A Mercedes Mas Vilá. Intrépida capitana de la nave Tanit en aguas del Egeo.

I

Uno de los fantasmas literarios de Milan Kundera es el de imaginar, en la trama de no importa qué historia, una variable que, inédita e inesperada, cambie por completo el transcurso del relato. En el caso que nos ocupa, y recordando esta sugestiva fantasía del autor checo en La insoportable levedad del ser, podría plantear, en la continuidad de este esquema, la siguiente pregunta: ¿Qué habría sido de Odiseo, de su destino, si, en lugar de regresar a Ítaca para reencontrarse con Penélope, hubiera decidido quedarse con Calypso en la isla de Ogigia hasta el fin de sus días?

Experta en las artes de la seducción, Calypso, además de agasajar a Odiseo con toda clase de manjares y bebidas, de acogerlo en su lecho, le promete aquello a lo que ningún ser vivo tiene opción: la inmortalidad y la juventud eterna. Todo eso a cambio de olvidar su vida anterior y de quedarse con ella en la hermosa isla que les sirve de paraíso. Es decir, Calypso, tal vez sin cabal conciencia de ello, usurpa el rol de los dioses y se arroga un papel decisivo en la conformación del destino de un mortal.

Mas Odiseo no es un hombre cualquiera. Es un héroe que ha librado, durante el sitio de Troya, toda clase de combates y que ha ideado la estratagema que desembocará en la desgracia final del enemigo. Un hombre que conoce el valor de la vida y que asume el riesgo de perderla en no importa qué lance o momento. Es evidente que alguien así no está dispuesto a enajenarse para devenir objeto único, exclusivo y privativo, de una ninfa caprichosa y cruel, por mucho amor que ésta derrame de su copa o por cuantas promesas pueda formular. En resumen: Odiseo no está dispuesto a renunciar a su deseo, y tan tenaz como paciente, aguarda la ocasión en que Atenea, que vela su viaje a lo largo del vinoso ponto, interceda por él ante Zeus, el hacedor de nubes.

Si este mito nos interroga desde antiguo es porque el mismo nos plantea el enigma de un goce al que cualquier sujeto se ve confrontado. Un goce que nada quiere saber de límite u objeción alguna al ímpetu de la pulsión que lo gobierna. Pues Calypso o el goce nada quiere saber del deseo de ese otro que es Odiseo, de su estructura y función en el conjunto de relaciones que dirigen sus pasos hacia un final tan ansiado como previsto por los dioses en su resultado, para el cual la libertad de nuestro héroe deviene condición fundamental.

Calypso sabe que Odiseo, si bien corresponde a sus encantos y atenciones, no desea otra cosa que el regreso al hogar de su tierra, donde Penélope aguarda con el corazón angustiado por la suerte del marido ausente. Pero Calypso, haciendo caso omiso del estado de tribulación en el que vive Odiseo, lo retiene contra su voluntad. Su goce ignora el deseo ajeno: objeto inanimado sin voluntad alguna ante sus ojos.

Es evidente, pues, que por mucha imaginación que desplegara un autor de la talla de Kundera en el encuentro preparado por el destino entre Calypso y Odiseo, la suerte de este no podía ser otra que aquella que dictara su propio deseo, es decir, su libertad, en sintonía con la voluntad de los dioses.

Como si de un corolario o resumen de su más profundo anhelo se tratara, cuando Odiseo encuentra a Náusica tras liberarse del yugo de Calypso, pronuncia estas palabras:

Y los dioses te concedan cuanto en tu corazón anheles: marido, familia y feliz concordia, pues no hay nada mejor ni más útil que el que gobiernen su casa el marido y la mujer con ánimo acorde, lo cual produce gran pena a sus enemigos y alegría a quienes los quieren, y son ellos los que más aprecian sus ventajas. 1

