Afortunadamente las madres son en general una gran bendición, y más cuando se tienen varias de estas figuras como las abuelas o incluso una buena suegra. Este último vínculo familiar que la sorna popular tanto enloda… y en ocasiones con cierta razón. Este no fue mi caso ya que Doña Flor fue para mí una segunda madre.

Luego de mi matrimonio con Alba Osuna en 1998 ocurrió en diciembre del año siguiente la tragedia del Estado Vargas. Mi relación inicial con mis suegros Osuna-Pedroza siempre fue muy cordial, pero esta unión se haría más cercana luego de esos deslaves que afectaron la casa de mis padres políticos en San Bernardino. Ellos perdieron su hogar, y nosotros en ese momento estábamos comprando un apartamento en El Paraíso. De mí partió la idea de que nuestros suegros se vinieran a vivir con nosotros.

La unión familiar fue buena, la independencia, el respeto y cordialidad se mantuvieron hasta la muerte de los suegros. Primero se fue el Sr. Osuna en 2020 y luego doña Flor el 3 de junio de 2024 a sus 85 años.

Flor María Pedroza nació en el bello pueblo merideño de Zea un 7 de julio de 1938. Lo que siempre contaba sobre su recuerdo más alegre de infancia es verse rodeada de flores y cultivos, y que ella misma se llamaba Flor. Tenía 3 hermanas y dos hermanos menores que ella. De niña le tocó la responsabilidad de laborar temprano en su vida, con madre severa y padre más consentidor. Así que en el comienzo de su vida se acostumbró a trabajar, no era para nada holgazana… era un descanso que no se permitía. Incluso todo lo hacía parada, le gustaba mucho cocinar y no concebía hacer algo sentada.

Debido a esas ocupaciones iniciales no estudió una carrera sino la instrucción básica, a pesar de esto tenía una caligrafía excelente y buenas nociones de los números. Ella deseaba seguir avanzando en algo más técnico o académico, sin embargo, el trabajo y la familia eran primero. Así que un acostumbrado, pero conforme sacrificio personal fue parte del resto de su vida. Crio 4 hijos, 6 nietos y conoció 3 bisnietas, aunque estas últimas bebes vía celular desde Buenos Aires donde emigró su nieto varón Jean Carlos.

En los años 50 ya viviendo en Caracas, se casó con Francisco Osuna a quien he referido en otro artículo1.

Doña Flor siempre se dedicó al hogar y a su familia cercana o lejana. No había egoísmos ni competencia contra nadie, nunca la escuché una envidia o mal deseo contra otro. Aunque era de orígenes y educación humilde, le gustaba leer, informarse de todo, incluso de cuestiones algo vanidosas como la realeza mundial. En televisión le gustaba ver los noticieros, y disfrutaba los periódicos impresos cuando estos existían en Venezuela, ella lamentó mucho la pérdida de El Nacional, Tal Cual y otros diarios que leía con avidez especialmente los fines de semana.

Disfrutaba de paseos con la familia. Era gran caminadora por la vecindad, hasta que llegó a sus 80. Entre mi esposa y mi persona logramos llevarla a Los Roques, Cumana, Araya, Margarita e incluso Playa Medina. Sin embargo, su estado venezolano favorito era su natal Mérida. Quizás su mayor gozo eran las comidas que elaboraba para todos en mesa grande de más de 8 comensales.

No puedo olvidar cómo siempre tenía algo de tomar o comer al llegar uno de calle. Su café siempre listo. Yo retribuía esa atención con los tés y dulces que tanto disfrutaba ella. Además, conseguirle algo para leer como revistas y libros, le gustaban las novelas románticas y de aventura simple. En cuanto a religión era devota católica, aunque no iba a misa regularmente sí oraba con frecuencia, pidiendo por sus hijos, el país y los demás. Le angustiaban las guerras e infortunios en otras regiones del mundo.

En el año 2016 su salud empezó a decaer gravemente, pero su única hija (mi esposa) y su hermano médico, Dr. Enrique Pedroza, la colocaron de vuelta en ánimo, aunque ya no podía hacer largas caminatas y comenzó a usar andadera. Tuvo varias caídas que limitaron mas su movilidad. No obstante, seguía cocinando y esforzándose, ya ahora rezaba más por su salud y la obligamos a que pensara en ella más que en los demás.

En los últimos meses disfrutó de una navidad en el pueblo costero de Naiguatá del Estado La Guaira. Ya comenzaba a cocinar menos y no se mantenía en pie, sin embargo, su espíritu de lucha lo mantuvo hasta fin de mayo.

Le hicimos un funeral digno de quien fue en el cementerio del Este, fueron casi 50 conocidos, entre ellos su hermano el Dr. Enrique y su esposa. Mis padres, amigos y tíos estaban allí, mi madre la lloró. Un sacerdote pronunció un elogio, los vecinos enviaron un ramo de flores blancas enormes. Y dos mesosopranos cantaron el Pie Jesús de Andrew Lloyd Weber, Aleluya de Leonard Cohen y el Amazing Grace de John Newton.

¡Siempre la recordaremos agradecidos!

Nota

1 Acceso al artículo sobre Francisco Osuna, “Los recuerdos de un hombre bueno”.