Los medios de comunicación, regionales y mundiales, han seguido el proceso eleccionario en Venezuela y constatado que ha sido totalmente viciado para un fin predeterminado: la permanencia de Maduro y el régimen, sobre cualquier resultado. Una preparación cuidadosa de largo tiempo, descartando opositores, impidiendo sus campañas, disminuyendo los votantes en el exterior, presión a oponentes, y una larga lista de irregularidades comprobadas sin otro fin. Una estrategia muy bien montada y ejecutada que ha quedado en evidencia. No es necesario abundar en lo que la mayor parte del mundo ha podido verificar, ni han sido capaces de mostrar las pruebas de un triunfo legítimo. Si lo hacen, estará basada en actas, recuentos y documentos falsificados y ninguna comprobación imparcial e independiente. El régimen controla todo.
Las reacciones internacionales no se han hecho esperar y como era predecible, hay enormes divisiones, entre aquellos que han reconocido un triunfo gubernamental ilegítimo, los que exigen pruebas (actas) y los que aceptan y reconocen al verdadero ganador, Edmundo González Urrutia, que arriesga junto a María Corina Machado la cárcel o la deportación. Una historia repetida de procesos pasados, con Leopoldo López, triunfador y encarcelado, o Juan Guaidó, con casi sesenta reconocimientos de gobiernos como Presidente Encargado. Experiencias desbaratadas que no lograron sus objetivos. El régimen utiliza su poder con el apoyo de militares incondicionales gracias a los beneficios y prebendas otorgadas. Una fórmula perfecta. Usualmente en todo intento de derrocamiento, las fuerzas armadas son determinantes al tener las armas, y si el gobierno controla todos los poderes estatales y la policía, cualquier otra posibilidad de tomar el poder con sólo la mayoría popular resulta inviable. Salvo un levantamiento popular, normalmente muy cruento.
Las consecuencias son conocidas: represión, encarcelamiento de contrarios, amedrentamiento a quien intente confrontarse, y por sobre todo, mucho temor a cualquier signo de rebeldía. Una vez más la historia es la misma de tantas dictaduras históricas y sus trágicas consecuencias. Sin embargo, esta vez tenemos algunos elementos que igualmente han sido utilizados en el pasado, pero que ahora aprovechan un ámbito internacional diferente que se ha venido normalizando en los últimos años, y que aporta una nueva dimensión al caso venezolano.
Las grandes potencias mundiales siguen confrontadas, y nada indica que podrían cambiar. Al contrario, las posiciones tienden cada día más a diferenciarse y alejar cualquier posibilidad de entendimiento. Somos conscientes de que Rusia prosigue su agresión bélica a Ucrania, a pesar de las sanciones occidentales y decisiones de algunos organismos internacionales, reconquista apoyos u obtiene una mayor tolerancia a sus propósitos, por ilegales que sean. Una guerra todavía sin resultados, desgastante para todos, ahora centrada en ciertos territorios ucranianos, lo que tiende a ser menos traumático. Ha sido demasiado larga y costosa para que prosiga indefinidamente. La reocupación de Crimea hace diez años se impuso y las sanciones no obtuvieron nada, resulta interesante de considerar. Existe el temor de que una nueva porción de Ucrania podría correr igual suerte, con tal de terminar con la amenaza rusa a Europa. Si sucediera, tendríamos un nuevo orden internacional.
En Medio Oriente, las agresiones extremistas islámicas prosiguen contra Israel, a pesar de los enormes esfuerzos militares, y la consecuente crisis humanitaria en Gaza, con el repudio internacional generalizado. Episodios recientes, como la eliminación selectiva de líderes islamistas por Israel, ciertamente traerá un agravamiento y una creciente ola de venganza. Lo grave es que ahora quienes les apoyan se han extendido a Yemen, e Irán, que prepara nuevas acciones, posiblemente mejor preparadas que los ataques infructuosos de hace unos meses. Israel responderá y forzará a un mayor involucramiento norteamericano, aunque estén enfrascados en la elección presidencial. Biden y sobre todo Kamala Harris deberían mostrar mayor determinación frente a un Trump impredecible, pero que sabrá aprovechar la oportunidad para diferenciarse. Y tenemos a China que juega un papel esencial, dentro de sus propios objetivos, y que mantiene abierta y sus relaciones y colaboración con las partes involucradas en los grandes conflictos.
Es aquí donde procura insertarse Venezuela, en un plano mucho más amplio de sus capacidades. No sólo trae consecuencias para el país, sino que para toda la región latinoamericana, con los peligros de hacerla partícipe de los mayores problemas globales, mostrando una división constatable. El caso venezolano ha sido el detonante de una situación que existía desde hace años, pero que no había llegado la necesidad de explicitarse claramente. Maduro se adelantó, y sacó su personal diplomático y consular en siete países, dejando millones de indocumentados de los casi ocho millones de venezolanos en el exterior dejados a su suerte. Ciertamente, se teme una nueva ola de emigración ilegal. No sólo desatendida, sino que igualmente, así se impide con su vacío o ruptura diplomática la protección de dichas embajadas a eventuales asilados, así como atender a los connacionales de esos países en Venezuela. No se descarta el que aliente el éxodo de que los que considera opositores con una nueva crisis humanitaria que poco o nada le importará. Será un nuevo motivo de división internacional.
Venezuela ha quedado incorporada a la pugna mundial. Ha sido evidente el apoyo inmediato de Rusia, China e Irán y otros países, que no exigen ningún respeto a las reglas democráticas. En el caso iraní, podría ser utilizada para una mayor penetración regional con todo lo que implica en el campo internacional. Han respaldado sin objeción los resultados oficiales, sumado a otros que desafían la situación mundial y contribuyen a las crisis actuales. Maduro adopta una posición riesgosa, pues deja atado al régimen a los más importantes conflictos internacionales, sin la fuerza e influencia necesaria para incidir en ellos de manera determinante, ni en su solución, ni mucho menos en el gran juego político o de influencia estratégica de los verdaderamente grandes. Sólo saldrá perjudicada y puede ser aprovechada según los objetivos de las potencias.
Se parece a la opción de Cuba en la guerra fría, el principal mentor de Maduro, y conocemos sus resultados. Los grandes terminaron por entenderse mutuamente y Cuba sigue anclada en la década de los años sesenta, abandonada por todos y en crisis permanente. Tampoco Venezuela tiene esas capacidades en plena confrontación política, empobrecida, y con las reservas y producción petrolera largamente comprometida, endeudada y sin reales posibilidades de solución. No está en condiciones de ayudar a nadie. De ahora en más, dependerá de los resultados de los conflictos mundiales y menos de sus propósitos. Ha caído en su propia trampa.