Vivimos tiempos peligrosos. El verano en el norte del planeta significa que hay más noticias sobre festivales de música y acontecimientos deportivos que sobre política y guerras. Está claro que la gente prefiere pensar en las vacaciones y no en los tiempos difíciles que viven otras personas menos afortunadas.

Hay conflictos armados en el este de la República Democrática del Congo, en Sudán, en Myanmar... En Ucrania se libra una guerra contra Rusia y en Gaza tiene lugar un genocidio. Paso a paso, la guerra se acerca a los países centrales de la Unión Europea.

En las elecciones europeas de junio de 2024, la ganadora fue la extrema derecha, como también lo fue antes en Italia, Holanda, Eslovaquia, Bélgica y luego en Francia.

En América Latina, el presidente argentino, Javier Milei, se enorgullece de poder desmantelar el Estado y producir un superávit fiscal al tiempo que crea millones de nuevos pobres. El Fondo Monetario Internacional está contento con este logro.

En Estados Unidos de América, las posibilidades de que Donald Trump gane las elecciones de noviembre son reales. La democracia está en peligro.

La globalización se cuestiona en todas partes. Se adoptan nuevas medidas proteccionistas que, obviamente, son respondidas por otras medidas proteccionistas. Una espiral hacia... ¿qué? ¿Puede la soberanía nacional significar "fronteras cerradas"?

El neoliberalismo parece agonizar, aunque hasta ahora no se han abordado los mercados financieros. Solo el llamado "libre comercio" se sienta ahora en el banquillo de los acusados y la "competitividad nacional" es el nuevo y sagrado objetivo.

En el trasfondo, se está produciendo un cambio en las relaciones geopolíticas y existe una seria amenaza para la posición hegemónica de Estados Unidos, frente a potencias emergentes como China e India.

Este es, en pocas palabras, el contexto en el que Naciones Unidas prepara su "Cumbre del Futuro", que se celebrará a finales de septiembre de 2025.

En este "nuevo mundo", que se fue gestando lentamente desde la caída del Muro de Berlín en 1989, no debería ser demasiado difícil definir nuevos objetivos y nuevas reglas para una mejor cooperación y un mejor futuro mundial con preocupaciones por el cambio climático y la brecha de la desigualdad.

Ya en 2000 se definieron los "Objetivos del Milenio", que, formalmente, se cumplieron en 2015. A continuación, la comunidad internacional acordó unos "Objetivos de Desarrollo Sostenible", que debían alcanzarse en 2030. En la situación actual, será mucho más difícil alcanzarlos.

Mientras tanto, en 2021 se adoptó el informe del secretario general sobre "Nuestra agenda común", en el que se mencionan las lagunas y los problemas que requieren nuevos acuerdos intergubernamentales. De hecho, en él se pedía una "Cumbre del Futuro" para "forjar un nuevo consenso mundial sobre cómo prepararnos para un futuro plagado de riesgos, pero también de oportunidades".

Ante los "nuevos" problemas de las amenazas al medio ambiente y el desarrollo de un sector digital en rápido crecimiento, no debería haber sido demasiado difícil preparar esta cumbre. Ya en 2015, la comunidad internacional decidió "liberar al género humano de la tiranía de la pobreza".

Los “Objetivos de Desarrollo Sostenible” siguen siendo el camino a seguir. Las medidas necesarias son claras: acabar con el déficit de financiación, luchar contra los flujos financieros ilícitos, la corrupción y la evasión fiscal, preparar un convenio internacional de cooperación fiscal, desarrollar un mejor sistema de comercio mundial que debe ser universal y basado en normas, luchar contra la crisis climática, defender y promover los derechos humanos con igualdad de género, apoyar todas las fuerzas de paz y proteger a los civiles en los conflictos armados, luchar contra la delincuencia organizada transnacional, promover el desarme, proteger los derechos de propiedad intelectual, así como toda la cooperación científica, tecnológica y digital. Estos son solo algunos de los elementos mencionados en el borrador del nuevo "Pacto por el Futuro".

