discípulo de Federico de Madrazo y compañero de Fortuny y Palmaroli. Destacó también como ilustrador y escenógrafo, lo que explica el tratamiento del fondo de paisaje a modo de decorado.
Antonio Ortiz Echagüe (1883-1942). Comida en Mamoiada, 1908. Óleo sobre lienzo. Adquirido en 2011
El tratamiento de esta escena situada en la isla de Cerdeña revela la influencia del realismo de Zuloaga y el luminismo de Sorolla. Las muchachas, de rostros serenos y cándidos, ataviadas con vistosos trajes regionales en una estancia alegremente ambientada, esperan el almuerzo en una imagen idealizada de la vida en el Mediterráneo. El artista obtuvo una plaza de pensionado en la Academia Española de Roma en 1904 y residió allí durante cuatro años. Destacó en la representación de temas costumbristas y como retratista de la alta sociedad. Durante la Primera Guerra Mundial se instaló en San Sebastián, donde veraneaba la familia real, con quienes los Echagüe tenían contacto al ser su tío materno ayudante de campo de Alfonso XIII.
Juan Barroeta Lecanda (1801-1852). Retrato de mi familia, c. 1842. Óleo sobre lienzo. Donación de doña Paz Azaola Reyes en 2013
Este retrato familiar corresponde a un modelo en boga en la Europa romántica, especialmente en Inglaterra y Francia. La esposa del artista aparece rodeada de su prole en una composición cuyo centro es ocupado por la menor del grupo. Los peinados y la indumentaria, propios de la época, son elegantes, pero denotan cierta austeridad. Barroeta Lecanda cultivó la pintura de miniatura y el retrato en el ámbito bilbaíno, aunque tenemos escasas referencias acerca de su vida y formación. Parece que fue quien inculcó la afición a la pintura a su hijo, Juan de Barroeta Anguisolea.
Alberto Schommer (1928-2015). Vitoria,1957. Gelatinobromuro de plata sobre papel. Donación del artista en 2013
Esta imagen pertenece a la primera etapa de Alberto Schommer como fotógrafo profesional, después de abandonar la pintura. Ambientada en una nevada en Vitoria, la ciudad que fue su hogar desde la infancia, la composición panorámica resalta la trayectoria de un grupo de muchachos. Los niños, borrosos en la instantánea, reflejan un momento de movimiento o juego, quizá persiguiendo una pelota o acudiendo con prisa al colegio. Uno de ellos emerge nítido en el centro, solo o distinto. La fotografía nos invita a evocar los recuerdos infantiles, ya sean vívidos o difusos, llenos de alegrías y acaso traumas, y nos sumerge en una ensoñación que apela directamente al subconsciente.
Isabel Baquedano (1929-2018). Sin título, 1963. Técnica mixta y collage sobre lienzo. Adquirido en 2019
Isabel Baquedano concibió este retrato a modo de bodegón, como un collage con texturas y elementos extra pictóricos. La gama cromática en grises incluye notas de color afines al del papel fotográfico amarilleado por el paso del tiempo, ligando así ambos medios. La niña de la fotografía, con un cigarro en la comisura de los labios, florece de una forma un tanto turbadora. La pintura pertenece a los inicios de la carrera de la autora, cuando, tras concluir su formación en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, muestra ya un alejamiento de los lenguajes clásicos y una inclinación hacia la abstracción informalista.
Sofonisba Anguissola (c. 1535-1625). Desposorios místicos de santa Catalina, 1588. Óleo sobre lienzo. Adquirido en 2021
Santa Catalina fue martirizada en el siglo IV debido a su compromiso con la fe cristiana, simbolizado aquí a través de su desposorio con Jesús. Este aparece como un niño ya crecido, algo poco frecuente en esta iconografía y extremadamente anómalo en las representaciones de Cristo. Anguissola realizó esta versión a partir del original de otro pintor, Luca Cambiaso, aportando una especial dulzura e intimidad a la escena en la que ambos personajes intercambian anillos. Esta pintora singular destacó en un ambiente artístico dominado por hombres, una rareza en su época, e incluso alcanzó el reconocimiento de Miguel Ángel o Van Dyck.
