...y la maestra trazó con su tiza una línea en la pizarra... yo era un niño, y no sabía que ella construía un camino para mi serpiente...

(H. R.)

Cuando analizamos la estructura de los mandalas1, lo dimos por dividido en tres áreas: el punto inicial -lo inmanifestado-; un área de conflicto -el universo de las oposiciones- y el cierre del mandala que es el círculo. En esta estructuración, el área central se suele mostrar como una cruz: es el reino de los opuestos complementarios. En este sentido, muchos mitógrafos han coincidido en ver a la serpiente como opuesta al Hombre: mientras uno domina en lo horizontal, el otro lo hace en lo vertical, y juntos, como oposición, constituyen la cruz del mandala. Además, tanto la serpiente como el Hombre se distinguen de las demás especies animales: uno por su particular bipedestación la que lo hace más largo de lo que es, mientras que la otra especie no tiene pelos, plumas ni patas: es, apenas, una línea en el suelo.

La extrema simplicidad de la serpiente parece acercarnos a la inexistencia, a lo fugaz, a lo que viene de la nada y que la nada misma devora. Nos recuerda a la muerte, que nos simplifica con su veneno -extinguiéndonos del ser- y por perder el control: podemos verlas e incluso oírlas antes de verlas, pero siempre lejos de nuestras manos... y si éstas están cerca se exponen a la mordedura fatal. Para Jung, lo elemental de la serpiente “encarna la psique inferior, el psiquismo oscuro, lo raro, lo incomprensible o misterioso”. Es esta cercanía a nuestra intuición sobre lo que significaría para nosotros un incomprensible “no ser”, lo que la convierte en algo perturbador. En el suelo, tiene mucho del mundo material y obviamente, mucho de nuestra idea de lo caído... pero de lo caído sagrado, porque no habría cruz para el Hombre sin la serpiente.

La serpiente parece previa a la propia tierra y desafía nuestra percepción de lo razonable porque emerge del inconsciente profundo. Tiene la fluidez del agua, dijimos respecto de ella: “...las aguas superficiales por las que navegan héroes de todas las épocas son la capa consciente de la mente que envuelve a las aguas profundas del inconsciente... aunque a veces, este surja monstruoso como pesadillas, alucinaciones o fallidos... y también como deriva poética del océano mental”2. Reptar hecha de un “agua” que busca la tierra es su mundo de lo prohibido a la consciencia, lo que desciende, lo que nace de la madre hasta al límite que impone la Tierra: colgamos de un cordón-serpiente que nos une y desprende del placer de la placenta.

Muta, oscila, se enrosca, se despliega. Todas las formas posibles de concebir espiritualmente una serpiente son una única serpiente que se repite fatal y fractalmente: primordial, se desliza, desaparece y renace de sí misma. Ella es por fuera pene y por dentro, vagina. Materialmente, es a sí misma el todo: entre los caldeos “vida” y “serpiente” se decían con una sola palabra. Serpiente y vida se identifican: en árabe, “serpiente” se dice el-hayyah y “vida” el-hayat que se relaciona con El-Hay, uno de los principales nombres de Dios (de donde derivan: el El hebreo -Elohim en plural- y el Allah islámico), nombre traducible como “el que da vida”.

En la tierra es el fundamento de lo espiritual: un arquetipo originado desde el espíritu: son complementarios: el espíritu no encuentra su razón de ser sin lo carnal, esto es: sin la posibilidad del pecado... sexual o de cualquier tipo. Es como Loki que pertenece a la familia de los Ases pero al mismo tiempo constituye “las Fuerzas del Caos”, es decir: Fenrir el lobo, la diosa Hel -el infierno- y Midgardsormr: la serpiente de Midgardr... antagonistas todos del Ragnarök: la batalla final de la consciencia -y sus dioses- consigo misma: por eso, Midgardsormr encierra al mundo como el Uroboros, la serpiente que se come por la cola: los dioses se extinguen y renacen desde su extinción.

