Hace muchos años se popularizó la frase “si una persona dice que llueve y otra que no, la labor del periodista no es dar voz a ambas, sino abrir la ventana y ver si está lloviendo”. Esta es una visión muy necesaria cuando hablamos de hechos concretos e irrefutables, pero ¿qué sucede cuando el tema que se toca tiene que ver con perspectivas, posturas y argumentos más personales? Allí, probablemente, el mejor trabajo sería darle voz a ambas visiones. Parece ser algo sencillo pero en la realidad, desde hace unos años, esto se ha vuelto cada vez más difícil.

Las redes sociales comenzaron a existir desde hace menos de 20 años, pero sustituyeron definitivamente a otros medios de comunicación para la mayoría de la población. Antes, las personas se informaban por la televisión, el periódico y la radio, que siempre tuvieron sesgos pero eran mucho más accesibles para poder tener una visión completa de la noticia con tan solo ver o leer un par de medios. Son masivos y su contenido está dirigido a públicos amplios y generales.

¿Qué empezó a suceder hace algunos años? Las redes sociales empezaron a mejorar sus algoritmos. Esto permitió mostrarle a cada usuario un contenido más personalizado y hacer una perfecta curaduría de sus intereses, posturas políticas, religiosas y demás. Esto, en principio, parece ser excelente, porque permite que la persona vea un contenido que es de su absoluto interés. El problema se genera cuando es tan específico para una persona que se produce una cámara de resonancia mediática.

Este es un concepto que surgió, aplicado a las redes sociales, alrededor del 2018 cuando los algoritmos, especialmente de Instagram, TikTok y Twitter (ahora X), cambiaron su formato y dejaron de mostrar solamente las publicaciones de aquellos a los que el usuario sigue y agregaron más contenido personalizado a sus gustos particulares.

Si se interactúa con publicaciones de una u otra inclinación política las redes sociales mostrarán más contenido afín. Lo mismo con cualquier visión sobre el mundo: la moda, las guerras, las celebridades, la economía y la migración, entre otros. El problema de esto es que se genera esta cámara de eco, que solo repite lo que el usuario ya piensa, y no permite que pueda conocer otras opiniones distintas, escuchar argumentos alternativos o descubrir realidades que le puedan resultar disonantes. Esta sobreabundancia de información no ha mejorado el acceso a una visión más amplia y documentada del mundo, al contrario, ha creado entornos en los que las personas se aíslan aún más dentro de burbujas de contenido afines a sus creencias.

Esto hace que los usuarios pierdan el contacto con visiones diferentes y le reafirma la idea de que la suya es la única que existe. Esto genera varios efectos negativos. El primero es que las opiniones tienden a radicalizarse, porque de alguna manera se anula el otro lado, el disidente, y le sube el volumen a las opiniones y visiones propias, a veces incluso hasta polarizarlas por completo.

El segundo es que las redes sociales no reflejan la realidad, y cuando la persona sale al mundo real descubre que este no funciona como pensaba. Por ejemplo, que hay muchas más personas que opinan diferente, que su visión es, tal vez, incluso, minoritaria en la sociedad. Esto genera un tercer efecto que es la disonancia cognitiva, con la cual las personas intentan a toda costa mantener la consistencia interna de sus creencias y de las ideas que interiorizaron, y tratan de evitar contradicciones entre ellas, aún si eso le lleva a caer en errores.

Las plataformas, al priorizar el contenido más atractivo o polémico para generar interacciones, tienden a promover información sensacionalista o incorrecta, lo que agrava aún más la propagación de desinformación en estos entornos. Aquí entra en juego, también, la educación mediática, que resulta fundamental para que las personas puedan identificar los sesgos en los medios y desarrollar un pensamiento crítico que les permita analizar la información que consumen.

Uno de los mecanismos para mantener esa coherencia interna entre sus discursos y evitar la disonancia cognitiva es rodearse solamente de personas que piensen lo mismo, generando así la continuación de una cámara de eco hacia el mundo real. Todo esto suena, inicialmente, inocuo; entonces, ¿cuál es el problema?

El tema es que, mientras cada persona está inmersa en su propia cámara de eco, se está eliminando el debate, la conversación y el intercambio de ideas. Mientras no somos capaces de escuchar visiones diferentes con una mente crítica y de cuestionarnos nuestras propias creencias nos encerramos en nosotros mismos, radicalizamos las ideas que tenemos y nos volvemos cada vez más intolerantes a la diferencia.

Y todo esto no sería problemático si los seres humanos nos pudiéramos dividir en solo dos visiones de mundo, pero la realidad es que cada persona es un universo en sí mismo, con ideas diversas sobre distintas temáticas y con perspectivas únicas que pueden aportar mucho a la conversación. En el proceso de dialogar con otros nos vamos enriqueciendo todos y vamos mejorando el conocimiento general que manejamos como sociedad.

Una forma de evitar quedar dentro de estas cámaras de resonancia es diversificar las fuentes de información de manera intencional, siguiendo cuentas con visiones opuestas, buscando contenido crítico y fomentando debates respetuosos. Las redes sociales deberían ser un medio para conectar con otros y no para aislarnos de ellos. Es fundamental que podamos conservar nuestra capacidad de escuchar opiniones diferentes e incluso disonantes sin que eso se perciba como un ataque. Muy por el contrario, esto debería ser una oportunidad para aprender y crecer como seres humanos.