Francisco Herrera “El viejo” (c. 1590-1656). La sagrada parentela, c.1634. Óleo sobre lienzo. Adquirido en 1920
En esta composición repleta de personajes del linaje de santa Ana, destacan los niños en primer plano. En el centro, entre la Virgen y santa Isabel, aparece el Niño Jesús abrazando a su primo san Juanito. A la izquierda están Santiago el Mayor y san Juan Evangelista, con túnica rosada, hijos ambos de María Salomé. A la derecha se ubican los que posiblemente sean los hijos de María Cleofás: Santiago el Menor, Simón y Judas Tadeo. Sobresalen el hermoso colorido y la técnica suelta, que revelan la habilidad de este artista, uno de los más notables representantes del naturalismo sevillano.
Joaquín Sorolla (1863-1923). El beso de la reliquia, 1893. Óleo sobre lienzo. Aportación del Ayuntamiento de Bilbao en 1913
Adoración y temor reverencial se entrelazan en esta escena impregnada de calma e intimidad. El sacerdote presenta a los fieles una misteriosa reliquia alojada en un recipiente tubular de vidrio montado en bronce dorado, casi reminiscente de un objeto de laboratorio. Los feligreses se acercan con respeto, mientras el monaguillo, calzado con abarcas, distribuye estampas bajo la mirada curiosa de una niña. Una jovencita de tez rosada besa el objeto con inocencia y candor en señal de fe. Con esta obra, premiada en exposiciones de París, Viena y Bilbao, Sorolla logró su primer reconocimiento artístico.
David Vinckboons (1576-c. 1632). Cortejo infantil o La novia de Pentecostés, c. 1605. Óleo sobre tabla de roble. Legado de don Laureano de Jado en 1927
Esta pintura muestra una costumbre flamenca asociada a la celebración cristiana de la Venida del Espíritu Santo. Una niña adornada con flores y cintas –la novia de Pentecostés– se acompaña de una suerte de cortejo nupcial compuesto por numerosos niños que va de casa en casa entonando canciones sobre los berros (cresson) de los prados mientras reciben pequeños regalos. Como en un proscenio flanqueado por dos casas, el fondo se abre hacia un paisaje de tonalidades azuladas. El punto de vista elevado permite apreciar con detalle los elementos representados. David Vinckboons se estableció en Ámsterdam alrededor de 1591 y se dedicó principalmente a la pintura de género.
Ángel Larroque (1874-1961). Maternidad, 1895. Óleo sobre lienzo. Aportación del Ayuntamiento de Bilbao en 1924
Contra un telón de fondo decorativista de curvas sinuosas, destaca la figura en rojo de una madre que parece casi una adolescente, representada como una Venus de oscura cabellera y mirada inexpresiva y lánguida. Su cuerpo ha dado vida al niño y ahora hace las veces de cuna. El bebé, apenas cubierto, muestra su sexo inmaduro. En esta obra de atmósfera onírica, se entrelazan sueño y vigilia, sexualidad e inocencia, abriendo la puerta a diversas interpretaciones. Ángel Larroque, quien había sido discípulo de Anselmo Guinea en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao, tenía veintiún años cuando pintó este lienzo en París, mientras asistía a la academia de Eugène Carrière.
Juan de Echevarría (1875-1931). El paria castellano, 1917. Óleo sobre lienzo. Aportación de la Diputación Foral de Bizkaia en 1920
En contraste con sus alegres bodegones y jarrones con flores, Juan de Echevarría también expresó en sus cuadros la atracción por los personajes marginales, como este muchacho que se acompaña únicamente de un perrillo y observa fijamente al espectador con desolación. La luz cenital y los tonos pardos y azules crean una atmósfera fría y profundamente triste alrededor del niño, una imagen conmovedora de abandono y desamparo infantil. Echevarría recibió una esmerada educación y parecía destinado al mundo empresarial. Sin embargo, tras la muerte de su madre, en 1911 cambió el curso de su vida y se trasladó a París siguiendo su verdadera vocación. Su primera exposición individual tuvo lugar en el Ateneo de Madrid en 1919.
