El poder en Francia logró su “jeito” electoral, esta palabra brasileña que sintetiza el arte de resolver problemas o desafíos en la marcha, con ardid y astucia. La disolución de su Asamblea nacional, a raíz del resultado desfavorable de las elecciones europeas del 9 de junio 2024, apostaba en recomponer la legitimidad del presidente Emmanuel Macron, no sin riesgos obviamente. La operación fue lograda gracias a un doble bloqueo cognitivo y electoral, en el telón de fondo de una Francia debilitada y divorciada de sus élites.
La reciente contienda electoral en Francia puso de manifiesto una sutil maniobra de ingeniería que suena bastante conocida en otras latitudes donde la democracia deja de renovarse y generar un nuevo contenido. Para eso, una doble lógica de bloqueo, electoral y cognitivo, fue determinante.
Bloqueo mayoritario
El sistema legislativo francés hace que un candidato a diputado deba capitalizar al menos a 12,5% de votos del distrito donde se presenta, dando lugar a una segunda vuelta donde intervienen juegos cruzados y triangulaciones entre partidos. Al no ser un escrutinio proporcional, son los arreglos entre partidos los que determinan qué fuerza política sigue en la carrera final de la segunda vuelta legislativa, sabiendo que un solo diputado termina representando su distrito (hay 577 distritos y, por lo tanto, 577 diputados).
A nivel nacional, la coalición Rassemblement National (RN) y Les Républicains (RN-LR) cosechó 10 millones de votos, o sea 37% del sufragio total de la segunda vuelta (33% en primera vuelta), que se traducen al final, mediante las triangulaciones, en un total de 143 diputados. Esta cifra marca una evolución positiva de 60% en dos años y un aumento exponencial desde el año 2002 donde solo tuvo diputados electos. El Nuevo Frente Popular (NFP) y la coalición oficialista (Ensemble) cosecharon respectivamente 7 millones y 6 millones de votos, con 182 diputados para la primera y 168 para la segunda (regresión). De este modo, la lógica de arreglos entre partidos de centro e izquierda, justificados aún más moralmente por la defensa de la democracia y la fabrica de una amenaza extremista, se impuso y corrió el caudal de votos más numeroso hacia su espectro. Algunas figuras republicanas practicaron el mismo ejercicio en alianza con el RN.
Velo cognitivo
El segundo ingrediente es la estrategia de repulsión que se perpetúa desde hace cuarenta años en el país gallo para diabolizar sobre todo a la “extrema derecha” y en menor medida a la extrema izquierda. En términos programáticos, Marine Le Pen hoy convalida una Europa de las naciones soberanas, el derecho al aborto, el cambio climático, el feminismo moderado. Afirma la necesidad de apoyar a Ucrania, la libre circulación de migrantes y la preferencia nacional en el espacio europeo (rechazando la inmigración extranjera indiscriminada implementada por la Unión europea). Su partido incluye a personas LGBTI y su joven dirigente, Jordan Bardella, tiene descendencia argelina.
El partido está a años luz de ser el partido radical que pudo ser en sus inicios en los años 1970. Se volvió un espacio de centro-izquierda con una postura semejante a un partido de los Países bajos, Suecia o Finlandia. El RN tuvo que desplazar su programa hacia el centro y trabajó para sacarse de encima la estigmatización proyectada desde el primer ciclo socialista de François Mitterand en los años 1980. Fue este último, producto de la izquierda petinista aspirada por la colaboración contradictoria con el Reich alemán, el principal arquitecto de un esquema político-cultural que acorraló una derecha patriota y la confinó en el extremo, en pos de asegurar un punto de gravedad en el centro político.
Los mandatarios sucesivos, de izquierda y derecha, mantuvieron esta estrategia, con maniobras que no apuntaron solamente del lado derecho. Hubo, por ejemplo, operaciones de falsa bandera plantadas a la ultra izquierda para reducir también de este lado la ventana de aceptabilidad política. Estos ejes, junto a otros (clima, feminismo, migracionismo, terrorismo, desinformación), estructuran hoy una sutil ingeniería social diseñada desde los escritorios políticos, jugando dialécticamente con el orden y el caos.
Volviendo a este último escenario electoral, el RN fue nuevamente asociado a una formación racista y reaccionaria por el arco mediático, en pos de incentivar coaliciones defensivas y realizar in fine algo que difícilmente se puede nombrar como tal en Francia: un corrimiento del voto popular, realizado institucionalmente por una minoría política y acompañada por una pseudo-oposición dispersa y controlada, entre ella el Nuevo Frente Popular (NFP). La propensión conservadora de los franceses hizo el resto. La mayor parte del establishment mediático consagró la llegada en primer lugar del NFP, pasando por alto el hecho del crecimiento electoral de una derecha nacional a la cual se suman parte de los descontentos del otro extremo.
Grieta Francia/anti-Francia
Se ha vuelto común observar este tipo de maniobra en la arena democrática cuyo territorio se superpone más estrechamente con el combate psico-comunicacional. Al igual que en otras latitudes, el escenario francés nos recuerda la vigencia de las maniobras no convencionales para controlar las opiniones y la infraestructura social. Pero algo más raro y disonante se destaca de la imagen de la séptima potencia global, cuando uno mira esta amplia coalición tirando por la borda un partido un poco más nacionalista que los demás, la vitrina de los negocios blindados durante la noche de los resultados electorales y algunos grupos de izquierda ganadores de la elección prendiendo fuego en las calles. No se oye una fuerza política que cuestiona de fondo el modelo estatal y económico francés y su desfasaje con un nuevo estado de la globalización.
La grieta Francia/anti-Francia aflora más nítidamente. De un lado, un bloque funcional al capitalismo transnacional, de Macron a la franco-palestina Rima Hassan, jugando con el caos y el remate selectivo de la soberanía (salvo la defensa). Del otro lado, un bloque nacionalista que recibe más apoyo popular y trata de subsistir en la proscripción política. Las élites del primer bloque siguen enarbolando las más nobles banderas occidentales, pero dan la espalda a otros fundamentos: la preferencia patriótica, la soberanía, la identidad y la vivacidad democrática. En paralelo, la economía francesa y su seguridad interna están en rojo. La deuda asciende a 110% del PBI con un déficit fiscal de 5%. El gasto público rodea el 58% de la riqueza nacional, mientras un promedio de mil denuncias diarias se hacen por motivo de golpes violentos y heridas (seis veces más que hace treinta años), reflejando un desorden y un abandono creciente de las prerrogativas estatales.
En definitiva, el “jeito” jacobino que acaba de exhibir Francia es un caso emblemático de las contradicciones que habitan la esfera occidental. El Frente Popular en contramano de su afán de potencia y de la tradición gaullista, gran parte de sus élites se dejaron abrazar por la vertiente la más anti-nacional del patrón hegemónico motorizado por los Estados Unidos desde 1945. Niegan ahora las realidades sociales y las ideologías combativas, como las de Rusia (eurasianismo), de China y de la hermandad musulmana, arrimadas del mismo modo a las dinámicas de la globalización, que buscan penetrar la matriz occidental y doblegarla desde su interior. En un mundo que viene recargado de reflejos nacionalistas y combativos, la clase política francesa, salvo honrosas excepciones, elige permanecer peligrosamente en un tiempo pos-estratégico. El resultado a la vista, que muchos ven a nivel internacional, es el de un declive y de una dependencia creciente. Dios ayuda a los que trabajan para su propia caída, decía el griego Esquilo.