Esta exposición se centra en la obra temprana del pintor Juan Luis Goenaga (San Sebastián, 1950-Madrid, 2024), recientemente fallecido. Trata un breve periodo de experimentación creativa a comienzos de los años setenta en el que el artista -con apenas 20 años- encuentra una poderosa fuente de inspiración para su obra en la abstracción de los valores de la naturaleza y el paisaje vascos.
Comisariada por el historiador Mikel Letxundi (Departamento de Archivo y Documentación del museo), autor de la gran monografía sobre el artista publicada en 2018, la exposición Juan Luis Goenaga. Alkiza, 1971-1976 reúne obras de este periodo realizadas en diversas técnicas y, a menudo, con un carácter experimental: óleo, esmalte, cera, tinta, gouache y acuarela aplicados sobre lienzo o papel; cajas objetuales y fotografías, en unos casos de elementos vegetales y en otros, imágenes con las que documentaba las intervenciones land art de pequeño formato que el artista hacía durante sus salidas inmersivas en el bosque.
El centenar de obras de la exposición es también representativo de las distintas series en las que Goenaga organizó su producción de estos años: Itzalak (sombras), 1972-1973; Belarrak (hierbas), 1973; Larruak (pieles) y Hari-matazak (madejas), 1974; Sustraiak (raíces), 1974-1976 y Marroiak (marrones), 1976 y Kataratak (cataratas), 1976.
En cuanto a la procedencia, gran parte de las obras pertenecen a la colección del artista, a la que se han sumado colecciones particulares de Gipuzkoa y Bizkaia y museos e instituciones vascas: Museo de Bellas Artes de Bilbao, Museo de Arte Contemporáneo del País Vasco Artium Museoa, Museo San Telmo, Fundación Kutxa y Colección BBVA.
Juan Luis Goenaga colaboró estrechamente con el museo -junto con sus hijos Bárbara y Telmo- durante la preparación de la exposición que, de forma inesperada, se ha convertido en un homenaje al pintor vasco, fallecido el pasado 13 de agosto.
La muestra cuenta con el apoyo de Petronor, miembro del Patronato de la Fundación Museo de Bellas artes de Bilbao.
Exposición Juan Luis Goenaga. Alkiza, 1971-1976
Como en otros artistas vascos de distintas generaciones -de Oteiza a Mendiburu- y activos en esos años, la orografía, la vegetación, la mitología, la etnografía y el legado de la prehistoria vasca ejercerán en Goenaga una enorme fascinación.
Él interiorizó todos estos elementos para incorporarlos a sus intereses creativos como una seña de identidad. Será especialmente expresiva durante un breve periodo de tiempo tras instalar, a comienzos de la década de los setenta, su casa-taller en el caserío de Otsamendi en la pequeña localidad de Alkiza (Gipuzkoa). Un paisaje húmedo de terrenos calizos, arroyos y bosques con la herencia de la vida tradicional de caseríos, molinos y ferrerías, en el que Goenaga encontró un mundo primigenio y un apego a la tierra que ejercería en su obra una impronta duradera.
Desde ese momento, y a lo largo de seis años, la naturaleza será el tema principal de sus obras hasta que en 1977 se produce un cambio que incorpora la figuración con una materialidad más densa y colorista. A partir de entonces alternará ambos lenguajes en un estilo propio y sin concesiones.
La pintura de este primer periodo de búsqueda y definición de Goenaga tiene un carácter empírico que se refleja en todas sus manifestaciones creativas. Las fotografías en blanco y negro de hojarascas, ramas y hierbas adquieren el carácter de los pioneros de la fotografía científica al usar un primerísimo primer plano que, como un microscopio, capta detalles de luz y textura. En otras imágenes, documenta sus composiciones de surcos y alineaciones de piedras y palos que, en plena naturaleza y como pequeños monumentos, evocan vestigios y signos de la primera humanidad. Un land art en el que Goenaga traduce las lecturas de Pío Baroja, el padre José Miguel de Barandiarán y Jorge Oteiza, que le conectan con el animismo vasco y los enigmas ancestrales. Las cajas de madera y cristal que elabora con los restos fragmentarios de útiles domésticos y de labor tradicionales que encuentra en sus excusiones por el monte Ernio tienen también ese carácter animista y memorial.
La elección de colores terrosos, verdes o grisáceos conecta también con esta visión ascética y esencial de la naturaleza y Goenaga los aplica en composiciones casi monocromas de elementos de figuración mínima. Hierbas y ramas que se suceden en una reiteración obsesiva hasta cubrir enteramente la superficie del lienzo o papel como un mantra visual.
Al final de este periodo, Goenaga introducirá una nueva energía en su obra que dará paso a imágenes rojizas con las que cierra su particular historia natural de estos años.
Juan Luis Goenaga (San Sebastián, 1950-Madrid, 2024), de formación autodidacta, se inició en la pintura y el dibujo a edad muy temprana en su ciudad natal, primero con los pintores Julián Ugarte y José Camps, después en la Asociación Artística de Guipúzcoa y más tarde en relación con las propuestas artísticas renovadoras de los grupos Ur y Gaur (1965). Entre 1968 y 1969 viajó a Madrid, París y Roma, y residió por un tiempo en Barcelona, donde aprendió grabado en el Conservatorio de las Artes del Libro y estudió brevemente en la Escuela de Bellas Artes de San Jorge.