Enroscada en sí misma, según el tantrismo, se asienta en el chakra Kundalini en la base de la columna, y dormida, con su boca cerrada, descansa en el meato urinario. Pero una vez que despierta, asciende por la columna vertebral: “nuestra” serpiente propia -cuya segmentación en vértebras nos repta desde la segmentación misma de los artrópodos-, y aparece en el “Yo comprendo” del chakra Ajna entre los ojos, tal como se representa en el Ureus: la corona egipcia, donde la serpiente emerge como una cobra junto a una cabeza de buitre: animal que vuela... pero que vive de lo muerto. Y aunque las aves (ibis, garzas, cigüeñas, gansos) suelen ser enemigas simbólicas de las serpientes, hay casos de reconciliación, no sólo surgiendo juntas en el ureus, sino también en los dragones o en el caso de Quetzalcóatl: una víbora con plumas... Víbora, de “(serpens) vivipera”: serpiente que nace viva... la que vive siempre.

Análoga a Kundalini tenemos a Ananta, la serpiente que encierra el fundamento del eje universal (como la del bastón de Asclepios -divinidad de la Medicina- o el par en el bastón de Hermes). Con Vishnú y Shiva, Ananta es el desarrollo y la reabsorción cíclica del Dharma cósmico, pero también resguarda el nadir (opuesto al cenit) y como tal estabiliza al mundo. Un geomante señala el sitio donde debe clavarse la estaca fundacional de una casa: la estaca se clavará en la cabeza del nāga subterráneo (el semidios con cuerpo de cobra y cabeza humana) que estabilizará a la familia de esa vivienda. Y aunque muchas veces veamos representados a elefantes sosteniendo el mundo, hay que recordar que nāga es un término indistinto tanto para serpientes como para elefantes ya que la trompa de este último hace recordar a un ofidio. Algo similar ocurre entre los maya-quichés mesoamericanos, que vincularon a la serpiente con el tapir: el perisodáctilo americano con probóscide.

Serpiente antigua

Mencionamos anteriormente al Uroboros como símbolo de serpiente fundamental. En un sentido humano, es absurdo: comerse la cola es desaparecer, pero para los dioses, el Uroboros al devorarse crece. En general, simboliza la máxima estabilidad: sobre ella descansa la Tierra en muchas tradiciones mientras que, en otras, rodea a la tierra con igual función. Figura en diseños mitológicos rodeando imágenes centrales, como en una de las representaciones más antiguas conocidas -la más antigua del África-: el disco de bronce -imago mundi- de los Benín (la tierra del vudú): un Uroboros ondulante constriñendo a los océanos primordiales que rodean una Tierra cuadrada. Proyectado en el cielo, el Uroboros rige el movimiento de las estrellas como Zodíaco y a veces es una cadena que genera y controla al tiempo... Tal encadenamiento recuerda la integridad cósmica que se representa con las cadenas masónicas que atan y liberan.

Si el Uroboros se enoja causará maremotos y terremotos; aparece el Leviatán hebreo o el Midgardorm escandinavo, esa serpiente que según la Edda, es más antigua que los dioses, causando mareas al beber y tormentas al resoplar de ira. En la Teogonía de Hesíodo, el océano serpiente tiene nueve espirales que rodean al mundo, mientras que la décima se desliza por debajo de lo creado y forma el río Styx o Estigia: el “río del odio” (del griego Stygéô: odiar), que separa el mundo material del de los muertos. En esencia, ríos, océanos y serpientes constituyen una unidad simbólica del caos inicial. Así, la letra hebrea “Nun”: נְ (primera letra de “Najash” נג'ש “serpiente” -recordar a los Nāgas de la India-) representa una víbora erguida y amenazante y deriva del jeroglífico presinaítico “Nun”: “serpiente marina” derivada a su vez del egipcio “Mar”.

De hecho, en Europa y Asia, son numerosos los ríos que llevan el nombre de Ophis o Draco. Aparecen el “padre Rin” (Rin, en celta, “río”; y en irlandés antiguo, Rian, océano) y “la madre Ganges” (del sánscrito gáṅgā: “la que se mueve rápido”); la diosa Sequana del Sena (en la extinta lengua celta gaulish) y del río-dios Volga (en ruso, “húmedo”). Es el “Tíber cornudo” de Virgilio y el Aqueloo -el mayor río de Grecia-, ambos serpientes y toros (símbolos femeninos). Entre celtas y galos aparecía la serpiente criocéfala con cabeza de morueco: carnero semental de cuernos solares (cruz simbólica masculina y femenina). En Mesoamérica como dragón celeste (Quetzalcóatl), el ave-serpiente de lo húmedo, del agua, la tierra, el cielo y sus aguas: las tormentas: la serpiente de plumas verdes y la serpiente-nube con barba de lluvia que negocia con las tormentas con su lengua-rayo.