Julián de Tellaeche (1884-1957). El grumete blanco, c.1922-1924. Óleo sobre cartón. Adquirido en 1928
El tema marinero es casi exclusivo en la producción de este pintor que pasó gran parte de su vida en Lekeitio. Su afición por la fotografía se detecta en sus lienzos a través de los encuadres y de unas composiciones calculadas de forma matemática. Aquí, el joven aparece contra un fondo casi abstracto construido a partir de un estudiado juego de diagonales. Su bello rostro, su expresión serena e inocente y su impecable atuendo conforman una imagen idealizada que inspira ternura, obviando el drama del trabajo infantil. Tellaeche estudió en diversas academias parisinas y en 1911 participó en la creación de la Asociación de Artistas Vascos. En 1952 se trasladó a Perú, donde fue nombrado Conservador del Tesoro Artístico Nacional.
Jesús Olasagasti (1907-1955). Las hermanas, 1926. Óleo sobre lienzo. Aportación de la Diputación Foral de Bizkaia en 1926
Cuatro jóvenes hermanas ocupan su ocio en las actividades consideradas entonces propias de su sexo: jugar con muñecas, labores de costura y, en el mejor de los casos, lectura. Sus cortes de pelo bob y a lo garçon hacen de contrapunto aparentando una liberación que, al igual que el vanguardismo al que apuntaban algunos artistas de ese periodo, como Olasagasti, quedaría truncada por la Guerra Civil. En esta obra ejecutada en el mejor momento de su trayectoria, el pintor muestra ecos cubistas y cézannianos aprendidos en Madrid de su maestro Daniel Vázquez Díaz. Después se convertiría en uno de los retratistas más valorados de la burguesía vasca.
Emili Ferrer i Espel (1899-1970). Chiquilín, Artiach, 1935. Litografía en color sobre papel. Adquirido en 1981
En la década de 1930, los hermanos Artiach aprovecharon el apodo "Chiquilín" con que se conocía en España al actor infantil Jackie Coogan –protagonista de la película El chico, dirigida por Charles Chaplin en 1922– para convertirlo en la marca de sus populares galletas. Así, encargaron diversos carteles publicitarios con personajes traviesos y rebosantes de vitalidad, plasmados en actitudes dinámicas y con colores alegres y contrastados. La imagen fresca y dulce del muchacho quedaba así asociada al producto, transmitiendo un mensaje claro y muy efectivo desde el punto de vista promocional.
Herbert Leupin (1916-1999). Knie´s kinderzoo, 1964. Offset sobre papel. Donación de colección particular en 2013
Herbert Leupin diseñó este cartel para anunciar el circo Knie, con sede en la localidad suiza de Rapperswil. Fundado en 1803, continúa en funcionamiento y, además de ofrecer espectáculos, actúa como zoológico itinerante. Su actividad se traduce aquí en la representación de un elefante y un payaso, en una imagen que recuerda a un dibujo infantil coloreado, recurso que el autor empleaba frecuentemente combinado con un sutil sentido del humor. Aunque realizó ilustraciones para libros infantiles, Leupin es considerado uno de los diseñadores de carteles más importantes de Suiza. Trabajó para numerosas marcas y es conocido por ser el creador de la icónica vaca de la firma de chocolates Milka.
Eugène Zak (1884-1926). El guiñol, c. 1920. Óleo sobre lienzo. Adquirido en 1924
El pintor polaco Eugène Zak creó un mundo de seres irreales con proporciones alargadas y fisonomías clásicas. Es el caso de esta familia que asiste a una función de guiñol dirigida por uno de los niños. La propia disposición del espacio sugiere un escenario dentro de otro. Formado en la Escuela de Bellas Artes de París, Zak debutó en el Salón de Otoño en 1904. Su obra refleja influencias de Picasso, Modigliani y Chagall. Nada en esta pintura hace presagiar el trágico destino del autor y su familia: él falleció a los 41 años debido a un ataque al corazón; su viuda, Yadwiga Kohn, quien fundó la renombrada Galería Zak en París, y su hijo Yannek perdieron la vida en Auschwitz.
