Tras las elecciones europeas y las de la Asamblea Nacional en Francia, un par de semanas después, se oyó un suspiro de alivio en el continente. La extrema derecha no había ganado, o al menos no lo suficiente como para llegar al poder.

Con las elecciones en el Reino Unido, todo salió como se esperaba, es decir, los conservadores perdieron y los laboristas obtuvieron una enorme mayoría con la que gobernar en los próximos años.

Sin embargo, esto no significa que hayan desaparecido todas las amenazas.

En el Parlamento Europeo hay ahora dos grandes y un pequeño grupo político de extrema derecha con un total de 187 miembros, es decir, más de uno de cada 4 miembros del PE. Esto no es suficiente para obstaculizar la mayoría de los otros grupos, pero sí para ganar algunas funciones políticas influyentes en la institución.

En cuanto a las elecciones francesas, la izquierda resultó ser la familia política más numerosa. El Rassemblement National es solo el tercer partido más grande, pero con más escaños que nunca, 143.

En cuanto al Reino Unido, el sistema electoral está hecho de tal manera que es difícil acabar con la hegemonía de los dos partidos más grandes, pero hay que saber que el partido Reform UK, de Farage, consiguió 5 diputados con un total del 14,3 % de los votos. ¡Fue el mayor ganador!

En otras palabras, el éxito de la extrema derecha no se detiene.

Añádase a esto los tres países de la Unión Europea donde ya está en el poder, Italia, Hungría y Eslovaquia, y los numerosos países donde tiene una representación más que marginal en el Parlamento. O sea, el suspiro de alivio era muy comprensible, pero puede que no dure mucho tiempo.

Éxitos mundiales

Evidentemente, Europa no es el único lugar del mundo donde los partidos abiertamente de extrema derecha son políticamente activos o ya están en el poder. En Estados Unidos tuvimos a Donald Trump, que supuso una verdadera amenaza para la democracia cuando se negó a aceptar los resultados electorales en 2021. Podría volver en 2025. Tuvimos a Jair Bolsonaro, en Brasil, que también permanece muy activo en la vida política del país, con sus seguidores. Ahora tenemos a Javier Milei en Argentina, un anarcocapitalista con vínculos muy estrechos con los principales partidos y grupos de extrema derecha. Tenemos a Narendra Modi, en la India, con menos poder que hace un par de años, pero que sigue siendo una amenaza para la democracia.

En Venezuela, sean cuales fueren los resultados finales aceptados de las últimas elecciones, está claro que la oposición a Nicolás Maduro contó con el apoyo de grupos de extrema derecha de EE. UU. y Chile y que todas las acciones inmediatamente posteriores al 28 de julio fueron cuidadosamente preparadas. Incluso se anunció antes de las elecciones que no se aceptaría ningún triunfo del presidente Maduro.

En el caso de Bangladés, aún no está nada claro cómo evolucionará el cambio de régimen ni quién tomará el poder, pero existe el riesgo de que sea un partido islamista. En ese caso, sería un resultado muy triste del éxito del poder popular, seguido de un gobierno que podría limitar todas las libertades. Lo mismo ocurrió tras la Primavera Árabe en Túnez y Egipto.

En Israel, un gobierno de extrema derecha hace todo lo posible por prolongar la guerra en Gaza, matando a miles y miles de palestinos.

Lo que hace tan peligrosos a todos estos partidos y grupos políticos no son solo sus amenazas a la democracia. Son muy dinámicos y están muy bien organizados internacionalmente, se reúnen a nivel mundial con regularidad. Existe una fuerte coordinación y apoyo mutuo entre ellos, a pesar de sus muchas diferencias ideológicas.

Por supuesto, deberíamos reflexionar muy detenidamente sobre lo que significa que Donald Trump diga "estas podrían ser las últimas elecciones en las que se puede votar", pero la democracia es mucho más que unas elecciones.

Las verdaderas amenazas afectan a todos los demás elementos que conforman una sociedad democrática, como todos los movimientos sociales, sindicatos, actos culturales, organizaciones juveniles y reuniones sectoriales.

Una y otra vez, en el pasado, hemos visto cómo gobiernos de extrema derecha han limitado la libertad de asociación y de acción. Lo que se puede ver ahora mismo en Italia, con la primera ministra Giorgia Meloni, es que es muy complaciente con todo lo que toca a las políticas europeas, pero tiene una línea de actuación totalmente diferente en la propia Italia, donde, por ejemplo, el aborto no está prohibido, pero donde los grupos antiabortistas tendrán acceso a las clínicas con su propaganda. En casi todos los casos en los que la extrema derecha ha llegado al poder, las primeras víctimas son los sindicatos y los derechos económicos y sociales, como el derecho de huelga.