El agua cae como “la auténtica bondad...” -dice Lao Tse: “va directa a los bajos lugares repugnantes y allí encuentra su camino”. Aquí, la estrella que cae: “Y fue lanzado fuera aquel gran dragón, la serpiente antigua, que se llama Diablo y Satanás, quien engaña a todo el mundo; fue arrojado a la tierra...” (Apocalipsis 12:9). La cruz de oposiciones: “Rómpete para ser entero. Tuércete para ser recto” (Lao Tsé): lo bajo como garantía de lo elevado: la oposición para la complementariedad y ésta para la identificación: “El bien y el mal son uno”, Heráclito... o: “Y Jehová dijo a Moisés: hazte una serpiente ardiente y ponla sobre un asta; y acontecerá que cualquiera que sea mordido y la mire, vivirá...”: serpiente que mata y que da vida: Cristo y Satanás en dupla simbólica. Dijo Sören Kierkegaard: “Solo quien trabaja tiene pan; solo el angustiado halla reposo; solo quien desciende a los infiernos salva a la amada; solo quien saca el cuchillo recobra a Isaac...”: es el Abraham serpiente quien, cayendo por voluntad propia a lo más bajo (matar al hijo Isaac), puede hacerse digno de lo elevado, obedeciendo -como Adán y Eva- al Mal.

Y aún quien cae sin buscarlo, como Satanás, garantiza el significado del Bien: en la cruz mandálica la línea horizontal le da sentido a la línea viril, erecta y fecundante. Cristo reclama a Juan su bautismo: el hundimiento. Busca ser lo más bajo: recordemos que el rift del río-serpiente Jordán es la máxima depresión sobre la tierra y que al bautizarse, fue quien estuvo más abajo en todo el mundo. Hay que hundirse para volar. Dijo Nietzsche en La voluntad de poderío: “La creación de valores morales es... consecuencia de sentimientos y valores inmorales”; y en “Así hablaba Zaratustra”: “El Hombre necesita para sus mejores cosas de lo peor que hay en él”, aunque reconoce que “...el mal sumo forma parte de la bondad suma: mas ésta es la bondad creadora”. Y para cerrar, los versos de León Felipe:

Se va del salmo al llanto,
del llanto al grito,
del grito al veneno…
¡Arre! ¡Arre!
¡Y se gana la luz desde el infierno!

El trazo de tiza

En estas referencias, resuenan las palabras de la serpiente edénica: “Pues Dios sabe que el día que de él (del fruto prohibido) comáis, serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal”. El Árbol del Conocimiento: el trazo de tiza en la pizarra dando conocimiento: el camino de la serpiente.

En Camerún, los pigmeos representan a la víbora divinal simplemente trazando una línea en el suelo: una línea que vive y comunica mágicamente los extremos que unifica Jesucristo: la serpiente enfrenta a la alfa con la omega. Así, el símbolo más fundamental de la serpiente podría ser el dios Itemu (el Atum griego) que escupe la Creación, a los primeros dioses Chtu y Phtenis, al aire, la tierra, el cielo y el agua, y con un dejo hinduista del Dharma cíclico, Itemu declara en El Libro de los Muertos: “Yo soy lo que permanece… ¡el mundo volverá al caos, yo me transformaré entonces en la serpiente que ningún hombre conoce, que ningún dios ha visto!”. Es como la línea trazada por los pigmeos: indiferente al principio y al final: continuidad elemental y absoluta -“Víbora” de (Serpens) vivipera: la serpiente que nace viva como continuidad de sí misma-.