II

Odiseo se sabe sujeto al tiempo, y, por tanto, perecedero. No puede imaginar ni, por supuesto asumir, la dimensión de la eternidad. Su deseo no puede ser otro que aquel que otorga el justo tiempo humano, cambiante pero limitado al centrarse en un objeto que da sentido a la totalidad de su existencia. Su periplo viajero no puede conocer otra variable que la del regreso para liberar su hacienda de malvados pretendientes y transmitir el relato de su aventura a través de Telémaco, su hijo, a las siguientes generaciones. Mas en todo relato hay un peligro: el de la potencia invisible que mora en las palabras, y que no espera sino la ocasión de negarse a sí misma al escuchar la seductora tentación que promete lo imposible por ser irrealizable. Pero a esa tentación que encarna Calypso (la que oculta el conocimiento, según la etimología de su nombre: καλύπτουσα το διανοούμενον) hay que darle un tiempo para que la hybris que en ella alienta no destruya lo esencial de nuestro proyecto: viaje, aventura, regreso, experiencia y sabiduría.

No es que Calypso quiera a toda costa nuestra ruina. No. Nada de eso. Pero su deseo de arrastrar a Odiseo hasta la inmortalidad del tiempo niega nuestra humanidad, la hace fracasar en aquello que sólo podemos alcanzar en un destello: la revelación del instante. Ese momento que ilumina su meteórica ascensión hacia el firmamento y, simultáneamente, oscurece su caída en el vacío del universo. Afirmación y negación de la existencia: sístole y diástole; inspiración y espiración; día y noche en una espiral sin fin.

El sentido, pues, como última pasión que nos queda como reto para construir el relato de nuestra vida en el río de nuestro propio devenir. Hasta desembocar en el océano de la palabra que nombra y anima al diminuto y gigantesco ser del mundo.

III

¿Quién es o qué es, hoy, en el tiempo que vivimos y nos desvive, o qué representa la figura de Calypso?

Se trata, como ya hemos visto, de una imagen seductora, sumamente amable en un primer momento, dadora de vida y placer, pero que simultáneamente, en el punto mismo de su acto creador, introduce la negación que condena la promesa proyectada más allá de toda medida razonable. Es la metáfora que mejor condensa la crisis por la que atraviesa nuestra civilización: un modelo abocado al desperdicio inútil de todo cuanto produce al no entroncar con una necesidad real, viva y palpitante. La sombra de una ofrenda inútil, que no escucha, que no atiende la esperanza de quienes sí tienen algo que decir con relación al viaje de su vida y su destino. Es el perfecto resumen de cuanto ocurre hoy en tierras de Grecia y en Europa.

No quiero sino pensar que el destino que nos aguarda es susceptible de experimentar grandes transformaciones por obra de nuestra voluntad.

Frente al pesimismo de la realidad que nos circunda, el impulso desencadenado por la determinación firme y valerosa de Odiseo, de recuperar sus tierras y ganados, de ceñirse amorosamente al cuerpo de Penélope, de desterrar a tanto pretendiente desaprensivo de su hacienda, y de transmitir el sentido de su experiencia entre los suyos, no son otra cosa que jalones de una aventura que puede revertir el curso negativo de un tiempo baldío, sin base ni cordura.

Mas, a pesar de obedecer al mandato supremo, Calypso aguarda la oportunidad de hechizarnos para mejor someternos al vaivén de su capricho. Aliada del fiero Poseidón, su temperamento es tan impredecible como las olas, y su canción no es otra que la de ofrecernos la cantinela de una promesa sin sujeto ni objeto. Un desastre. Es la Escila o Caribdis que habremos de sortear para no caer en las garras de los rostros teriomorfos liberados por la redoma de nuestro tiempo. Un tiempo olvidado cuando no maldecido por los dioses.

Nota

1 Homero, Odisea, Espasa, Colección Austral, Barcelona, 2021, p.149. Traducción de Luis Segalá y Estalella, Edición de Antonio López Eire.