Roberto Rodet (1915-1989). El mantel blanco, 1949. Óleo sobre lienzo. Adquirido en 1982
Este gran lienzo, pintado en 1949, muestra con precisión el tipo de educación que recibían las mujeres en aquel momento, orientada al papel que debían desempeñar en el futuro. Siete jovencitas vestidas con uniformes escolares, probablemente de un centro religioso a juzgar por las cruces que llevan al cuello, rodean un mantel que cuatro de ellas cosen mientras otra lee para entretener al grupo. La escena, pretendidamente encantadora, resulta hoy en día anacrónica. Rodet fue discípulo de Ángel Larroque en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao. Fue un artista polifacético: en 1957 pintó el ábside de la basílica de Arantzazu, realizó decorados teatrales y escribió poesía. Formó parte de la Junta Rectora del Museo de Bellas Artes de Bilbao entre 1970 y 1982.
Cristóbal Ruiz (1881-1962). Dos niñas, 1924. Óleo sobre lienzo. Adquirido en 1924
Dos niñas en un interior, quizá su dormitorio, están absortas en una pequeña labor. La composición, concebida con precisión, se articula con planos y diagonales sobre los que se acomodan las líneas ondulantes de las figuras. La escena silenciosa transmite serenidad y un mundo de intimidad y pequeñas cosas. El estilo de Cristóbal Ruiz apunta a las vanguardias que conoce en París en 1902 tras su formación en la Academia de San Fernando de Madrid. Sin comprometerse con lo más rupturista, reúne influencias de postimpresionistas, simbolistas, fauvistas y expresionistas. El eco de todo ello permanece en la dulzura de esta bella escena.
Anselmo Guinea (1855-1906). Gente, 1904. Óleo sobre lienzo. Aportación de la Diputación Foral de Bizkaia en 1921
Un grupo de mujeres rodea a una niña que da la mano a una de ellas, posiblemente una criada. Distraídas con coqueteos o chismorreos, están ajenas a la pequeña, que mira de frente con estupor y expresión inocente mientras se lleva unas uvas a la boca. Todo parece estar en movimiento en esta escena ambientada en un puente de Roma al atardecer, cuando la luz del sol se mezcla con la de las farolas. La obra refleja la evolución que Anselmo Guinea experimentó por influencia del impresionismo, su plena madurez y la síntesis de sus preocupaciones: temas costumbristas y anecdóticos presentados con cierta ironía, un colorido personal y un tratamiento preciso del dibujo.
Benito Barrueta (1873-1953). Retrato de una niña o Carmenchu. Óleo sobre lienzo. Adquirido en 1962
Este delicado retrato infantil de medio cuerpo revela la profunda admiración de Barrueta por Velázquez. La pincelada suelta, los contornos algo imprecisos y los rasgos ligeramente esbozados crean una imagen etérea y melancólica, característica de los retratos y las escenas de interiores del autor. Discípulo de Antonio María Lecuona en Bilbao, Barrueta viajó a París en 1900 gracias a una beca otorgada por el Ayuntamiento de Bermeo, su ciudad natal. Allí se instaló en el Bateau-Lavoir, un edificio habitado por artistas de vanguardia. A su regreso a Bermeo por el estallido de la Primera Guerra Mundial, ocupó la cátedra de Dibujo en la Escuela de Náutica y en la Escuela de Artes y Oficios.
Antonio María Esquivel (1806-1857). Retrato de dos niñas en un paisaje, 1831. Óleo sobre lienzo. Adquirido en 1987
Dos encantadoras niñas, posiblemente gemelas, posan con hermosos vestidos de corte imperio. Una de ellas acaricia un perro y la otra sostiene un pajarillo atado con una cuerda a sus dedos, mascotas asociadas a la fidelidad y la alegría. La estética de la pintura, un tanto afectada y pretenciosa, refleja el mundo burgués que Esquivel plasmó con gran efectividad en numerosos retratos. El artista comenzó sus estudios en la Academia de Bellas Artes de Sevilla y fue nombrado académico de San Fernando en Madrid, donde impartió clases de anatomía artística. A punto de perder la vista, sus colegas y algunos poetas sufragaron un costoso tratamiento que le permitió recuperarla.
