Si alguna vez has sentido que tu vida se resume en trabajar sin tregua, te invito a que sigas leyendo. Quizás, como yo, te des cuenta de que soltar o renunciar no es rendirse, sino el primer paso para volver a tomar el control de tu vida.

Durante varios meses caí en el bajo mundo de la adicción al trabajo. Me sumergí en interminables jornadas laborales, impulsada por el miedo a no cumplir o quedar mal, en mi afán de satisfacer las expectativas de mis superiores, compañeros y stakeholders. Y en este punto no hablo de hacer horas extras en el trabajo debido a la falta de organización, sino a un problema de carga laboral.

Luego de un periodo prolongado viviendo la misma rutina día tras día, llegó el momento en el que mi cuerpo se vió obligado a hacerse escuchar para enviarme el mensaje que por tanto tiempo ignoré: una noche como cualquiera, aún gastando mi tiempo en temas laborales, rompí en llanto “sin razón alguna”; de esos llantos que asfixian y no permiten que entre aire a los pulmones, mi corazón latía a mil por hora como si hubiera acabado de correr una maratón y comencé a sentir escalofríos por todo el cuerpo.

Durante los siguientes días, mi apetito empezó a disminuir, no lograba descansar y levantarme de la cama para trabajar se había convertido en una gran hazaña. Las crisis de ansiedad se repitieron todos los días y tuve que pedir ayuda psicológica. Por más que lo intentaba, mi energía no me alcanzaba para pensar con claridad, no entendía lo que leía en los correos corporativos y no lograba seguir el hilo de las conversaciones en las reuniones. Había colapsado mentalmente.

La idea de buscar otras oportunidades laborales me tranquilizaba y me daba el impulso de seguir adelante. Me imaginaba una vida más tranquila, más conectada conmigo y con aquello que me hacía vibrar de verdad sin necesidad de sufrir tanto en el camino. En los pocos instantes que tenía para mí, aplicaba a otros cargos en diferentes empresas; me llamaron de varias para presentar entrevistas pero este empleo me consumía el tiempo y mi energía a tal punto que era imposible asistir a ellas y presentar procesos de selección. Buscar empleo mientras trabajaba allí, no era una opción, pero el miedo a saltar al vacío y no tener nada seguro al otro lado, me frenaba para tomar acción. Irme de ahí se me hacía muy difícil pero continuar allí, lo era aún más.

“Ya no puedo seguir así. Quiero renunciar”, fueron las palabras que le dije a mi líder mientras me acompañaba en una de mis tantas crisis. Luego de pronunciar esa poderosa y liberadora frase, sentí que por fin pude tomar el control de mi vida. Me eligí a mí por primera vez en mucho tiempo. Lo sentí extremadamente bien. Es como si al haber pronunciado cada letra de R-E-N-U-N-C-I-A-R, todo mi ser me hubiera abrazado con tanto orgullo que como muestra de agradecimiento, me ofrecía de nuevo la calma a mi cuerpo y mente y aire a mis pulmones.

Entendí que renunciar no era sinónimo de fracaso. Bueno, no en todos los casos. En esta situación, significaba renacer y darme la posibilidad de redireccionar mi camino. Me di cuenta que debía dejar de buscar validación externa para empezar a mirar hacia adentro y confiar más en mi instinto y mis habilidades.

Por supuesto que toda decisión tiene sus consecuencias, y en este punto me remito a una frase que llamó mi atención hace poco en alguna red social que decía: “Elige tu difícil”. Ahorrar es difícil, no ahorrar es difícil también. Ser organizado es difícil, no ser organizado también lo es. Permanecer en un empleo tóxico es difícil; renunciar a un trabajo tóxico, también es difícil. “Elige tu difícil”.

Elegir mi difícil no fue fácil, pero fue lo que necesitaba para asumir el control de mi vida y probarme de lo que era capaz de hacer por mi misma. La clave está, creo yo, en confiar y soltar, en no permitir que el miedo sea un paralizador y reconocer que soy la única responsable de mi situación actual. Las empresas, los líderes o los compañeros no son los culpables de nuestro malestar. Ya era hora de quitarme el papel de víctima y hacerme responsable de mi propia situación y de la solución.

Este nuevo camino comenzó el día en el que una crisis de ansiedad se transformó en mi despertar para priorizar mi bienestar. Nadie más pudo haberlo hecho por mí. Tomé la decisión de elegir mi paz, de honrarme y seguir adelante con valentía. Espero que estas palabras te inviten también a hacer de cada crisis una oportunidad para despertar y escucharte. Pero aún mejor, espero que no tengas que vivir este tipo de crisis para darte cuenta de ello. Donde te quiten la tranquilidad, ahí no es.

Si estás pasando por algo parecido, deseo compartirte, si me lo permites, algunos consejos que en lo personal me han ayudado en este camino:

  1. Organiza tus finanzas: diversifica tus ingresos y/o ahorra mensualmente un porcentaje de ellos. Aunque dicen que el dinero no da felicidad, no soy muy fan de este pensamiento, pues considero que aunque no es el principal motivo de la felicidad, te dará la tranquilidad y los medios para serlo.

  2. Sé una buena persona: trata con respeto y empatía a quienes te rodean. No sabes cuándo necesitarás el apoyo, compañía, referencias o recomendaciones de las personas con quienes trabajas para futuras oportunidades.

  3. Busca ayuda: conversa con personas que hayan pasado por lo mismo, apóyate de profesionales de la salud mental y sobre todo, de amigos y familiares que te impulsen a buscar soluciones y no que te carguen de (más) miedos.

  4. Ve lento pero seguro: date permiso de descansar, esto es un no negociable. Cuando recuperes tus fuerzas, empieza a asistir a eventos, conferencias o espacios que reúnan a personas y/o empresas con quienes te interesaría trabajar, o contáctalas por redes sociales para darte a conocer. Haz mucho networking pero no pierdas de vista tus hobbies, mantenerte activo y sentirte útil es esencial.

  5. Recuerda que somos mucho más que nuestro trabajo.

Para más información te invito a leer mi artículo “Sobreviviendo al desempleo”.