Desde la cumbre del monte Carmelo y al amanecer hay a veces ocasión de ver surgir una ciudad desconocida bajo la niebla, distante, casi como soñada: jirones de neblina y tardas sombras nocturnas flotan todavía sobre ella como el asqueroso polvo que nubla nuestra vista al despertar de los sueños, y sólo más tarde, solemnemente, como si en el cielo se descorriera una gran cortina, empieza a crecer en alguna parte una luz cruda que de pronto cae esquinada, rebota en el Mediterráneo y viene directamente a la falda de la colina para estrellarse en los cristales de las ventanas y centellear en las latas de las chabolas.
(Últimas tardes con Teresa, Juan Marsé, 1965)
El joven Manolo "Pijoaparte", protagonista de la novela de Juan Marsé, pensaba en su novia Teresa —muy rica y de familia burguesa— mientras observaba la ciudad a sus pies sentado sobre la hierba del Parque Güell junto a la motocicleta que acababa de robar. Así lo describía Juan Marsé ambientando la novela en los inicios de los años 50's, cuando las chabolas (favela) cubrían el monte cobijando al 7% de los barceloneses1.
El Parque Guell y el llano de Barcelona están en la cara soleada del monte, en el sur. Tras las baterías antiaéreas también hay una cara norte, es el Carmelo oscuro donde apenas entra el sol. Este barrio creció durante los años 60's escalando la montaña con viviendas de dudosa calidad, convirtiendo el monte en un caos de escaleras y calles tortuosas sin servicios ni trasporte público. Aquí levantaron viviendas humildes para alojar a los nuevos inmigrantes españoles venidos de otras regiones, obreros manuales que construyeron los edificios de la ciudad moderna y trabajaron 12 horas diarias en industrias del metal (SEAT, Philips, Mercedes Benz, La Maquinista...) desarrollando la región.
Yo nací en la cara norte del Monte Carmelo, la cara oscura —donde el sol desea entrar pero no puede—, "el culo de Barcelona", así lo bautizaron los allí residentes. A finales de los 60's, quince años después de la novela, eran mis años mozos, mi adolescencia. Yo también ascendía a la montaña. Subíamos los sábados por la tarde en invierno y casi todas las tardes de verano hasta la puesta de sol con amigos, cada pareja con la suya, yo con mi novieta Teresa -yo también tuve una Teresa, pero no burguesa como la de Pijoaparte, la mía era tan pobre como yo.
Mi Teresa trabajaba de aprendiza en una peluquería para ricos en el centro de la ciudad, bajaba y subía el monte cada día andando; algunas tardes paseábamos juntos cogidos de la mano, éramos adolescentes. Vivíamos bajo la dictadura religiosa y franquista con muchas restricciones. El ascenso era duro por escalones rotos y senderos perdidos, pero sin barreras ni obstáculos añadidos; cuanto más subíamos más libres nos sentíamos: al llegar a la cima respirábamos el aire fresco, aire de libertad. Desde arriba veíamos el mundo a 360º: nuestro humilde barrio cerca, la ciudad burguesa lejos y soleada. Cerrábamos los ojos y soñábamos una vida mejor. En lo más alto, en las Baterías del Monte Carmelo, en aquel lugar romántico saltaban besos y roces y algún revolcón "cada oveja con su pareja". Disfrutábamos aires de libertad igual como hicieron Manolo y Lola o Bernardo y Rosa en la novela de Juan Marsé.
Llegaron las olimpiadas de Barcelona'92, limpiaron la ciudad, derribaron las chabolas (barracas). Trasladaron a sus habitantes a la periferia, a edificios con viviendas de 40m2 para albergar a familias de tres generaciones, pequeñas pero nuevas y dignas con dos dormitorios, cuarto de baño, agua potable, electricidad, cocina, ascensor. Hubo una autoridad pública "progre" que deseó borrar también todas las viviendas del Carmelo incluida mi casa, igual que ahora hacen en Gaza; hoy, 30 años después siguen con la misma: ahora quieren derribar 300 casas más, pero los vecinos resisten.
—Nos han quitado el aire, la libertad, las puestas de sol. Estamos peor que antes —me dice Manolo que tiene allí su casa y la de su hijo durante más de 70 años.
Los domingos de primavera yo subía con mi hijita a pie trepando por la montaña. Vuelvo muchas veces con mis amigos forasteros (y algunos locales) para que vean desde arriba las dos caras: la ciudad soleada y la cara oscura.
