A cualquiera que observe el acontecer internacional, a poco de cumplirse el primer cuarto del siglo XXI, seguramente, le debe extrañar que sigamos tan separados entre los países, y en particular, entre las grandes potencias. Muestran un desacuerdo creciente en asuntos fundamentales que, casi inevitablemente, podría llevar a mayores divergencias, con el riesgo de terminar siendo insuperables, y traducirse en conflictos. Tenemos a la vista los más evidentes, aunque son muchos más, menos recordados, pero potencialmente riesgosos.
Solo esporádicamente los responsables de los mayores países se encuentran, en foros internacionales o en reuniones bilaterales, casi siempre presionados por los medios de prensa, y bajo la mirada escrutadora de su propia ciudadanía. Igualmente, deben actuar de manera coincidente con lo declarado por sus respectivas políticas exteriores. De no hacerlo, pueden perder apoyos o ser acusados de comprometer a su país. Todo ello, los condiciona y hace muy difícil que cambien de posición, y mucho menos que acepten aunque sea en parte los argumentos del adversario. Las declaraciones altisonantes, personalizadas, y algunos acuerdos, generalmente en asuntos menores, no logran resultados tangibles. Así las cosas, resulta muy difícil solucionar las eventuales controversias o poner fin a las existentes.
Una realidad que parece bastante repetida a lo largo de la historia, y que tantas veces ha desembocado en guerras de variable intensidad, y por dos veces a escala mundial, con los dramáticos resultados que bien conocemos. Las experiencias anteriores, por simple lógica, han dejado muchas enseñanzas, las que ahora parecen olvidadas e inservibles.
Es cierto que muchas confrontaciones han sido expresamente buscadas por algunos líderes carismáticos, inspiradores de su población. A veces, enardecida por su retórica y promesas de un triunfo patriótico, está mayoritariamente dispuesta de manera casi ciega a seguirlos, incluso ofreciendo sus vidas. Sin embargo, la realidad ha mostrado de manera casi inequívoca que no fue más que una ilusión, no realizada y con resultados trágicos, tanto para la generalidad de los participantes en la aventura, y muy particularmente, para esos ellos mismos y su entorno. Ninguno terminó sus días adorado y reconocido como el gran gobernante que creía ser. A veces, resultan apartados ignominiosamente del poder, suicidándose, o siendo enjuiciados y ejecutados. Tampoco la historia los ha perdonado, y se muestran como la peor experiencia que le pudo pasar al país en su historia.
Actualmente, existen numerosos casos de gobernantes que, pese al largo tiempo transcurrido, son los mismos, y no hay señales creíbles de que podrían ser reemplazados. Han acumulado el poder casi omnímodo de las instituciones del país y anulado, en consecuencia, toda oposición. Dominan también los medios de comunicación, una de las herramientas fundamentales para preservar su predominio, ayudados, y muchas veces basados, en las fuerzas armadas que están a su servicio. De esta manera, suele ser comandada únicamente por altos mandos partidarios, o directamente por una oficialidad satisfecha con prebendas y favores que aseguren su fidelidad. ¿Les parece algo conocido?
De esta manera, el campo internacional ahora resulta diferente y cunden los desencuentros. El empecinamiento en objetivos diseñados y ejecutados por estos dirigentes, y las posiciones contrarias de unos y otros, se reflejan en un mundo que, no obstante, sigue estando sumamente interrelacionado, por la tan vilipendiada globalización. Muchas décadas de interconexión han dejado su huella. No es fácil borrar rápidamente el tiempo que ha imperado por una simple decisión unilateral. Ningún país es capaz de lograrlo, bajo el riesgo de aislarse, encerrarse en sí mismo, con su deterioro consecuente. En definitiva, es la propia población la que resulta perjudicada, ajena a los inevitables y acelerados progresos en todos los campos del saber, y muy particularmente, un campo tecnológico acelerado. Que abarca, cada vez más, todos los ámbitos.
No hay nadie, salvo casos muy determinados y por razones precisas de diseño e implementación de una política autárquica, buscada expresamente, que no tenga acceso a las nuevas tecnologías. Baste un ejemplo simple y actual. Resulta impensable que alguien no tenga un aparato celular con múltiples usos. Su adecuado aprovechamiento, por cierto, no depende de un solo país, ni de un solo servicio, ni de una sola plataforma que lo sustente, además, está conectado por vía satelital. Se necesitan todos entre sí, y si no lo poseen, por razones económicas, o porque deliberadamente se les restringe, pasan a ser un caso raro, y padecen las consecuencias. La dependencia es tal, que baste recordar, que quienquiera sale de su casa sin su celular, seguramente se devuelve a buscarlo, como si fuera un ser diferente si no lo tiene consigo.
A pesar de lo dicho, algunos países y sus autoridades del momento siguen con sus intentos de cambiar el orden internacional según su propia visión. Cualesquiera sean las motivaciones, políticas, religiosas, económicas, de predominio, históricas, o lo que sea. Están a la vista, y no es necesario mencionarlos uno a uno. La particularidad es que la suma de estos liderazgos tiene su contrapartida natural, que es la búsqueda intencionada de la superioridad de uno sobre otro.
Si ese predominio no es logrado durante el período en que gobiernan, por relativamente largo que sea, siempre será breve en el tiempo. Tampoco tales fines son heredables por sus sucesores. Es para ellos mismos y para que lo alcancen a disfrutar. La gloria buscada es en vida. Ya muerto, no importa nada. Por lo tanto, será necesario obtenerlo prontamente, antes de que termine, o en los años que le resten. Nunca son demasiados para objetivos tan ambiciosos. Como llegan al poder sin ser jóvenes, generalmente, sino que de cierta edad, los plazos se acortan y deben obtener todo lo más rápidamente posible. El poder siempre es efímero, y se utiliza prontamente.
En los sistemas democráticos verdaderos, cumplidos los mandatos, habrá un relevo, y asumirá otro. En los regímenes autoritarios, la condición indispensable es el mantenimiento permanente del poder, a como de lugar. Sea por elecciones bajo un férreo control que impide cualquier resultado diferente, o mediante sistemas que lo avalen, e impidan cualquier riesgo de perderlo. El objetivo es, por lo tanto, bien conocido, los ejemplos abundan, y en todas las regiones. Hay algunos que, a costa de su población, llevan décadas ejerciéndolo, o han permanecido por la fuerza un tiempo sumamente largo. Casi siempre, a pesar de presentar resultados decepcionantes, o claramente desastrosos, siguen impertérritos. La culpa nunca es propia, sino que siempre habrá otro país, que será el responsable. ¿Nuevamente, les parece familiar?
Si sumamos estos y tantos otros factores, el resultado ha sido que el sistema internacional ya no es el mismo. Fue diseñado hará casi ochenta años, reflejado en la Carta de las Naciones Unidas, y amparado en un derecho internacional universal, que ha perdido buena parte de su fuerza y aplicación. Paulatinamente, está siendo reemplazado por otra realidad, indefinida todavía. Por lo que vivimos una etapa de desencuentros generalizados. De esta manera, si bien hay infinitos campos que han traspasado los intentos de predominios individuales, respecto a la paz y seguridad mundiales, vivimos un momento de particular singularidad, y los riesgos aumentan.