En las culturas latinoamericanas ha aumentado el número de residencias para personas adultas mayores, pues el promedio de vida ha aumentado. Cada vez se ven más personas atrapadas en los hospitales hasta morir. Ya no es un asunto de calidad de vida, sino de calidad de muerte.

Es triste por sí misma la aceptación de los cambios físicos, mentales y emocionales. Y consecuente a eso, que nuestras culturas y familias vean la vejez como un estorbo, una incomodidad y con mayores deficiencias. En otros países, sobre todo orientales, es todo lo contrario. La vejez es un asunto de honor, respeto, admiración y de mayor experiencia.

En Japón por ejemplo, Senpai y Kōhai (先輩, せんぱい) se usan como referencia para dirigirse a una persona mayor adulta, así como de más alto rango o con más experiencia, también en colegios, empresas y otros grupos.

En muchos países se considera que ya a los 60 o 65 años hablamos de personas adultas mayores, y es la misma ONU la que considera vital no llamarlas simplemente adultas mayores, sino, desde el marco de la legalidad como humanos generacionales, ser llamadas “personas”, antepuesto al “adulto mayor”. Pues, ante todo, el concepto nos humaniza y no indica que sin importar edad, sean niños o ancianos, son personas, con sus deberes y derechos, y merecen ser tratadas con dignidad.

Por mi familiaridad con el tema, al tener una residencia de larga estancia, es decir, que les damos atención las veinticuatro horas del día, nos encontramos casos particulares. Algunos en estado de abandono, particularmente de las familias y del mismo sistema. Se miran como carga para los presupuestos políticos y quieren reducirles la institución que los ampara con una de ayuda social, generalizando toda la población con necesidades básicas.

Todo queda a conciencia

Existen también muchas brechas entre padres e hijos. Se ha distorsionado la función de los padres, que solo ellos están para cuidar a sus hijos y no que los hijos, recíprocamente, deben responder con amor a su cuido. No siempre sucede así, porque quizás algunos padres no han sido responsables con sus hijos, o han sido menos amorosos, y cada paso es un distanciamiento, casi una justificación para dejar a sus padres en estado de abandono.

Todo queda a conciencia. Lo más grande es saber pasar aquello que hizo tan grande la grieta, que ya no se quiera ni ver a sus padres mayores.

Otros residentes consideran que no quieren molestar a sus hijos y que prefieren un cuido más personal, pues ya sus familias tienen empleos de altas jornadas, son numerosas y que para eso trabajaron, para rendir cuenta por sí mismos.

También resulta que una residencia sí es una verdadera opción para enfermos de alzhéimer y otras enfermedades mentales, pues estos centros tienen personal calificado mejor que los propios hijos, que pueden atender muy bien sus necesidades, terapias y ser una buena opción para que la persona adulta mayor sea comprendida, cuidada y asistida por un centro que facilite ese servicio.

Muchos hijos sufren de solo pensar tomar la decisión de dejar a sus padres con estas enfermedades, pero realmente tener ayuda médica, asistencia, terapia y cuido nocturno puede mejorar mucho al paciente y dar, por lo tanto, mucha paz a los hijos. Con la confianza de que serán cuidados según sus necesidades.

Solo hay que recordar que todos llegamos a esa edad donde se nos pierde todo, somos malhumorados, se encuentran los pasos y decisiones con más lentitud. Pero hay también mayor sapiencia y entereza. Hay mucha escuela y largas horas de vuelo, de vuelo en la vida, errando y aprendiendo que nadie es perfecto, que todos merecemos muchas oportunidades y amor del grande.

Un poema que dedico a ese breve espacio de la vida:

Es breve la vida… la edad es un recinto donde se guardan las estaciones.
De niños soñamos crecer a media lluvia,
de adultos soñamos tan solo vivir a medio otoño.
No hay terceras ni segundas edades,
solo frutos tardíos y maduros,
frutos con goce de profundidad.
La piel es solo una cáscara
que guarda lozanías en su espíritu interior.

El paso podrá volverse una sombra de la lentitud,
pero el pensamiento será ágil y decidido.
El abrazo llega a tener
esa simetría de ternura inalcanzable y tibia.
El amor se extiende,
se extiende tanto como un jardín de amapolas.

Los hijos crecen cada noche con los cuentos de hadas
hasta que sorpresivamente, al tiempo de un aplauso inmediato,
repetimos los mismos cuentos con nuestros propios nietos.

Siempre hay veranos cuando nos llaman Tita o Tito,
palabras sinuosas de canto y alegría.
Y aunque se imponga el viento en nuestras voces,
las nubes se aligeran pronto,
porque nuestro tallo
se sostiene incólume, firme
y con la sobriedad de no desistir al miedo.

La edad es un recinto donde se guardan las estaciones.