Taller de Blasco de Grañén (1422-1459). Presentación de la Virgen en el Templo, c. 1437-1445. Temple sobre tabla. Adquirido en 1999
San Joaquín y santa Ana ofrecen a su hija María al Señor, según el relato de los Evangelios apócrifos. Es recibida por el sacerdote Zacarías en lo alto de una escalinata de exactamente quince peldaños. La pintura formó parte de un retablo dedicado a la vida de la Virgen del cual el museo conserva otras cinco escenas. El autor ambienta el suceso en una bella arquitectura tratada con vistosos colores planos al temple y una perspectiva intuitiva. Por su estilo, que comienza a apuntar al gótico internacional, se adscribe al taller de Blasco de Grañén, uno de los más prolíficos de la escuela aragonesa en el segundo cuarto del siglo XV.
Felipe Manterola (1885-1977). Composición de buitre con niño, c. 1904-1936. Gelatinobromuro de plata sobre papel
Producción propia a partir del cliché original perteneciente a la familia del artista en 1983 La escena representada en este montaje fotográfico remite a los temores del inconsciente colectivo: miedo primigenio a caer procedente de cuando habitábamos en los árboles o miedo a la muerte, representada en el ave carroñera. Es una imagen propia de los terrores nocturnos infantiles y alude acaso a la niñez perdida –quizá robada–, como un momento de la existencia que jamás retorna. Felipe Manterola, natural de Zeanuri (Bizkaia), reflejó en una extensa colección de fotografías la sociedad rural de su entorno, que en ese momento experimentaba un importante proceso de cambio. Entre los paisajes, los retratos de grupo y las escenas costumbristas de fiestas y de niños jugando, dejó esta insólita imagen.
Antonio de Guezala (1889-1956). Julio Guezala y sus amigos en la playa de Bakio, c. 1925. Gelatinobromuro de plata sobre papel
Producción propia a partir del cliché original perteneciente a la familia del artista en 1992 Guezala fue un artista de gran libertad creativa gracias a su desahogada posición social. Más conocido por su labor como pintor y diseñador, desarrolló un importante trabajo fotográfico mostrando su entorno familiar y paisajístico. En esta imagen, capta a su hijo con amigos a la orilla del mar. El agua traída por las olas queda estancada y actúa a modo de espejo. El efecto duplicado, el tipo de composición, el cuidado formal y el fondo desenfocado –recurso con el que a menudo juega el autor– singularizan la propuesta artística, que trasciende el mero recuerdo fotográfico. Esta conmovedora instantánea representa la infancia feliz, que juega al aire libre en animada camaradería.
José Benito Bikandi (1894-1958). Sorca (Nena vasca), c. 1926. Óleo sobre lienzo. Adquirido en 1926
Sentada con recato infantil en un asiento reclinatorio de enea que se ajusta mejor a su tamaño que la silla que se observa a la izquierda, la niña nos mira con humildad e indefensión. El vibrante colorido recuerda al estilo fauvista, mientras que la pincelada suelta acerca la obra al expresionismo. Bikandi estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Bilbao bajo la influencia de Ignacio Zuloaga y continuó su formación en Madrid, París y Roma gracias a una beca de la Diputación de Bizkaia. En 1926 se estableció en Argentina, donde alcanzó un gran prestigio. Obtuvo la Medalla de Oro en la Exposición Internacional de París en 1937. En la década de 1950 protagonizó una intensa actividad expositiva por toda Europa.
Gustave Doré (1832-1883). Los vagabundos, c. 1868-1869. Óleo sobre lienzo. Adquirido en 2020
En la década de 1860 los artistas franceses sintieron gran atracción por todo lo español, considerado entonces exótico. Reflejo de aquella moda es esta obra en la que la visión enaltecida de los personajes, con porte erguido y casi orgulloso, no evita que los niños sean presentados como víctimas de un entorno marginal. Gustave Doré, reconocido principalmente por su trabajo como ilustrador, publicó su primera litografía a los 15 años y fue extraordinariamente prolífico. Fruto de su viaje a España en 1862 son una serie de ilustraciones que aparecieron en la revista de viajes Le tour du monde. En su pintura, caracterizada por los colores terrosos y la textura empastada, se detecta la influencia del Barroco español.
