Llegar, tras dos horas de viaje, a un lugar de 42.500 hectáreas, declarado Reserva de la Biosfera por la UNESCO en el año 2000, hábitat de águilas, buitres, búhos, avutardas, zorros, gatos monteses, ginetas, anfibios y reptiles en un paisaje sorprendente que la naturaleza ha moldeado con paciencia cósmica durante millones de años, y apenas poder bajarte del coche.

Primera Jornada

Pasado un rato, le pedí por favor al conductor que parara para hacer unas fotos, ya que al resto de mis acompañantes no les llamaba la atención la maravilla que les circundaba. Incluso una de ellas permaneció sentada en el vehículo observando el teléfono mientras yo, intimidado por tanta belleza, de forma apresurada tomaba unas fotografías. Las fotos, al faltarme la tranquilidad necesaria, resultaron un pequeño desastre. Es una situación que sobrecoge.

Fue en las Bardenas Reales de Navarra.

Esto no es la España despoblada, esto es la España de las cabezas huecas.

Segunda jornada

Informo a mis compañeros de viaje de que voy a visitar el cementerio de Lloret de Mar, donde, proyectados por Joaquim Artau i Fàbregas, hay mausoleos de los arquitectos modernistas Puig i Cadafalch, Gallisà, Vicenç Artigas y Bonaventura Conill.

Al llegar, a primera vista, constato la diferencia social tan profunda que se produce en la vida y también en la muerte. La calle principal está reservada a los suntuosos panteones de los acaudalados indianos, algunos de ellos traficantes de esclavos. En las calles adyacentes, hay hipogeos y capillas de segunda y tercera categoría. Después, algo apartados, sencillos nichos en muros, hasta llegar, totalmente separado, casi oculto, al sobrecogedor recinto civil donde solo la madre tierra y las paredes blancas acogen, ellas sí con amor, a los no bautizados (incluidos niños): suicidas, masones, ateos, prostitutas, protestantes y demás almas en pena. Durante muchos años se denominaron «Los corralillos».

Al irme, esta mañana, me dijeron a modo de despedida: «¡Cómo te gustan los cementerios!». Deben de creer que soy devoto de Nuestra Señora de la Santa Muerte e ignoran que siempre tengo en cuenta una frase que vi pintada en una pared de la universidad:

Para historias, la Historia.

Tercera jornada, visto en Telediario

Los heroicos y combativos militantes de sofá, que marchan en grupos por las Ramblas, van a la búsqueda del turista de base, ya que dicen que son poco menos que una especie invasora. Son aquellos que están ahorrando todo el año para disfrutar de unos días de vacaciones en Barcelona.

Estos valientes luchadores por el bienestar común enarbolan el original lema «Tourists go home» y los espantan con pistolitas de agua e insultos cuando están comiendo en las terrazas con sus familias. Edificantes escenas.

Son de parecido pelaje al de los que se burlan de las operadoras, u otros teletrabajadores, porque les molestan con sus llamadas. Estos revolucionarios de cafetín incluso instruyen en las redes sociales sobre cómo hacer mofa a los sufridos operarios a los que obligan sus jefes a estas tareas a cambio de, seguro, un mísero sueldo.

Conozco a alguno de estos héroes, a los cuales, además de afearles su proceder, les recuerdo que para estos casos existe la Lista Robinson. Además, personalmente, voy poniendo distancia hacia ellos.

Los capos de las mafias turísticas y los directores de las grandes corporaciones, tan contentos y tranquilos. A ellos nunca se les molesta.

Cuarta jornada

Entrar en la iglesia ortodoxa de Altea es entrar en una especie de cuento siberiano del siglo XVII, trasplantado entre pinos mediterráneos.
Descubrir en ella elementos tan cercanos a los de las iglesias católicas y, a la vez, tan alejados. Elementos que se repiten en otras iglesias ortodoxas tales como el iconostasio, la ausencia de imágenes, los diferentes recintos donde se celebran las ceremonias. Disfrutar de enigmáticos iconos y descubrir fascinado que las perspectivas pictóricas son distintas a la que se usan en occidente; por aquí no pasó el Renacimiento. Es un mensaje perenne que, aseguran, no precisa cambios.