Hoy, 70 años después, el espíritu de Pijoaparte asoma de nuevo desde lo alto de la Montaña Pelada. Asoma y observa a los grupos de turistas jóvenes que llegan hasta las baterías antiaéreas del Carmelo buscando las mejores vistas sobre la ciudad. Desde aquí es fácil imaginar el rumor de los aviones fascistas que bombardearon Barcelona 200 veces en 19372 y el olor a carne humana quemada, y el terror de los misiles que siguen cayendo ahora sobre Ucrania, Líbano, Siria, Palestina...
Los turistas low cost llegan orientados por blogs de viajes y quizás alguno recuerde las novelas allí ambientadas; pero las reseñas de viajes solo hablan del objeto o del lugar, de la "cara bonita", olvidan las manos que lo han construido y marginan a las personas que allí habitan. Han llegado muy temprano en transporte público guiados por el GPS de su teléfono "inteligente" para recrearse en un espectáculo único: el amanecer desde lo alto con la ciudad a sus pies y el Mar Mediterráneo azul al fondo. Lo siento por ellos. Pronto han encontrado a 4 policías que custodian el paso con cara de pocos amigos; luego han llegado hasta las rejas de gruesos barrotes que cierran la entrada. Son los barrotes añadidos por la alcaldesa, para que los turistas no suban y descubran la "otra cara" de la ciudad, la cara oscura, el culo de Barcelona; son los barrotes de quienes sueñan con poner muros al tiempo, a la memoria.
¿Qué ver allí?
Allí quedan los restos de un poblado ibérico construido entre VII y IV a.C. y los búnkers donde colocaron 4 baterías durante la Guerra civil española (1936-1939). Exhiben un audiovisual (solamente los miércoles por la mañana) donde narra la función de los cañones y la vida de los 70 soldados que vivían allí. Antes íbamos para contemplar el amanecer o la puesta de sol, ahora han cerrado el acceso durante las horas mejores. Ahora vamos para contemplar la ciudad en 360º, las dos caras. La cara norte sigue allí, en la sombra, con las viviendas muy humildes antes habitadas por inmigrantes españoles, ahora por inmigrantes ecuatorianos, bolivianos, hispanoamericanos, obreros en la construcción, camareros, cuidadoras de ancianos, limpiadoras...
El Monte Carmelo es más que una montaña pelada, es un mirador para observar la ciudad en 360º desde el mar hasta los barrios pobres, habitado desde 500 años antes de Cristo hasta nuestros días, y muestra la lucha de muchos por preservar los hogares, el patrimonio cultural y la memoria histórica frente a las autoridades que desean borrarla para imponer otra visión "políticamente correcta". A pesar de todo, ¡El norte también existe!
Llegar
Horario oficial: de 9 a 17.30h.3. La alcaldesa -denominada progresista y de izquierdas- restringió el horario justo para que los turistas no puedan disfrutar ni del amanecer ni de la puesta de sol, para que los turistas low cost no suban y descubran "la otra cara".
Agua y bebidas: Atención, cerca de la parada de autobuses está el último lugar donde encontrar agua. Es preferible llevarla en la mochila antes de iniciar el viaje o comprarla en los comercios que hay en la siguiente esquina (en la cara oscura). Hay una fuente pública con agua potable bajando de las baterías hacia el sureste por la calle Marià Labernia justo en la última parada del bus 119.
En verano: las mejores horas para subir son después del amanecer o a media tarde, para evitar el calor en las hora de más sol. Recuerda que el ayuntamiento ha cerrado el acceso para que no goces del amanecer ni de la puesta de sol ni de la noche estrellada.
Transporte público: Bus 22, 24, 86, 119
Puedes visitar "las dos caras" con los autobuses 22, 86 y 119. El autobús 86, desde la estación de metro Horta-línea azul, sube por la cara norte, "la otra cara de la ciudad", el culo, atravesando el Carmelo. El bus 119 desde la estación de metro Penitentes-línea verde, sube por el Oeste y recorre las calles estrechas, tortuosas, con pendientes de vértigo, y la cresta oscura de las 3 montañas. El barrio del Carmelo es el segundo barrio más pobre de Barcelona, el barrio vetado para que no salga nunca en TV; es el barrio que los "progres" y las autoridades no quieren que el turista descubra. Desde el Parque Guell: se puede subir caminando o en bus 24.
¡El norte también existe!
Notas
1 Museo de historia de Barcelona.
2 Cataluña bombardeada.
3 Barracas. La ciudad olvidada.