Anónimo italiano. Retrato de dama con niño, c. 1570-1580. Óleo sobre lienzo. Donación de don Óscar Alzaga Villaamil en 2021
La dama viste a la moda española de mediados del siglo XVI, con porte rígido y lujoso, y un impresionante aderezo de joyas. El niño luce un traje propio de las cortes europeas. Ambos componen este enigmático retrato doble cuyo estilo general apunta a un artista italiano. Entre los elementos que ayudan a reforzar el misterio, el ramillete de flores que ella ofrece al pequeño y el escritorio en el que este está encaramado. Este tipo de mueble con decoración de marquetería que representa arquitecturas en ruinas se realizaba en talleres alemanes. La alfombra, en cambio, corresponde a una manufactura de Alcaraz o Cuenca. Los personajes, que nos miran directamente, parecen enviarnos desde el pasado un mensaje aún por descifrar.
Vanessa Winship (1960). Bilbao, 2022. Imagen digital impresa sobre papel baritado
Esta obra es parte de un conjunto de setenta y ocho instantáneas encargadas en 2022 por Bilbao Metropoli-30 a tres fotógrafas internacionales con el fin de capturar la evolución de Bilbao y su área metropolitana en las últimas tres décadas. Se conmemoraba así el 30 aniversario de Ría de Hierro, un proyecto con el que seis fotógrafos documentaron el paisaje industrial, urbano y humano del entorno en la década de 1990. La perspectiva de Vanessa Winship se distingue por un enfoque no descriptivo que destaca el aspecto evocador y simbólico de las imágenes. En este caso, los juguetes alojados en un expositor, en su mayoría muñecos con apariencia de bebé muy realistas, sugieren reflexiones sobre los cambios de roles e identidades, en paralelo a la transformación urbanística de nuestro contexto.
Oskar Kokoschka (1886-1980). ¡Ayuda a los niños vascos!, 1937. Litografía en color sobre papel. Adquirido en 2012
Kokoschka, reconocido anarquista y antifascista, creó este cartel, cuyo boceto preparatorio también conserva el museo, para una campaña que pretendía recaudar fondos en Europa para los niños y niñas vascos afectados por la Guerra Civil. La escena de la izquierda recrea el bombardeo de Gernika a la vez que muestra el castillo checo de Hradcany en llamas, como premonición del ataque nazi a Checoslovaquia. A la derecha, se aprecia una serena vista de Praga. En primer plano, una mujer inspirada en Dolores Ibárruri sostiene a un niño en brazos y a otro de la mano, imagen de las víctimas inocentes que, reclutados como soldados, asesinados o mutilados, separados de sus familias y hogares, sufren las peores consecuencias de los conflictos bélicos.
John Davies (1946). Vista de niño, 1997-2001. Resina de poliéster y pintura. Adquirido en 2009
John Davies estudió pintura en las escuelas superiores de Arte de Hull y Manchester, y posteriormente en Londres, en la Slade School of Fine Art. Sus primeras obras, influenciadas por el surrealismo, se relacionan con el teatro del absurdo. Posee una trayectoria profundamente personal pero siempre arraigada en la figuración. En ella destacan sus cajas escenario inspiradas en el teatro de marionetas y sus series de cabezas de diversos tamaños, algunas diminutas y otras, como esta, enormes. Sobre la superficie rugosa de la escultura, cuyo color blanquecino recuerda al yeso –aunque está realizada con resina y poliéster–, aparecen una serie de signos que guían nuestra mirada hacia la del personaje.
Darío de Regoyos (1857-1913). El baño en Rentería, 1900. Óleo sobre lienzo. Aportación del Ayuntamiento de Bilbao en 1913
Un grupo de niños desnudos se dispone a zambullirse en el río. La luz del atardecer envuelve sus cuerpos y les da un tono dorado que resalta en el paisaje. Los colores saturados y las sombras recrean la atmósfera de una tarde plena de alegría y travesuras, típica de los interminables veranos de vacaciones escolares. En 1900, Regoyos, instalado en Irun (Gipuzkoa), capturó esta escena durante una excursión a Errenteria con su experiencia impresionista, utilizando la técnica puntillista para destacar la importancia de la luz. Desde la loma que domina el río, plasmó esta maravillosa expresión de libertad y conexión con la naturaleza.