Estas figuras hieráticas —especialmente interesantes; a veces, inquietantes— nos transportan a través de la tradición bizantina y nos retrotraen al esplendor del Patriarcado de Constantinopla.

Pasa veloz el tiempo, con tantas cosas por descubrir y disfrutar. Marcho apenado y salgo a la luz cegadora de Levante. Mis compañeros de viaje hace rato que salieron de la iglesia. Se aburrían dentro. Están con mala cara: «Hace mucho que esperamos», me dicen. «¿Y para qué tanta prisa, jefe? No vamos a ninguna parte», le dijo Chico a Grucho Marx.

Quinta jornada, final del viaje

¡La Unión! Evocar este nombre es volver a un pasado minero de muchos siglos. Sería presuntuoso e innecesario, por mi parte, hablar de su importancia. Solo indicaré que fue la mayor exportadora de plata y plomo durante la época republicana del Imperio romano.

Tras un pasado esplendoroso, a principios del siglo XX los yacimientos ya daban señales de agotamiento, que se acentuaron tras la Primera Guerra Mundial; comenzaba un penoso declive económico y un acentuado éxodo de la población, que habían venido, sobre todo, de Andalucía oriental.

Esta migración de almerienses, jiennenses y granadinos llegados para trabajar en las minas de la localidad, contribuyó al singular carácter de la ciudad, afín a los lugares de donde procedían, con una especial influencia del cante jondo. Emergieron los llamados «Cantes de las Minas», tal y como se conocen hoy en día, surgidos del mestizaje entre los primitivos cantes que trajeron los mineros andaluces y los cantes autóctonos de la Sierra Minera de Cartagena-La Unión.

Ahora, cada mes de agosto, cerradas ya las minas hace décadas y transmutadas algunas en circuitos turísticos, se dan cita, en el antiguo mercado, un edificio modernista espectacular, artistas consagrados del cante, toque y baile flamenco, así como jóvenes promesas que ansían alcanzar la codiciada Lámpara Minera, uno de los trofeos de más prestigio que puede conseguirse en las distintas disciplinas de esta modalidad.

A esta población llegamos una mañana de septiembre con la idea de visitar la ciudad.

En estas sencillas crónicas, en cada trayecto he ido reflejando, al final, la impresión de mis acompañantes. En este caso, su estado de ánimo lo expresaré ahora: esta visita no fue desdeñada por el resto del grupo, como otras, pero tampoco puede decirse que les entusiasmara. Al menos no expresaron desagrado al concluir.

La mina que visitamos fue la llamada «Agrupa Vicenta». Al entrar y sumergirme en la oscuridad, no pude evitar cierto escalofrío pensando en la vida dura y peligrosa del trabajo aquí. Los obreros carecían de garantías laborales, tenían horarios irracionales y salarios miserables. Estaban expuestos a enfermedades irreversibles, como la silicosis, y había un gran porcentaje de heridos y muertos por la propia actividad minera.

Estando ya en la visita a la mina, ahora convertida en un agradable paseo, cuando llevábamos un rato en el interior, una muchacha del grupo pidió permiso al guía para cantar. Nos dijo que su abuelo había trabajado allí y que ella desde pequeña repetía las canciones que le había oído. Eran de La Carolina, pueblo, también, con profundas raíces mineras. Dijo que se llamaba Isabel.

Al comenzar, su voz cálida y rota sacudió el aire. Al instante, un vendaval, penetró en mí.

A la mujer del minero
se la puede llamar viuda
¡Qué amargo gana el dinero
quién se pasa el día
abriendo su sepultura!

Sonaba doliente la copla en sus labios; me llevó al espacio donde se agotan las luces y se desbordan los sentimientos. Su lamento cubrió las paredes.

No se asuste usted, señora,
que es un minero el que canta;
del humo de los barrenos
tengo rota la garganta.

¡Cantes de las minas! Tarantas, fandangos, mineras, levantinas o murcianas. Inundó mis ojos. ¿Cantaba o sublimaba las palabras? Isabel, de pueblo minero, aquella mañana, en Agrupa Vicenta, prendió una lámpara en cada rincón de mi asombro y, por un instante, oí el ruido de los martillos y las voces de los obreros por las galerías.

Cuando vuelvo de la mina
en la boca me da un beso
y el beso me sabe a gloria
revuelta con manganeso.