Regresó a San Sebastián decidido a aprender por su cuenta y en 1969 se estableció en Alkiza (Gipuzkoa), un enclave rural en el que trabajó aislado durante los años setenta, en contacto permanente con el paisaje que le rodeaba. Allí, la representación de elementos reales, como hierbas, ramas o raíces que encontraba en sus paseos, le permitió crear imágenes insólitas y de gran fuerza poética y telúrica, como las series de pinturas Itzalak (sombras), 1972-1973; Larruak (pieles) y Hari-matazak (madejas), 1974 o Sustraiak (raíces), 1974-1976.
Las referencias a la naturaleza y a lo primitivo fueron en esos años un elemento característico de su práctica artística, que no se limitó solo a la pintura, sino que se desarrolló también a través de la fotografía -entre 1971 y 1972 realizó, en calzadas y parajes apartados del monte Ernio, un importante conjunto de tomas rápidas e instantáneas que constituyen pioneros trabajos de land art– o mediante la construcción de objetos escultóricos. Algunas de estas obras, acompañadas de pinturas, se expusieron en 1973 en las Salas Municipales de Cultura de Durango (Bizkaia). Pocos meses antes había tenido lugar la primera exposición individual de Goenaga, celebrada en el Museo San Telmo de San Sebastián.
Tras estas presentaciones vivió un intenso periodo expositivo, con individuales en Bilbao (Lúzaro, 1974 y 1977; Arteta, 1977), San Sebastián (El Pez, 1974 y 1979; Galería B, 1976), Vitoria-Gasteiz (Eder Arte, 1976) o Madrid (Iolas-Velasco, 1976). En 1978 el Museo de Bellas Artes de Bilbao acogió una importante exposición de su trabajo.
Un año antes el museo había adquirido su primera obra al artista: Raíces (1976). A esta pieza se irían sumando posteriormente, bien por compra –Sin título (1976)–, bien por donación –dos pinturas: Sin título (1975) y Sin título (c. 1975); así como un dibujo y dos trabajos fotográficos procedentes de la galería Lúzaro-, otros ejemplos fundamentales del trabajo llevado a cabo por Goenaga en esos años. En 2022 se amplió su representación en el museo con la adquisición de un álbum fotográfico con 59 fotografías de 1971-1973.
A principios de los años ochenta Goenaga viajó a Alemania y acusó la influencia del neoexpresionismo alemán, ya latente en su obra anterior (series Antropomorfos y Andróginos), y de la transvanguardia italiana. Comenzó a aplicar al lienzo la materia pictórica, gruesa y muy empastada, con una intensa gestualidad. En esa época recuperó también la figura humana y realizó una obra figurativa con personajes y lugares urbanos. En 1980 había vuelto a establecerse por un tiempo en San Sebastián, aunque regresó a Alkiza tres años después.
Su trabajo fue entonces objeto de importantes reconocimientos públicos, como el primer premio, ex aequo con Zumeta, de la I Bienal Donostia de Pintura, en 1985, o el primer premio de pintura del certamen Gure Artea, organizado por el Gobierno Vasco, en 1987. Además, celebró importantes exposiciones individuales en Madrid (1986 y 1989), Nueva York (1987) y París (1985 y 1988), ciudad esta última donde trabajó largas temporadas hasta 1990.
La serie Arkeolojiak (Arqueologías, 1991) supuso su retorno a las imágenes atávicas y mitológicas y a una obra que revisaba la naturaleza y lo mágico, un camino que se prolongó durante los años posteriores al cambio de siglo y que se desarrolló a través de pinturas, pero también de notables trabajos sobre papel.
Algunas de estas piezas pudieron verse por primera vez en la exposición retrospectiva que le dedicó el Palacio Aranburu de Tolosa (Gipuzkoa) en 1999. El Koldo Mitxelena Kulturunea de San Sebastián había organizado cuatro años antes una primera antológica de sus obras fechadas entre 1969 y 1995, comisariada por Edorta Kortadi y acompañada de un catálogo en el que se publicaron textos de Juan Manuel Bonet, Mª José Aranzasti, Maya Aguiriano y Xabier Sáenz de Gorbea. Desde las páginas del diario Deia, este último dedicó al pintor diversos textos críticos de interés en distintas etapas de su trayectoria. Otras exposiciones importantes fueron la celebrada en la Fundación Vital de Vitoria-Gasteiz (2017) y en la Sala Kubo Kutxa de San Sebastián (2020), esta última a cargo del historiador Mikel Lertxundi Galiana, autor de la última gran monografía sobre el trabajo de Juan Luis Goenaga (San Sebastián, Nerea, 2018).
En diciembre de 2022 el Museo de Bellas Artes de Bilbao le concedió el Premio Xabier Sáenz de Gorbea a la dedicación artística.
(Texto por Miriam Alzuri Milanés. Conservadora de Arte Moderno y Contemporáneo)