Mary Cassatt (1844-1926). Mujer sentada con un niño en brazos, c. 1890. Óleo sobre lienzo. Aportación de la Diputación Foral de Bizkaia en 1920
Los blancos en infinidad de matices, el color rosado de la piel del niño y la actitud de este, que recién salido del baño se recuesta en la mujer tocando el respaldo de la silla en un abrazo, transmiten una atmósfera de intimidad, serenidad y frescura. Esta cautivadora pintura es buen ejemplo de la exquisita habilidad de la artista para sugerir sensaciones olfativas y táctiles, así como sentimientos de afecto y apego. La imagen evoca la seguridad que nos proporcionan las conexiones emocionales de nuestros primeros años. Mary Cassatt fue una de las pocas artistas mujeres que, a pesar de los prejuicios de la época, brilló con luz propia entre sus colegas impresionistas.
Carlos Sáenz de Tejada (1897-1958). La niña triste, 1921. Óleo y carboncillo sobre lienzo. Comodato de la Diputación Foral de Bizkaia en 1999
La escasez de materia de la pintura, que incluso deja el dibujo a la vista, da como resultado una imagen etérea. El suave colorido, en una gama de grises con un tenue matiz azulado, contribuye a crear una atmósfera de gran melancolía y conmovedora aflicción, reforzada por la posición laxa de la niña, con la espalda encorvada, la cabeza inclinada hacia abajo y las piernas desmadejadas. Sáenz de Tejada inició su carrera como ilustrador en diversas publicaciones de moda y más tarde trabajó para el Servicio de Prensa del Ejército Nacional durante la Guerra Civil. Realizó numerosos murales en edificios públicos y fue profesor en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Madrid.
Gabriel Cualladó (1925-2003). Miguel Ángel, 1959. Gelatinobromuro de plata sobre papel baritado. Donación del artista en 1985
Cualladó trabajó en el campo en su adolescencia y después en la empresa de transportes de su tío en Madrid. Su formación artística autodidacta –él mismo se consideraba un aficionado– le concedió la libertad creativa que le convirtió en uno de los renovadores de la fotografía española en la segunda mitad del siglo XX. Fue coleccionista y uno de los primeros promotores del reconocimiento de esta disciplina como género artístico. En 1994 recibió el Premio Nacional de Fotografía. Retrató a su círculo más próximo de familiares y amigos, como en esta imagen en la que un muchacho posa con desenfado en un momento de asueto, durante la merienda. Está captado con una luz que lo destaca contra el fondo ajardinado.
Henri Lebasque (1865-1937). El préstamo de la Paz, 1917. Litografía en color sobre papel. Donación de colección particular en 2013
Con el fin de financiar los gastos que generaba la guerra, en la década de 1910 el gobierno francés emitió una serie de bonos que se mantuvieron después del armisticio para respaldar la reconstrucción del país. Este cartel de Lebasque fue utilizado para su promoción. Al fondo, un grupo de hombres se dedica a la reparación material, mientras que una mujer en primer plano amamanta a su bebé acompañada de su hija. Esta última imagen, símbolo de la repoblación, coincide con las políticas de fomento de la natalidad que en aquel momento impulsaba el Estado. Discípulo de Léon Bonnat, Lebasque se instaló en París en 1886 y allí se relacionó con los impresionistas. Junto con Matisse, estableció el Salón de Otoño en 1903.
Ricard Canals (1876-1931). Retrato de la esposa del pintor y de su hijo Ricardo, c. 1918. Óleo sobre lienzo. Aportación de la Diputación Foral de Bizkaia en 1920
Benedetta Bianco conoció a Ricard Canals en París, donde era modelo de artistas como Degas y Picasso. Este último, amigo de juventud del pintor, fue el padrino de su hijo Octavi. Canals había estado en contacto en Barcelona con artistas noucentistas como Nonell y Mir, y llegó a la capital francesa en 1897. Retrató a su esposa y su hijo Ricardo, con un notable parecido físico y mirada penetrante, en esta pintura que es un compendio de referencias a la retratística española: desde Velázquez en el uso del color hasta Goya por el modo de expresar la relación maternofilial. La imagen subraya el apego y la seguridad que experimenta el niño abrazado y asido por su madre en una etapa de la vida que apunta ya a la adolescencia.