Habíamos quedado para las nueve de la mañana, pero finalmente arrancamos como a las once. Convengamos que Ari me mando mensaje más tarde de lo acordado, pero yo ni me había bañado. Así que, entre mate y mate, armé la mochila y con algunas cosas todavía en la mano, me subí al auto. Segunda parada: la casa de Ana. Cuatro: la panadería. Cinco: cargar nafta. Cincuenta y tres cosas después, estábamos ya en la autopista camino a San Pedro. Una ciudad con alma de pueblo que descansa sobre una parte del Paraná, a doscientos kilómetros más o menos de la ciudad de Buenos Aires. Es conocida por sus ensaimadas, una masa en forma de espiral rellena de dulce de leche o crema pastelera. San Pedro también es conocido por la Vuelta de Obligado, lugar donde ocurrió una de las tantas batallas épicas de esta increíble nación.
Abro paréntesis: es muy común la escapada de fin de semana a esta ciudad. Son riquísimos los mates mirando el Paraná. Para mí son más ricas las de pastelera. Cierro paréntesis.
Pero ese sábado íbamos por algo en particular: la décimo novena edición del Festival de Música Country de San Pedro. Sí, así como leyeron. Hace casi dos décadas se viene haciendo esta especie de Woodstock de tres días que revoluciona a San Pedro y al que nuestra amiga Puchi nos venía invitando hacía años, pero siempre por una cosa u otra, nunca coincidíamos fechas.
Pero esta vez sí y nos estaban esperando con su novia Lu con unas pizzas amasadas por ellas mismas.
Además, hacía tiempo que veníamos con ganas de armar un proyecto audiovisual así que decidimos que podíamos aprovechar este finde para filmar algo. Es por eso que, en esas tres horitas de viaje, hablamos con Ari y Ana de posibles entrevistas, pseudo guiones y planos. De fondo los redondos musicalizaban las primeras horas de la tarde.
Entre abrazos y pizzas, tratamos de diferenciar los gatos nuevos de nuestras amigas. Cada vez que hablamos o nos vemos, suman alguno. Ahora son seis: Pina, Moli, Marolia, Bebuchi, Nora y Leonor. Pero también, entre una cosa y otra, salió el tema de la china.
Toda la ciudad encerrada en un domo de fe y locura simultánea. San Pedro influenciada por la palabra de la china que envía mensajes a través de su aplicación con origen en Singapur.
La china que no obliga a nadie a entrar, que también hace donaciones. Que gracias a ella el Independencia Fútbol y el Mitre pudieron comprar camisetas. A otros les permitió irse de vacaciones, saldar deudas, comprarse una moto.
Todos los de papel prensa invirtieron, nos dice la Puchi mientras recambia el agua de los platitos de las gatas. No hay nadie que no haya puesto algo, remata Lu. ¿Se jugaron unos números ustedes? Son dos timberas.
Parece que viene fuerte desde febrero, todo el mundo poniendo mucha plata y levantando el triple. Que ya en los negocios te aceptan las criptomonedas de la china con Lemon Cash que es la billetera virtual. Que por lo general estas cosas duran dos meses. Estamos esperando a que reviente.
Las pizzas están buenísimas, un sol naranja entra por la ventana y nosotros no podemos entender como esta economía paralela tiene secuestrados a setenta mil habitantes desde el verano pasado.
Lu te investiga todo: la china tiene registrado su dominio desde julio como Rainbowex en .life (no es un .com o .net, dominios más conocidos, se supone que más confiables). Tampoco aparece en el Apple Store o el Play Store que se auditan con frecuencia. Es por estos motivos que al crearte un usuario te piden menos cosas, pero también significa que hay menos controles.
Compartimos un cigarrillo. Así que la gente empezó a habilitar los pagos directamente con la billetera virtual para comprar y vender. El de acá a la vuelta, fue uno de los primeros en invertir. La semana pasada le hizo el cumpleaños a la hija todo con estas cripto.
El mundo por momentos es una cosa extraña.
Pero no queremos que se nos vaya el sol, así que me saco una gatita de encima y cada uno pasa al baño. Llevamos los equipos por las dudas, pero hay más ganas de tomar fernet que de filmar.
El sol sigue naranja, más ameno y bajito. Se escuchan unos perros ladrando de fondo, yo estoy muy contenta de estar ahí. La Puchi cierra la reja con llave, emprendemos para el lado del río. Creo que no hicimos media cuadra que Ari sacó la cámara: apunta a una señora que va delante nuestro con un sombrero de vaquero. Una remera básica de tiritas negra y un jean azul. Cruzamos la canchita y doblamos a la izquierda junto a una pareja de sesentones. Él de bigote y anteojos, camisa y jean. Ella rubia pelo lacio, sombrero y camisa a cuadrillé que se unieron a la gran serpiente de personas que caminan por la ribera. Personas de todas las edades hermanadas en la procesión del rock and roll (declaraciones de los presentes). Se escuchan diferentes idiomas, pasan los autos con la música alta o tocando bocina.
La vista hacia adelante y atrás es un océano de sombreros colores tierra, anteojos de aviador, mucho jean, mucha bota, todas camisas.
Las escenas que se sucedían a medida que nos acercábamos al epicentro del fervor, eran muy variadas: adolescentes disfrazados de vaqueros. Familias enteras llevando reposeras y bolsos con mate. Hombres con pelos largos y mujeres con tachas. Las señoras con calzas y zapatillas de correr manteniendo su rutina de sábado por la tarde. Y nosotros que claramente no éramos de ahí con nuestros joggings y gorras por el sol. La música se empezaba a sentir. El escenario se dejaba ver desde atrás.
