Akasha, desde los fondos, es un reflejo acuoso que traspasa todo lugar en esencia y potencia. Su acceso es por medio de un estado psíquico, proyectado hacia esa potencialidad fluida, un estado cuántico. Más que algo real, entendido desde la consistencia de nuestra percepción cotidiana en su consenso físico, es algo original y puramente verdadero, aunque paradójicamente ensoñado. Desde esa raíz, como proyección de viaje existencial, su desarrollo es luego multifacético, multiforme y multidimensional.

Al fusionar Akasha con la forma y condición de vida aquí, se cataliza por medio del desarrollo de nuestras propias experiencias mundanas.

Su verdad se intuye, muy individualmente, según cada conciencia, desde la propia capacidad para buscarla. La clave está en llegar a su cuestionamiento, al querer rasgar un velo, apareciendo luego como desvelo, a la vez que velo del subsiguiente nivel más hondo de verdad.

Es un error defender este estado como concepto mental preestablecido o definible. Por ello, esta verdad akáshika más que fijar, vibra, empuja hacia un estado superior, des-vela, dinamizando nuestros procesos de evolución, en su origen y meta, con el viaje de la experiencia, en nuestro caso humana.

Lo que hay en su registro pertenece a su estado original, no narrativo. La conciencia crea luego el mundo con la imaginación e imágenes concretas, corpóreas, nuestra propia conciencia crea nuestro propio mundo.

Al vibrar, Akasha nos entrelaza con el eco de su dimensión, al abrirnos a su porosidad. En Akasha somos poesía, aquí somos prosa.

La conciencia akáshika es sutil, no corpórea, está más allá de lo concreto, aunque lo teje todo y se vela entre los sueños. Es visión, no juicio, es potencial, no absolutos, es raíz en su chispa original y plenitud en su destino.

Los Registros Akáshicos son también un reflejo de memoria, en esa otra dimensión esencial. Pero en realidad no son una memoria sino un espejo, dinámico en la contracción del tiempo. Su visionado o consulta teje el presente a esa verdad original y energética que luego debe recrearse en sus múltiples experiencias para volverse a refractar en su plenitud, al haber realizado el viaje de la vida. El viaje es eterno pero la incursión para contemplar los reflejos en el espejo es precisa.

La ascensión hacia Akasha es una progresión hacia las profundidades intrínsecas, al abrirse hacia la transición de la unidad. El bien común como amor multiplicado e interrelacionado en la orquestación de una sola red. La única manera de progresar en el viaje de la vida es abriéndose e integrándose en su unidad, no fragmentándose o dividiéndose en compartimentos estancos, estos se vuelven cárceles y en consecuencia se pierde toda libertad.

Quien percibe las realidades sutiles sabe que sus fuerzas son de expansión oceánica, invisibles, y sabe que son las fuerzas que nos arrastran hacia otras orillas. A pesar de no poder nunca concretarlas en un punto fijo, las fuerzas sutiles mueven los procesos de magnitud, de época, el Zeitgeist, como diría K. G. Jung. Por eso mismo son invisibles, extensivas, imperceptibles en su detalle, aunque nos arrastran con su inundación. Debido a su extrema lentitud, incluso quietud, inmersa en nosotros, nos contraen en la paradoja de individualidad eterna, como parte de la historia creativa e infinita en nuestra vida universal.

Akasha aparece descrita desde las cosmogonías y misticismos de la remota antigüedad oriental. La palabra en sí se utilizó inicialmente en sanscrito y nombra uno de los cinco elementos o sustancias fundamentales de la realidad. Akasha significa éter, espacio o cielo.

Al fusionar estas tres palabras nos damos cuenta que su intercalación casi nos describe un proceso de percepción mística, combinando los espacios físicos, simbólicos y psíquicos, transportándonos a la multidimensionalidad que en consecuencia nos atraviesa.

En la antigua cosmogonía hinduista, el elemento Akasha (éter) era considerado como el substrato del sonido o vibración y como la sustancia física eterna, omnipresente e imperceptible.

En Occidente fue Madame Blavatsky, en el siglo XIX, que habló de este lugar o estado como algo concreto, encerrando y occidentalizando la idea como imaginario de un registro: las tablillas indestructibles de la luz astral. La noción de “Registro Akáshico”, como se conoce hoy en día, creando un cierto peligro de un mal uso, como todo lo que se populariza y banaliza en la esterilización capitalista, fue difundida por Alfred Percy Sinnett en su libro Budismo Esotérico en 1883, al citar la obra Un Catequismo Budista de Henry Steel Olcott:

Buda enseñó que dos cosas son eternas, a saber, el 'Akasha' y el 'Nirvana': todo ha salido del Akasha en obediencia a una ley de movimiento inherente a él, y, luego muere. Ninguna cosa sale de la nada.