En el ocaso, la serpiente subterránea traga al sol realizando la gran alquimia de serpientes encadenadas. Se lee en El Libro de los Muertos que el camino nocturno está dividido en doce cámaras, una por hora nocturna. Primero la barca solar atraviesa una extensión arenosa: el reino de serpientes, navegando como una más durante seis horas. A la hora séptima, la barca enfrenta a la serpiente Apofis: el monstruoso señor de los infiernos “que llena con sus espirales una eminencia de cuatrocientos cincuenta codos de largo… Su voz dirige a los dioses hacia él, y ellos lo hieren”. Aquí se llega al centro del drama, para que luego, faltando una hora para amanecer, la cuerda misma que tira de la barca se convierta en serpiente... otro cordón umbilical. Y ya en la cámara del crepúsculo, la barca solar se transforma en “una serpiente de mil trescientos codos de longitud” naciendo como escarabajo para su camino diurno. El sol se vuelve serpiente para sobrevivir a otras serpientes -especialmente a Apofis- y luego es digerido y expulsado por el intestino ofídico de la tierra.

El viaje por las oscuras entrañas del submundo devela que la Tierra es una serpiente de serpientes, iniciadora y regeneradora de sí misma, dueña de la oscuridad, enemiga del sol, de su luz y del espíritu... Pero en la hora séptima, Apofis se entregaba en sacrificio para que los dioses no extinguieran al sol, llamándolos. Aquí se perfilan los casos duales de la serpiente de Moisés contra las “serpientes ardientes” y la lógica dual de una serpiente que desencadena el drama humano en Edén, sin el cual los seres humanos seguiríamos siendo solamente dos. La eventual exaltación a dios de los espíritus del Hombre (“seréis como dioses”) sería imposible sin el sacrificio infernal de Satanás, porque no habríamos podido alcanzar el estado carnal... comienzo del camino a la exaltación a dios, ya que, gracias a su caída, el Hombre conoce el Bien y el Mal como los mismos dioses:

Y Dios el Señor dijo: ‘El ser humano ha llegado a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal. No vaya a ser que extienda su mano y también tome del fruto del Árbol de la Vida, lo coma y viva para siempre’. Entonces Dios el Señor expulsó al ser humano del Jardín de Edén para que trabajara la tierra de la cual había sido hecho.

(Génesis 3:22-23)

En otras palabras: ahora distingue “como un dios” el Bien del Mal, pero debe conocer las diferentes formas de ese Mal para reconocer (y merecer) el Bien. Y debe conocerlas por su propia voluntad: ser humilde, cercano al humus, a la tierra... como la serpiente que desciende del Árbol del Conocimiento (de nuevo Nietzsche: “...el mal sumo forma parte de la bondad suma...”), o como el Cristo en lo más bajo del mundo hundido en el Jordán: lo más lejos posible de la perfección, un Mesías hará el trabajo por Satanás: conocerá el vientre sin fondo de Acuario para merecer la cima de Capricornio3.

Y siguiendo a esta nueva serpiente -el Jordán- llegará Cristo al amanecer. ¿Son lo mismo Jesucristo y Satanás? No, pero tal dualismo Eros/Tanatos se entiende, con el gurú Maharishi, como una pulsión cósmica y cruz mandálica que no debe deshacerse. En efecto: “desmezclar” Eros de Tanatos nos destruirá: la barca solar no seguirá su camino serpentiforme -la senda de tiza de mi serpiente en la pizarra escolar- y se perderá en las arenas sembradas de víboras “ardientes”. Porque seguir a la serpiente de Moisés es seguir a Apofis y es comer del fruto que ofrece Satanás para poder alcanzar al Cristo.

Todo es una dualidad que pulsa más allá y más acá de nuestras representaciones... es para nosotros, que estamos todavía en la encrucijada entre la serpiente edénica y el Cristo, la búsqueda nocturna de aquel sol egipcio como un absoluto inmanifestado que espera, de nuestras sagradas tinieblas, ver la realidad hecha Verdad en el primer rayo de luz de nuestro propio amanecer.

Notas

1 Sobre la estructura de los mandalas, consultar el artículo, Mandalas: lógica y simbolismo.
2 Para ampliar, ver nuestro artículo El agua nuestro primer espejo.
3 Ver nuestro artículo Simbolismo zodiacal y la Puerta de los Dioses.