Boluda, no agarré el repelente. Tampoco nos hizo falta: no había lugar para mosquitos. Los rayos de luz que quedaban, dejaban ver las partículas de tierra levantadas en el aire por las patadas que daba la gente al ritmo de la música. Ante nuestros ojos se desplegaba lo que nos explicarían como el Line Dance: un tipo de baile donde las personas bailan individualmente y alineadas haciendo los mismos pasos. Ari también lo filmó.
Ya con el fernet en la mano, fuimos recorriendo entre los árboles, entre los bailes, entre las reposeras.
Pero nosotros seguimos hasta llegar a la feria. Lu se encontró con un amigo, la Puchi y Ari se probaron sombreros como en una buena escena de peli romántica protagonizada por Hugh Grant. Con Ana nos detuvimos en lo que conoceríamos como “Boop”, el puesto con las mejores botas del país. Oriundos de La Plata, tenían expuestos los mejores cueros teñidos y no teñidos, botas de caña corta y larga. Pero mis favoritos eran unas botas de sirenas cromadas de un arcoíris espectacular. Todo italiano de primerísima y excelentísima calidad porque eso acá no hay. Si sonreímos fue para no pelear. Ari aparece y se nos cuelga de los hombros: estuve a nada de comprarme un sombrero.
Los vasos de fernet se rellenaban, las idas al baño se multiplicaron y también bailamos. Desde el escenario, preguntaron si había algún sheriff cerca para decirle a Carlos que es un buchón. La cosa se descontroló un toque, pero volvió todo a la normalidad en el siguiente tema de la mano de Creedence. El bajista tenía una remera en apoyo a los jubilados.
Pero la verdadera sorpresa iba a llegar el domingo a las tres de la tarde con la primera presentación de Kukato en los escenarios habiendo cumplido ya su condena en la cárcel.
Para ese momento, habíamos tomado muchísima agua para volver de la resaca. También habíamos probado (y aprobado) los excelentes choris de la feria. Y entre la tierra y la música, buscábamos víctimas para nuestras entrevistas.
Mis amigas se sorprendieron, a diferencia de otros concurrentes que claramente estaban esperando el momento. A este lo metieron preso por vender merca, lo acusaban de tener una banda, pero parece que no. El presentador pidió un aplauso para los hermanos Perkins de Baradero y la cruzada Carmesí. Le dieron la domiciliaria y abrió una parrilla en su casa. Ahora también cría palomas mensajeras. Kukato dice que ahora tiene energías, también algo del poder de dios y nos pide que nos agarremos de las manos. Suena una canción de Lennon.
Después de media hora, vuelve el country y el Line Dance es muchísimo más concurrido. Noto que hay grupos de mujeres (no vi de hombres) con remeras como si fuesen del mismo club, pero con palabras como “Alabama”, “Missouri” y “Texas” escritas en cursiva. También hay alguna que otra bandera yanki, por suerte ninguna de la confederación. De todas maneras, en este contexto me siguen pareciendo un montón. En todas las fotos, se ponen con las manos agarrándose el cinturón o la hebilla. Me hace acordar a cuando mi vieja me retaba por sacar la lengua en todas y cada una de las fotos cuando era adolescente.
Pero sería injusta si digo que el escenario completo era este. Lo que más predomina son las familias y las reposeras. También había mucho rolinga de la vieja escuela. Esos rolingas que ya no se consiguen. Dimos con Sandra y Marcelo de Varela. Dicen que las parejas que se conocen en los boliches no duran nada (se ríen orgullosos). Sandra agrega que se conocen desde los catorce, a todos lados bailando rock. Pasan los cincuenta, tienen dos hijos.
También están los performáticos como el caso de Woody. Un bailarín y actor que nos mira de reojo porque también lo miramos: nosotros queremos un personaje y él quiere una entrevista. Resultó ser de Almagro, había vivido muchos años en una ciudad de Estados Unidos con su amigo donde se enamoró del country y jamás lo abandonó. Por eso se viste de Woody, además de tener un mini Woody cosido al pantalón. Cajas chinas de Woodys. También, está la pareja pin-up combinados por el fucsia y negro. Cada vez que ella mueve su cabeza al ritmo de la música, también mueve sus aros en forma de botas tejanas.
Hay reuniones de hombres peludos y con caras de malos charlando sentados en sus motos. Pero como los metaleros, en su mayoría pasa que las pintas satánicas cubren, en realidad, un corazón de dulce de leche. Nos contaron que venían de Campana, que ni idea el country, pero qué a fondo con las motos. Todos los años se encontraban acá y en el encuentro de motos en Las Flores, pero ahí era un viajecito más largo.
Hay dos niños que adoptaron una perrita y ahora se llama Mora. Las del equipo de Hockey del náutico festejan que ganaron. Las aesthetic de San Pedro combinan de manera extraña los colores lisos con los cueros y se sacan fotos. Con Ana aprovechamos una muy buena oferta en un pack de 6 vasos. En quince minutos, el muchacho vendió todo lo que tenía.
Antes del cierre de la última banda, pegamos la vuelta. Ya de noche, la Puchi y Lu nos acompañan en su motito a comprar unas empanadas a la 505. Después nos escoltan hasta la salida de San Pedro y nos saludamos sacando las manos por las ventanas del auto. Ana pone música desde su celu, ¿se acuerdan de este tema?
Al siguiente, la Puchi me manda un link por WhatsApp. En el programa de Duggan entrevistaron a Cecilio Salazar, el intendente de San Pedro que dice no poder hacer nada porque nadie denuncia, no hay con qué. Mientras tanto, la china está disgustada y manda un mensaje porque hay gente que no cree en las buenas intenciones, que obran para el mal, que hay que unirse y dar un mensaje positivo. ¡Creo que la verdad saldrá eventualmente a la luz!