El budismo primitivo, entonces, sostenía claramente una permanencia de los registros en el Akasha y la capacidad potencial del hombre para leerlos, cuando evolucionaba hasta el estado de la verdadera iluminación individual.

En 1899, Charles Webster Leadbeater, clérigo en sus inicios y cofundador de la Iglesia Católica Liberal, empieza a asociar Akasha y sus “Registros” a la clarividencia, desvirtuando su acceso a un uso compulsivo, reflejando la avaricia y el deseo egoico de la posesión, también del conocimiento, propia de Occidente, para luego mercantilizarlo y proyectarlo desde los egos pertinentes.

Rudolf Steiner, fundador de la Antroposofía, habló de Atlantis o Lemuria a partir de información adquirida en los Registros Akáshicos a principios del siglo XX.

Edgar Cayce fue un prolífico psíquico y sanador holístico norteamericano por medio de los Registros Akáshicos. E. Cayce murió en 1945.

Personalmente no creo en profecías, en cambio, todo lo que nos lleve a reflexionar o valorar la vida desde todos los ángulos posibles, también los más sutiles u ocultos, me parece de gran valor. El futuro, como resultado coherente, siempre se construye desde la lógica del presente. El reto es poder llegar a penetrar este presente en toda su profundidad.

Akasha es para mí un medio de profundidad, de naturaleza espiritual, lumínica o cuántica, desde donde parte del arte que practico emerge con su lucidez. Pero insisto, que el tránsito por Akasha va ligado a la sensibilidad de cada persona, a su reflejo, como he mencionado al principio. Tomemos eso en cuenta, con responsabilidad y humilde seriedad.

Desde Akasha:

Una multitud humana, anónima y desnuda, corre hacia un centro en forma de estrella. Aparece entre piedras polvorientas, en túneles y laberintos bajo tierra.

Desde el interior de estas imágenes emerge la historia de los esclavos; la humanidad esclava. A la vez, dentro de estas mismas imágenes emerge la historia de la liberación de la humanidad. Es la misma historia interpretada desde su esclavitud o desde su liberación, el resultado es distinto, su sentido también, según la tomemos.

En esta historia, Palestina e Israel conforman una tensión, de confusión original, de esclavitud o liberación común. Caín y Abel se reflejan. Comparten el mismo estatus, escenificando un conflicto humano condicionado por la visión de quiénes son en el mundo.

La esencia, el núcleo de la identidad humana como estrella, depende de una nueva atomización y catalización de sentido estructural, una nueva reorganización, de fuerzas e imaginarios, que permita liberar lo que se ha sometido, si no, siempre se seguirá empujando hacia el mismo desequilibrio en quiebra.
Palestina e Israel se alzan como dos torres. Si caen, cae la humanidad. Identificar el origen como balance justo.

La Tierra aparece como un planeta colonizado para expoliar sus recursos. Mantener la energía de la Tierra en su círculo es el paraíso y la libertad humana en él, biológica y de conciencia.

Palestina e Israel son el origen del Paraíso.

En nuestra tradición en conflicto de cómo ver el mundo, de vencedores y vencidos, la historia se ha escrito y reproducido no como verdad, como camino de aprendizaje, como justicia o equilibrio, sino principalmente como parte del trofeo de los vencedores, adoptando el dominio de la historia y su narración como manipulación de poder. Así también todos los libros sagrados que proyectan esa visión y versión dogmática.

La conciencia humana está atrapada en la narrativa del miedo y pierde toda su energía estelar evolutiva.

La liberación de la conciencia humana es algo mucho más complejo de lo que aparece en su obviedad, es profunda, esconde una llave en cada uno de nosotros, a nivel íntimo. Debemos discernir todos los miedos, los propios, proyectados hacia los otros, o toda la falta de autoestima que no somos capaces de adoptar por nosotros mismos, buscando el constante reconocimiento de una superioridad por parte de los demás, escondiendo así nuestra falta de valía. Justificamos nuestra valía sometiendo al otro, en forma de poder enfermo, sometemos a nuestra razón de ser.

Sigamos profundizando en el presente para comprender quiénes somos verdaderamente y qué podemos llegar a ser en consecuencia, ¿libres o esclavos?

Gaia en el alma humana.