Con demasiada frecuencia, olvidamos todas estas consecuencias indirectas para la "democracia" en un sentido muy amplio. Va mucho más allá del derecho de voto. Se refiere, en primer lugar, a la organización del poder jurídico, a la composición de un tribunal supremo, por ejemplo. Algunos temen que si Donald Trump vuelve a ser presidente, podría hacer más nominaciones para el Tribunal Supremo, haciéndolo totalmente conservador, al menos hasta 2040 e incluso más allá, dependiendo de la edad de los nuevos nominados.

Otras consecuencias se refieren al aborto, la aceptación de la igualdad de género, los derechos de los homosexuales y su derecho a contraer matrimonio, y sobre todo toda la cuestión de la migración y el asilo.

Lo ocurrido en Inglaterra a principios de agosto es especialmente preocupante. Se atacaron y quemaron mezquitas y casas de inmigrantes, mientras que la única reacción que se escuchó del gobierno fue la de la represión. A estas alturas debería estar claro que, aunque podamos culpar a los grupos y partidos de extrema derecha de provocar el malestar social, esto solo es posible si la gente tiene buenas razones para este malestar y para la violencia que lo acompaña.

Aquí vuelven a entrar en juego los derechos económicos y sociales. Se hace creer a la gente que los inmigrantes y los solicitantes de asilo tienen ciertos "privilegios", que reciben prestaciones a las que ellos mismos no tienen acceso, de modo que, en conjunto, los inmigrantes están mejor.

Las condiciones sociales en el Reino Unido han empeorado mucho estas últimas décadas, demasiada gente no tiene acceso a la sanidad porque las colas de espera son demasiado largas; los derechos sociales están condicionados; el poder adquisitivo de los salarios ha bajado. El futuro no parece nada halagüeño.

Solo en estas circunstancias puede tener éxito la extrema derecha, porque necesita malas condiciones sociales para difundir sus mentiras y sus supuestas razones para el miedo, la violencia y el malestar social. Son peligrosos, no solo por su violencia potencial, sino también porque el fracasado proyecto neoliberal los necesita para mantener el "orden social".

El derecho humano a la justicia social

Todas las personas, en todo momento y lugar, necesitan protección. En Estados Unidos, la gente cree que necesita un arma para protegerse. En las sociedades neoliberales, se hace creer a la gente que la protección solo pueden proporcionarla los mercados y la participación en ellos. Eso creará ingresos y la posibilidad de comprar un seguro en el mercado contra la enfermedad, el desempleo e incluso las catástrofes naturales. En esa lógica, las garantías sociales proporcionadas por los Estados de bienestar deberían desaparecer, salvo la ayuda a nivel de subsistencia para los pobres.

Sin embargo, los derechos económicos y sociales, incluido el derecho a la seguridad social, son un derecho humano que sigue ofreciendo la mejor y más segura protección de todas. En los países en los que todavía existe este tipo de seguridad social, en la mayoría de los casos, la pagan los propios trabajadores, sus organizaciones son copropietarias del sistema, lo que les da mucho poder. Cuando se introdujeron estos sistemas a finales del siglo 19 o principios del 20, esta propiedad colectiva se consideraba incluso una condición para la ciudadanía. Los derechos políticos estaban en manos de los propietarios de bienes y, como los trabajadores no tenían ninguno, no tenían derecho a voto. Fue la introducción de los fondos colectivos para la protección de los trabajadores lo que les otorgó también el derecho de voto.

Estos elementos básicos de lo que es la seguridad social y lo que es un Estado del bienestar, con seguros, servicios públicos y derechos, se olvidan con demasiada frecuencia. Ofrecen la mejor protección que pueden tener las personas. Hoy en día, en demasiados casos, se desmantelan lentamente y crean enormes masas de personas vulnerables, sobre todo jóvenes. Estas son las personas que caen víctimas de la extrema derecha, personas que se creen las falsas promesas de protección con fronteras cerradas y dura represión.

Lo que hace falta, pues, es justicia social, políticas sociales que protejan realmente a todas las personas. Lo que también se necesita son políticos que entiendan las demandas de la gente, a nivel local. La gente tiene voz, pero nadie la escucha. Los políticos deben ocuparse de la gente y volver a conectar con ella allí donde vive, en sus ciudades y municipios, deben ocuparse de las escuelas y las unidades sanitarias, de las instalaciones deportivas, de las casas de cultura, de los espacios donde la gente pueda reunirse y hablar y aprender unos de otros.

Las causas y las consecuencias de la extrema derecha están precisamente ahí, en el ámbito local. Lo que habría que promover es una cooperación entre el gobierno nacional y los municipios, con la sociedad civil de por medio, para poder proteger eficazmente a las personas, tanto contra los caprichos de la vida y de los mercados como contra las mentiras y trampas de la extrema derecha.

Los partidos y grupos progresistas deben aprender a coordinar sus acciones, aprender a cooperar, preservando su identidad, sin duda, pero también buscando un terreno común sobre el que actuar y organizarse. La extrema derecha solo puede superarse y la democracia solo puede preservarse con una fuerte coordinación de los poderes públicos y la sociedad civil.