Evaluar todas las cooperaciones posibles y necesarias que necesita este planeta siempre ha sido tarea de las Naciones Unidas, y la organización siempre ha sido muy buena en ello. Redactar promesas en las que toda la comunidad internacional pueda estar de acuerdo también ha sido uno de los mayores logros de la ONU en el pasado, aunque la organización internacional no tenga poder para hacerlas realidad. Por ello, siempre mencionará los "riesgos" y las "oportunidades", los "avances" y los "retrocesos"... La ONU es un actor y observador paciente y bienintencionado. Sin embargo, el verdadero poder de decisión está en manos de los Estados miembros.

Por ello, la cuestión se complica cuando hay que decidir nuevas reglas para la gobernanza mundial. No se trata de vagas promesas para posibles acciones futuras, sino de medidas concretas que deben ponerse en marcha de inmediato. Y afectan a las relaciones de poder en el mundo actual.

Esta es la razón por la que la reforma del Consejo de Seguridad es tan difícil. Todo el mundo coincide en afirmar que las normas actuales son una "reliquia del pasado", en la que los vencedores de la Segunda Guerra Mundial tienen poder de veto. Las relaciones de poder en el Consejo de Seguridad, único órgano con competencias reales de decisión, no reflejan la realidad geopolítica actual.

¿Cómo cambiar, entonces?

Este debate está a la orden del día desde hace treinta años. Fácil no es, ya que nadie quiere compartir ni ceder el poder.

Ya se han hecho varias propuestas: abstención voluntaria de utilizar el veto, abolición del veto, ampliación del veto... en cuanto a la composición del Consejo de Seguridad, sin duda hay que ampliarlo, pero ¿con quién? El South Center publicó un documento muy interesante con propuestas concretas y enmiendas a la Carta para transformar las estructuras no militares de la gobernanza mundial. Se refieren a cambios institucionales, transformando las prácticas consultivas en el sistema de la ONU, cambiando las reglas de las negociaciones globales y cambios en la propia gobernanza. Concluye con una propuesta de nuevos tribunales globales, el fortalecimiento del vínculo entre "nosotros los pueblos" y la Asamblea General y la creación de nuevos organismos intergubernamentales. Aunque todo el mundo coincide en afirmar que la reforma es necesaria, el consenso sobre el fondo dista mucho de ser fácil y no es seguro que pueda alcanzarse un acuerdo de aquí a septiembre. Es una noticia alarmante.

Hoy en día, la gobernanza mundial es más necesaria que nunca, debe hacerse más representativa y eficaz, un nuevo compromiso para una mayor cooperación internacional sería muy bienvenido. No es ni mucho menos seguro que esto ocurra.

A esto se añade el grave problema de la delicada reforma de la arquitectura financiera. El Banco Mundial y el FMI celebrarán este otoño su 80 aniversario y, de nuevo, hay acuerdo en afirmar que es necesaria una reforma. Y, de nuevo, será difícil llegar a un consenso porque, también en este caso, reforma significa compartir o ceder poder.

La ONU y las organizaciones financieras internacionales son ciertamente capaces de proponer objetivos nobles y acordar textos interesantes, pero cambiar las relaciones de poder es una tarea muy difícil y quizá imposible si no existe un acuerdo general sobre la necesidad de hacerlo.

Lo mismo ocurre con la participación de la sociedad civil. La frase inicial de la Carta de la ONU "Nosotros, los pueblos..." nunca se ha hecho realidad, ya que solo los representantes de los Estados tienen un papel formal. La Asamblea General puede contar con las aportaciones de miles de organizaciones de la sociedad civil, pero estas no tienen ninguna influencia real, salvo quizá para algunos representantes de grandes empresas transnacionales.

Nada de todas estas reflexiones tienden a ser optimistas. Las Naciones Unidas son una de las organizaciones más importantes y relevantes que tiene la comunidad mundial. Sería muy triste ver que las potencias hegemónicas actuales prefieren los conflictos armados a nuevas prácticas y concesiones para alcanzar soluciones sostenibles y duraderas.

La crisis climática, las amenazas a la biodiversidad, el ascenso de fuerzas políticas de extrema derecha, que ponen en peligro la democracia y los derechos humanos, la creciente carrera armamentística... son todos ellos factores que requieren verdadero coraje y visión políticos.